P. JAIME EMILIO GONZALEZ MAGAÑA // María, mujer de profunda fe

      En este mes que celebramos a María, nuestra Madre, he recordado una conferencia que Mons. Bruno Forte, Obispo de Chieti, dio a su presbiterio y en la que se hacía estas preguntas: ¿Quién es María de Nazaret, en primer lugar en su perfil de mujer, como creyente en el Dios de Israel y como Madre y testigo del Mesías, Jesús? ¿Qué dicen su vida y su fe a los discípulos sobre Él? En particular, ¿Cómo vivió María sus relaciones humanas, empezando por las de la familia de Nazaret, y cómo puede su ejemplo ayudarnos a vivir las nuestras? Para responder estas preguntas, Mons. Forte, siguió los pasos de la Madre del Señor, consciente que la discreción de los Evangelios nos permite acompañarlos sólo si nos adentramos en los abismos del misterio a la mirada de la fe. En primer lugar –afirmó-, María, fue una mujer judía de profunda fe. El nombre de María proviene del hebreo «Myriam» o «Maryam». Las posibles etimologías incluyen «mara«, «señora», o «miram», de la raíz «rym», atestiguada en textos ugaríticos con el significado de «alto, elevado, deseado».

      Ya en el nombre de la joven madre de Jesús reconocemos cómo era el objeto del deseo de sus padres, la criatura respetada por su entorno, la mujer venerada y amada. Cuando concibe a su Hijo, María es un almah, término utilizado por Isaías 7,14 («…, el Señor mismo os dará una señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo y le llamará Emanuel), cuya traducción correcta es «mujer joven», es decir, una mujer de poco más de 14 años. Dado que el nacimiento de Jesús debe fijarse en torno al año 6 a.C. -al menos dos años antes de la muerte de Herodes, que había ordenado la matanza de los niños menores de dos años-, el nacimiento de María puede situarse entre el 22 y el 20 a.C. Por lo tanto, en el momento de los acontecimientos pascuales de su hijo, Myriam tenía entre cincuenta y cincuenta y cinco años. La versión griega de la Biblia, llamada Septuaginta y considerada inspirada en el judaísmo de la diáspora, tradujo el hebreo almah por la palabra griega parthénos, es decir, «virgen», abriendo así la puerta a leer el texto como una profecía del nacimiento virginal de Jesús (cf. Mt 1,23).

      Desde el punto de vista de su identidad espiritual, María es presentada como una joven creyente judía, familiarizada con el lenguaje de las Escrituras, como lo demuestra el hecho de que en el relato de la anunciación, las referencias a Is 7,14 en Lc 1,31, o a Sof 3,14-17 y Zac 9,9 en Lc 1,28 («chàire, exulta, llena de gracia…»), son inmediatamente comprensibles para ella. Es una creyente que observa escrupulosamente la Torá: se piensa en cómo respeta las leyes de la pureza ritual, hasta el punto de dar a luz en un establo, para no contaminar la posada y excluirla así de los huéspedes durante todo el tiempo de la purificación: «y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa.», donde la última frase debería traducirse mejor «porque su lugar no estaba en la posada» (Lc 2,7). María piensa también en la observancia de la purificación ritual en el Templo después del parto: «Al cumplirse los días para la purificación de ellos, según la ley de Moisés, lo trajeron a Jerusalén para presentar al Niño al Señor, (como está escrito en la Ley del Señor: “Todo varón que abra la matriz será llamado santo para el Señor)”,  y para ofrecer un sacrificio conforme a lo que fue dicho en la Ley del Señor: «Un par de tórtolas o dos pichones» (Lc 2,22-24).

      La espiritualidad de Myriam es la de la «Shemá», es decir, la de la escucha humilde, obediente y perseverante del Dios Único, para que Él hable cuando y como quiera a su sierva y realice en ella sus obras maravillosas e imprevisibles: en esto María se sitúa en el vértice de la espiritualidad bíblica de la espera, el deseo y la acogida de la Palabra divina. Lo ilustra la escena de la adoración de los pastores, en la que María es la protagonista silenciosa y recogida: ella, «por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). La expresión recuerda una actitud muy querida por la tradición judía: recordar y asociar acontecimientos, en los que se manifiestan los misteriosos designios del Altísimo (cf. Dt 4,9-10. 23. 32). En esto consiste precisamente el estudio de la Torá, que hace memoria de esta actitud meditativa, hecha de análisis, comparación, progresividad, inteligencia, juicio, decisión. Es una actitud constante en María (cf. 2,51), que recuerda, conecta, vive en profundidad su correspondencia con la obra divina, y se deja conducir por el Altísimo, con total conciencia y responsabilidad. María es la mujer meditativa y reflexiva, que se abandona al Señor, Dios Eterno con seriedad reflexiva. Este es, además, el modelo de feminidad en la tradición judía: la mujer sabe mantenerse cerca de la Voz invisible.

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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