Vivir con un sentido de comunidad integral // Agenda Latinoamericana Mundial 2022

Jorge Mario Rodríguez

Guatemala

La terrible catástrofe del coronavirus ya no puede ser interpretada como un evento fortuito del cual saldremos en un futuro próximo. Una incompleta campaña de vacunación global —empeorada por redes de desinformación— amenaza que nuevas variantes del Covid-19, cuyas insospechadas secuelas se van descubriendo, puedan provocar una crisis aún mayor. Así, parece innegable que la vida nunca podrá regresar a esa “normalidad” anómala que, de todos modos, ya no alcanzaba a exorcizar algunos de los peligros que amenazan a la humanidad actual y futura.

El Covid-19 ha venido a interpelar el mismo corazón del sistema de opresión global expresado en una desigualdad ofensiva. La enfermedad golpea siguiendo las líneas de injusticia creadas por el neoliberalismo. Sin embargo, algunos señores de la desigualdad albergan hasta el sueño de la inmortalidad, sin reparar sobre la viabilidad de la vida sobre la tierra. Ciertos superricos piensan que pueden sobrevivir en un búnker digno de su fortuna para superar cualquier evento apocalíptico. Sin embargo, sus planes ingenuos caen ante preguntas sencillas cómo la misma fidelidad de los guardias que cuidarían sus vidas. El ser humano es un ser gregario y, como decía Aristóteles, sólo los dioses o las bestias pueden vivir en soledad. Y claramente no somos dioses.

El gran problema de la época contemporánea es garantizar la supervivencia de la humanidad. El ser humano ha olvidado que él mismo es naturaleza, y que su destrucción implica la propia extinción. Las soluciones tecnológicas son insuficientes para remediar este problema y muchas veces agravan la situación. La, en apariencia ilimitada inteligencia artificial, convive con la estupidez más extrema: cada vez más seres humanos se tornan en seres prescindibles.

Vivimos en la edad del Antropoceno: en ella la actividad del ser humano se convierte en el factor fundamental de cambio geológico. Varias tragedias demuestran la magnitud del desastre: entre ellas se encuentra la desaparición de millones de especies animales que, como lo subrayaba la niña sueca Greta Thunberg, se ha acelerado diez mil veces más de lo normal. La pérdida de insectos afecta la preservación de los delicados equilibrios que mantienen la vida sobre la tierra. Una de las consecuencias de esta realidad, es el hecho de estar condenados a vivir otras tragedias de salubridad, aparte de las muertes y precarización que provocan grandes desastres naturales cada vez más frecuentes. Año con año han ocurrido terribles incendios en Australia, el Amazonas y otros lugares. Las inundaciones ocurren tanto en América Central como en Alemania o en China.

Lamentablemente, la tecnología sigue sosteniendo que es posible un mundo más humano, aunque los hechos hablan en sentido contrario. La tecnología aumenta la precariedad humana puesto que el trabajo de las personas se hace innecesario. cumple una función de realización dentro de la comunidad humana. Por otro lado, las fuerzas digitales han afectado el pensamiento crítico del ser humano. Una actitud crítica, popular y generalizada es importante para que las sociedades salgan del mundo virtual que ha afectado negativamente las capacidades intelectuales del ser humano. Esto ha llevado, por ejemplo, a la diseminación de noticias falsas que han agravado la pandemia debido a la polarización de la llamada “guerra cultural”.

Vivimos una época veloz y cambiante en la cual la innovación ha derrotado a los valores de referencia del ser humano. La referencia no es a un pensamiento conservador, sino a algo más esencial. Solo podemos sobrevivir ampliando nuestros valores y reforzándolos en la interacción entre nosotros y con el planeta que nos alberga. Investigadores recientes han puesto de relieve que la naturaleza es un todo interconectado, en el cual la vida nunca alcanza el peso de lo inerte. Algunos especialistas en vida vegetal han descubierto que un bosque, por ejemplo, es un todo interconectado en el cual los vegetales desarrollan estrategias colectivas de sobrevivencia. Por otro lado, cada vez se alcanza mayor certeza de que, a pesar de las grandes diferencias, los animales no son extraños a la sentencia de los seres humanos.

