SILVIO MALDONADO BAUTISTA // Cartas diversas

El pasado 15 de mayo celebraron el día del maestro festejo que me hizo recordar una carta enviada al C. Gobernador del Estado de Michoacán de Ocampo en la primavera del 83…

CARTA PARA…

CUAUHTÉMOC CÁRDENAS SOLÓRZANO

(Primavera de 1983)

Mayo 22 2022

Respetado señor:

¿Cómo habrá que decirlo?

¿En cuál manera y a quién se debe decir para que se lea, se escuche o se tome conciencia? Parece tan injusto ver a estos mentores arrumbados como trastes inservibles.

¿Para qué les sirven diplomas o medallas recibidas, a estos hombres de 90 o más años si con ellas no pueden comer?

Y no es que les reste valor a esas preseas, no, no pretendo eso. Mi deseo es llamar la atención para que, además de ellas, se les proporcione el cuidado necesario para vivir los años restantes, como justa respuesta a los 25, 30, 50 o más años que dedicaron de su vida al servicio de la educación.

El caso que ahora le relato es real, aunque no tan patético como pudieran ser no sé, los de cuantos hombres que, en alguna parte de Michoacán o de México, esperan resignados, en condiciones difíciles, el momento de su muerte. Éste de ahora, es el caso de José Adalberto Montero.

Quien lo conoce de cerca, sabe, sin duda alguna, que José Adalberto Montero se incorporó a la educación después de algunos años de estudio en un seminario de la gran urbe metropolitana, allá por 1908.

Anduvo de aquí para allá, muchos fueron testigos de su trajinar; cientos, acaso miles bebieron de sus enseñanzas lo mismo en Tuzantla, Tuxpan y Benito Juárez, como en Zitácuaro y Jungapeo. Yo lo recuerdo en mi primer año de primaria, me enseñó a leer y escribir. Apenas si dibuja mi mente su figura alta, delgada, enérgica, presto que fue siempre al hacer del bien más allá de sus aulas, al amor y cuidado de sus niños. No hubo mañana o tarde de aquel quehacer escolar, que olvidara, a más de su cumplida labor, llevar útiles escolares, ora lápices y cuadernos, ora reglas y borradores para obsequiar a sus educandos, con cualquier motivo o razón, para premiar aplicadas actitudes o para cubrir alguna pequeña necesidad en la miseria de aquellos chiquillos, década de los cuarenta.

A veces lo auxiliaba su hija, también delgada, igual de enérgica, pero dulce y tierna y bonita dieciochoañera. Mi infantil latido de seis años se aceleraba a su llegada al aula; con cuánto gusto la veía; con qué atención me aplicaba lleno de miedo de hacerla enojar y perturbar su sonrisa hermosa.

José Montero desapareció de Jungapeo, no supe por qué, ni supe hacia dónde. A la llegada del nuevo año ya no le vi en el obligado ascenso al segundo. Mi mente infantil se planteó dudas que nunca se aclararon. No hubo más obsequios ni enseñanzas bonitas. No supe más. Volé en el tiempo; mis pantalones crecieron y mis pies ligeros en el tiempo también se perdieron.     

Una tarde de abril reencontré a su hija, la maestra delgada y grácil de mis años niños, la Ofelia bonita de 1944, ahora con las huellas que marcan el vivir hasta 1983, pero amable y fina y risueña. Su optimismo contagioso nos enlazó en entretenida plática y surgió Jungapeo, y surgieron la escuela primaria Rural federal Francisco I. Madero y, por ende, Don José Adalberto Montero. En el curso de la conversación me di cuenta de que ella era la maestrita de los 18 años, hija de don José; así, su padre fue el centro de aquel agradable momento.

-¿Y su padre?

-Aún nos vive; por cierto, que este 23 va a cumplir 94 años.

-¡Dios maestra! ¡Qué gusto saberlo vivo!

