Sin olvidar lo que sufre Ucrania, sin olvidar la muerte inútil de tantos jóvenes soldados rusos, quiero tocar un tema positivo que da confianza a la humanidad. El genocidio que sufrieron los armenios entre 1915 y 1922, que se conmemora el 24 de abril de cada año, cuenta entre las peores tragedias, ya que la tercera parte del pueblo armenio que vivía en el imperio otomano fue sistemáticamente eliminada. Las minorías griega y asiria también sufrieron masacres y deportación. Pero, como bien dice Romain Fleury, descendiente de sobrevivientes que llegaron a Francia: “No puede existir genocidio sin justos”. Ese concepto de “justo entre las naciones” fue elaborado por los judíos después del abominable genocidio perpetrado por los nazis.
Hace tiempo los historiadores conocen los testimonios de los que salvaron la vida gracias a compatriotas turcos, kurdos, árabes. Entre muchos testimonios fiables, están el de Stanley Kerr, estadounidense que estuvo presente entre 1919 y 1922, en una misión humanitaria: Los leones de Marash. Experiencias personales (Buenas Aires, 2007, en inglés en 1988), de Kemal Yalçin, Regocijas mi corazón. Viaje entre los armenios escondidos en Turquía (Buenos Aires, 2007) y de Hampartzoum Mardiros Chitjian, Al filo de la muerte, las memorias de H… (México, 2014), un texto desgarrador, escrito por quien fue salvado por varios “justos” entre las numerosas naciones del imperio otomano.
En el año 2000 el libro de Kemal Yalçin estaba ya impreso en Turquía, cuando “por órdenes de arriba” no se pudo poner en circulación; después de esperar un tiempo razonable, la editorial destruyó los 3,000 ejemplares. Yalçin lo publicó en Alemania, luego en Buenos Aires. Es doblemente importante, no sólo por su valor documental (reproduce testimonios de las víctimas, recogidos por el autor), sino porque ratifica el “derecho a la verdad”, tanto para el pueblo armenio como para el pueblo turco.
Los armenios tuvieron que esperar muchos años para que historiadores y escritores turcos tuvieran la peligrosa osadía de escribir y relatar la “verdad” histórica del genocidio. Esos autores combaten el negacionismo oficial de todos los gobiernos turcos, hasta la fecha. Al hacerlo, hasta 2007, 185 escritores y profesores turcos habían sido procesados por “denigrar la identidad nacional”; quien escribe sobre el genocidio es un “traidor a la patria”, como el gran Orhan Pamuk, Nobel de Literatura en 2006, y cae bajo el artículo 301 del código penal turco. Todos ellos, a su manera, siguen el ejemplo de los Justos, abren el largo camino de la reconciliación, de la fraternidad, del amor.
Volví a leer esos libros después de ver en televisión, durante una estancia estival en Francia, en 2021, un documental belga intitulado Los Justos turcos, un silencio demasiado largo, realizado por Laurence D’Hondt y Romain Fleury, visión prolongada por un debate muy interesante. Gracias a los historiadores turcos, yo sabía del prefecto otomano Mehmet Celal Bey, gobernador de la provincia de Alepo (hoy Siria), luego de Konya adonde lo mandaron para castigarlo por haber salvado 6,000 armenios en Alepo. Reincidió en Konya y fue suspendido. Publicó sus Memorias. Lo podemos comparar con el cónsul portugués en Burdeos, Arístides de Sousa Mendes, castigado por haber salvado a miles de judíos (y otros tantos no judíos). Mehmet Celal se había negado a ejecutar las deportaciones mortíferas ordenadas por el Triumvirato joven-turco: “Soy el Estado, y el Estado debe proteger a los débiles”, explicaba a sus hijos y nietos. “Por eso, a lo largo de su vida, intentó proteger a los débiles, sin consideración de origen, clase social o religión”, atestigua su bisnieto Kemal Ceyhan.
Romain Fleury llevó su cámara a los lugares de Turquía y Siria donde el genocidio “se mantiene como un fantasma, en los nombres de lugares, “la tumba del prefecto, el valle de la masacre, el río de los muertos”, nombres que hablan más fuerte que la ideología. El negacionismo formó tres generaciones, pero ninguna ley impedirá que el hombre cuide una tumba”. ¡Qué viva eternamente la memoria de los Justos!
Jean Meyer, historiador en el CIDE