El ser humano no necesita tanto hacerse cómoda la vida, como encontrarle sentido a su existencia. La tecnología se mueve por algoritmos, pero estos no sustituyen al ejercicio de las capacidades críticas ni los anhelos de comprender nuestra existencia.

Por esto, es necesario buscar las maneras de escapar de las tendencias represivas de la tecnología. Esta no busca el beneficio de la humanidad ni resolver sus necesidades, sino el enriquecimiento de sus creadores. Los adolescentes eternos de Silicon Valley ya han demostrado los extremos a los que pueden caer cuando se trata de impedir los males de la tecnología. Los gobiernos autoritarios saben que las nuevas tecnologías multiplican sus posibilidades de vigilancia generalizada. No merecemos vivir en una sociedad en la cual nuestras faltas y méritos son calculados para cuantificar nuestro valor como seres humanos. No se necesita de tanto control para evitar la disidencia, cuando lo que se precisa es de más justicia.

A pesar del horizonte sombrío, existe esperanza. Es hora de que re-conozcamos el fundamento de la solidaridad. Esta surge con el respeto amoroso del Otro. El amor a las futuras generaciones, a la vida en general, debe llevar a plantear un deseo de detener el camino, ahora ineluctable, a la destrucción.

La solución empieza aquí y ahora, en el entramado comunal en el que reconocemos con claridad nuestra interdependencia. La solidaridad es parte del mundo raizal en el cual el ser humano puede resignificar su existencia a pesar de la negación de valor que sus datos representan para el sistema.

La pandemia ha demostrado que solo podemos vivir en comunidad: muchos luchan por su sobrevivencia con el concurso de los Otros. En las redes sociales, en las comunidades concretas, las personas colaboran para brindar ayuda y consuelo al prójimo que necesita medicinas, alimento y oxígeno. La urgencia de los problemas que enfrentamos muestra, sin embargo, que nadie puede ser ajeno siquiera al dolor distante. La comunidad global no podrá salir de la crisis pandémica sin preocuparse por el bien de aquéllos que aparentan estar distantes.

En este contexto, hay un nuevo sentido para la religión profunda, aquella ansia de sentido que da al ser humano la conciencia del lugar que ocupa en un universo que no soporta la indiferencia. Por esto decían Frei Betto y Leonardo Boff, que “cuando una cultura entra en crisis se produce un retorno vigoroso de lo religioso y lo místico”. En este proceso se elabora un “sentido nuevo que religa las cosas que están separadas, que son precisamente las que causan la crisis de la cultura.” Hay que asentarse firmemente en las esferas de solidaridad en las que perviven esos valores que han desaparecido de la infosfera, del mundo de la información.

Este esfuerzo supone la tarea de construir un nuevo orden humilde, pero humano, en el sentido más integral. Este se encuentra a nuestro alcance, en ese amor que une a los seres humanos y la interdependencia con un Universo sentiente. Este nunca podrá ser extirpado por la soberbia tecnológica.

Se debe insistir en que una de las maneras de lograr este objetivo, consiste en reforzar los vínculos en las comunidades espirituales a las que pertenecemos. Se debe participar con entusiasmo en los espacios que se abren para una acción solidaria como bosques, jardines y sembradíos comunales. Los barrios, las comunidades parroquiales, los grupos de activistas deben promover una acción comprometida, la cual implica saber que formamos parte de la vida cuya ética esencial es el respeto del prójimo. Desde la comunidad podemos resistir a un orden poderoso que se basa en la trituración de la dignidad humana. Desde el contacto directo, podemos recordar que somos seres precarios cuya supervivencia digna depende del Otro.

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