La invasión rusa a Ucrania tiene puesta sobre la mesa y sobre el banquillo de los acusados la actual crisis mundial de energía y de recursos naturales como uno de los problemas más acuciantes de nuestro siglo.
La precariedad del equilibrio energético y la merma enorme de los recursos naturales delata sin más la ingente irresponsabilidad tanto de las potencias industriales del primer mundo como, que es el caso de China, de las que se presumen como no liberales.
El problema del petróleo es uno, mas el problema de las materias primas sobreexplotadas de manera indubitable en los países del tercer mundo, ha levantado el telón para dejar a la vista de todos que el drama de la crisis de los recursos fósiles y mineros no es pasajero en modo alguno.
Por lo pronto y como subproducto del expolio ruso, el encarecimiento de los precios de los hidrocarburos está provocando un brusco aumento en la inflación y en el déficit en la balanza en el mundo.
A querer y no y a pesar del avance de la explotación de las energías limpias (en todas partes, excepto en ese país de las maravillas que en sus mañaneras nos restriega AMLO) la dependencia del petróleo continúa mayúscula: USA depende del petróleo aún en un 46%, la UE en un 63% y Japón en un 76%.
Lo que vuelve evidente la necesidad ineludible de una reconversión del aparato industrial y económico de un todo sistema político, capitalista o de corte socialista, a las energías limpias. Ésas, las que tanto desprecia nuestra clase morenista.
Anclados en el presente, por muy del primer mundo que se sientan, países como China, la Unión Europea y Estados Unidos, no pueden dejar de mirar por evidente que, tarde o temprano, ha de llegar el momento en que habrán de enfrentarse al agotamiento de los recursos minerales de nuestra madre tierra.
Lo que hasta ahorita no le importa a Rusia, ni a la Unión Europea, ni a China, ni a Estados Unidos y, mucho menos, a este trágico y querido, pero zarandeado hasta el infinito, México nuestro.
