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Sorprendentemente, el pedagogo y filósofo estadunidense John Dewey (1859-1952) influyó con sus ideas educativas en la orientación de la escuela rural mexicana y, por ende, de las escuelas normales rurales en el país.
Dewey viajó a México en 1923, 1926 y 1937 para conocer de cerca el funcionamiento de las misiones culturales, creadas bajo la administración del primer secretario de Educación, José Vasconcelos, y, en su tercer viaje, además, para entrevistarse con León Trotsky, que se encontraba en México en calidad de refugiado político.
En aquellos difíciles años posrevolucionarios, en que se estrenaba la Constitución de 1917 y su revolucionario artículo tercero, y se ponían en marcha los planes para estabilizar el país, reactivar su economía y abatir el analfabetismo, Dewey ya era reconocido por lo novedoso de su pragmatismo pedagógico y sus nuevos métodos de enseñanza que sitúan en el centro de los aprendizajes del niño –y de los adultos– su participación permanente y en cada etapa. Diseñó, además, los sistemas educativos de Japón, Turquía y China. Sus planteamientos pedagógicos eran tema de discusión en casi todo el mundo.
Para fortuna de los pueblos de México, los presidentes Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles Y Lázaro Cárdenas durante sus mandatos se rodearon de educadores progresistas, democráticos, estudiosos y talentosos, a quienes confirieron la grandiosa obra de construir los cimientos de la educación pública que la nación necesitaba. Salvador Alvarado Rubio, Gregorio Torres Quintero, Laura Méndez de Cuenca, Dolores Correa Zapata, Manuel Gamio Martínez, Eulalia Guzmán Barrón, Rafael Ramírez Castañeda, Moisés Sáenz Garza, Ezequiel Padilla Peñaloza, Manuel Puig Casauranc, entre otros, formaron el estado mayor del ejército de maestras, maestros y funcionarios que recorrieron el país e impulsaron las misiones culturales, las casas del pueblo y las escuelas normales rurales.
Maestros del estado mayor pedagógico mexicano viajaron a Estados Unidos para conocer el funcionamiento de las escuelas de John Dewey, estudiar con él e intercambiar experiencias. Luego trajeron a México ideas novedosas para aplicarlas a las condiciones concretas del medio rural. Así, se diseñó una cruzada de alfabetización, se fundaron bibliotecas, se realizaron caravanas artísticas y culturales, cimentadas filosóficamente en la escuela activa, en la escuela acción, en la escuela laboratorio de Dewey, con el objetivo de desarrollar las capacidades del alumno y convertirlo en un ser social capaz de enfrentar su realidad y transformarla en su beneficio.
En ese afortunado marco de circunstancias históricas se fundaron las escuelas normales rurales que compartieron con Dewey sus primeros saberes, sus primeros triunfos, que alentaron al filósofo estadunidense a decir que le daba mucha alegría conocer uno de los más importantes experimentos sociales emprendidos en parte alguna del mundo (Pappas, 2012). Opinión que desagradaba a José Vasconcelos, quien rivalizaba con Dewey al sostener que su propuesta era controladora, centralizada en la experimentación, vacía y libresca ( De Robinson a Odiseo, cap. 2).
Moisés Sáenz y Rafael Ramírez se emplearon a fondo en la tarea de consolidar el proyecto de la nueva escuela rural mexicana, que incluía a las normales rurales. Pese a la opinión de José Vasconcelos, invitaron a Dewey a conocer la experiencia educativa en México. John recorrió varias escuelas rurales en Hidalgo, Morelos, Tlaxcala y Oaxaca. Impartió conferencias en la Universidad Nacional y dialogó con los maestros.
Moisés Sáenz estaba convencido de lo correcto de su política educativa y seguro de alcanzar los resultados propuestos, dimensionaba el papel estratégico desempeñado por los maestros rurales en las comunidades mexicanas y del éxito de su trabajo pedagógico con niños y adultos. Sabía que esa política educativa se aplicaba con rigor y justeza conforme a los postulados del revolucionario artículo tercero constitucional, y que se estaban construyendo los cimientos para defender en los hechos y para la posteridad, los principios de la Revolución Mexicana.
La primera escuela normal rural se fundó en 1922 en Tacámbaro, Michoacán, y la última en 1975 en Cedral, SLP. En su mejor momento, las escuelas normales rurales llegaron a sumar 36. Bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, en 1968, se redujeron a 29 . Desde entonces se incrementó la ofensiva violenta para diezmarlas (Ayotzinapa en Guerrero, El Mexe en Hidalgo y Roque en Guanajuato).
Sobreviven 16 (Tiripetío entre otras) con carencias presupuestales que apuntan a desaparecer el sistema de internado y comedor, puntales de los jóvenes provenientes de comunidades empobrecidas y distantes. Han sido constantes los ataques a estos centros educativos. Me tocó conocer a la pandilla de connotados priistas que sacaron a golpes a los estudiantes de Roque, para cerrar sus instalaciones.
Renglón aparte merece el cierre del internado del Politécnico Nacional en el que se conjuntaron los diversos elementos para asegurar el desarrollo educativo de estudiantes seleccionados entre los mejores promedios; entre otros: alimentación, servicio médico, biblioteca, esparcimiento, enseres para la higiene individual y beca monetaria también personal.
Nadie puede narrarme nada de lo ocurrido pues yo, en ese fatídico año de 1956, época de vacaciones, fui despertado por una bayoneta en mi cuello, desalojado de mi cama, y echado del mencionado internado. La fuerza bélica que condujo el ataque estaba conformada entre otros, por elementos del glorioso Ejército Nacional y del cuerpo de granaderos del Departamento del D.F., comandados por el secretario de la Defensa Nacional y el Director General del Instituto Politécnico Nacional y algunos más
La educación con sus características deweyanenses también abarcó a las comunidades de todo el país con menos de treinta niños (Cursos comunitarios); adicionalmente dependían de las Casas-Escuela donde se concentraba la población infantil correspondiente para su formación integral.
En Michoacán se crearon más de 2500 cursos comunitarios y se fundaron 4 de esas casas escuela: Jungapeo, Tecario, Parácuaro y Susupuato. Que nadie me cuente; fui director de esas casas michoacanas.
Al revolucionario Miguel de la Madrid Hurtado no le agradó el sistema curos comunitarios, casas escuelas y de un “decretazo” los modificó.
Este año deben ser 17 normales rurales, si es que el presidente López Obrador cumple su compromiso de reabrir la Escuela Normal Rural de El Mexe, Hidalgo, con el sistema de internado.
Concluyo: la escuela productiva, los talleres, la parcela escolar, el aprender haciendo, la discusión colectiva y asambleísta, la formación artística, la investigación científica y el autogobierno escolar son enseñanzas de Dewey y de aquel grandioso estado mayor pedagógico mexicano de la primera mitad del siglo XX. Las normales rurales son herencia de la revolución mexicana y de sus más caros principios. Que nadie se asuste. En lugar de perseguirlas y exterminarlas, deberían fortalecerlas por mandato constitucional.
Notas tomadas de Rogelio Vargas Garfias* vía Internet.