El acoso escolar es un problema muy extendido en nuestras escuelas y ahora agravado por el uso de los dispositivos electrónicos. En Michoacán este problema lo padecen 7 de cada 10 niños, entre los 5 y 14 años. Así ahora más de la mitad de la población que se encuentra en este rango es víctima de prácticas catalogadas como bullying, que van desde un apodo, hasta una agresión física sistemática y actos de discriminación que protagonizan hombres y mujeres.
Como muchas cosas que suceden en nuestro país, es sólo hasta que el agua llega al cuello, dicho de otra forma hasta que suceden hechos tan graves o acciones tan contundentes de parte de la población que empiezan a mover a las autoridades hacia acciones proactivas.
Pero también la inacción de los adultos ante hechos de violencia que suceden en las aulas, en la calle, en la casa, en lugares públicos, ha permitido crecer un fenómeno que no es nuevo pero que sí ha derivado a formas más agresivas, que han provocado desde suicidios, deserción escolar, problemas de baja autoestima y hasta asesinatos como el ocurrió en Tamaulipas hace siete años.
Hay quien afirma que los adultos de hoy somos una generación temerosa porque provenimos de familias donde el autoritarismo y verticalidad en la disciplina privaba en la mayoría de nuestros hogares; pero eso dejó una huella que nos ha llevado a ser sumisos y temerosos de las generaciones posteriores a quienes no nos atrevemos a hacerles frente. Sea o no cierta esta suposición, debemos enfrentar el problema, esto debe incluir a las autoridades, a las familias, a los docentes y personal de los centros educativos. Pero también a los medios de comunicación, a las redes sociales, a la iniciativa privada; en sí a toda la sociedad en su conjunto.
El contexto social en el que vivimos está plagado de mensajes como la exaltación de la fuerza para obtener lo que se desea, la violencia extrema como contenidos de esparcimiento en la TV y el cine, la agresión intrafamiliar como forma de gestionar las relaciones sociales de la unidad doméstica, las lesiones o la eliminación del otro como rito para pertenecer a los grupos de barrio.
En términos de la sociología fenomenológica, es el sistema de significatividades y los esquemas de vida cotidiana, funcionales en esta sociedad contemporánea.
Y ello está presente en la casa, en la escuela, en el barrio, en las empresas, en los partidos políticos, etc. etc.
Si tales formas no son contrarrestadas en casa con el reforzamiento de valores y ejemplos diferentes, sirven de perfecto caldo de cultivo para que en los espacios en los que los jóvenes se desenvuelven repliquen esos comportamientos. En las escuelas se debe reforzar con acciones concretas para prevenir cualquier acto de acoso y de violencia. Al primer indicio se debe actuar de inmediato.
El bullying no es un juego, no es una forma de “llevarse entre los jóvenes”; son eventos que dañan y lastiman a individuos en una etapa crucial de su formación humana. Desde siempre han existido los famosos “matones de la cuadra, del salón, del barrio” pero no por ello, ahora que sabemos de sus efectos, lo debemos dejar pasar como algo natural o propio de una etapa de crecimiento de nuestros jóvenes.