-Le vamos a brindar una fiestecita todos nosotros, aquí en Tuxpan, en el rancho “El Metate”, ¿por qué no viene con nosotros?, lo invito.

-¿Me invita?

-¡Acuérdese! Es este sábado.

 No fue olvido. No estuve presente el día señalado. Me dolió mucho, pero no asistí. Una semana después apareció Ofelia y con la amabilidad de siempre, impidió mis disculpas.

-No se preocupe, otro día será.

Por cierto –me dijo-, aunque no lo crea, se acordó de usted y de su padre, “cómo no los voy a recordar, los Silvios de Jungapeo”, fueron casi sus palabras.

-Le prometo, Ofelia, que visitaré a su padre apenas esté por Morelia. Déme su dirección.

La visita a don José era obligada. El hermoso recuerdo de sus años docentes motivaba su búsqueda. En el camino recordé que José Montero había sido inspector de zona, pero lo retiraron después de una molesta enfermedad…

Para que no tenga que atravesar a pie el río de Tuzantla –me contaron.

… Y José Montero dejó aquella cómoda inspección para regresar a sus grupos de clase, semanas después, apenas recuperado porque…

Extraño mucho a mis muchachos –dicen que había argumentado.

… Me dijeron también que se había jubilado a resultas de una hemiplejia, así mismo, consecuencia del paso del río de Tuzantla.

Medio sordo e imposibilitado no quiso continuar porque…

-Ya no es lo mismo seguir así porque perjudicaría a mis niños –también había dicho Don José Montero.

Esto ocurrió entre 1967 y 1968.

Después se le cargaron los recuerdos y aunque sin oír, siguió sus clases diez años más, en la cárcel municipal de Zitácuaro, donde el presidente compensaba con seis pesos diarios su “necedad” de seguir enseñando.

José Montero se rasuraba cuando entré a su casa en la unidad INDECO. En la pared de la sala colgaban chuecos y apenas legibles los diplomas recibidos. El más valioso, firmas de López Mateos y Torres Bodet, hacía alusión a sus cincuenta años de servicio.

Y de pronto, apareció José Adalberto Montero y me perdí en espacio y tiempo. Sus 94 años, recién cumplidos, enredaron mis neuronas en añoranzas y comparaciones. Remembré al árbol de Santa María del Tule, inconmensurable gigante de los siglos y comparé…

“¡Dios, por qué tiene que ser así! El árbol guarda más de dos milenios de polvo y tiempo y sigue inmenso, retador, majestuoso con sus ramajes hurgando el espacio.

Don José no alcanza el siglo y apenas puede.

¡Dios, por qué tiene que ser así!

Sus ojos, arruga tras arruga, horizontalidad de líneas. Su espalda encorvada, dolencia de enfermedades, ora el reumatismo o la presión; ora la sordera o la neuralgia facial”.

La medalla Altamirano me la dio el presidente, me contó.

La otra, también de oro, me la regalaron en Zitácuaro; y el anillo fue obsequio de mi último grupo de clase. Aquí me tienes. Yo hubiera querido seguir, pero ya casi no oía.

Habló y habló, cuántas cosas me dijo de esas interminables ceremonias donde los maestros homenajeados son movidos como fardos sin vida, donde solamente quienes los acompañan comen y beben y ríen, frente al sueño de los añosos mentores.

Habló y habló, y me dijo de su trajinar gustoso, escuela tras escuela, una más otra, acumulando satisfacciones, agradecimientos, nombres de alumnos, ilustres personajes del devenir. Habló y habló, y yo perdido en reflexiones con el árbol de Santa María y sus preseas.

“Pareciera justo, la misma medalla otorgada a quien cumple 50 años de labor, entrega y dedicación como José Montero; y a quien los ha cumplido ocioso, transferente negativo, mafioso y obstaculizador, sempiterno hombre del mañana haré esto, mañana voy a hacer aquello, hacedor del no hacer nada; y si del hacer se trata, las búsquedas de robar dineros esencia del enriquecimiento ilícito…”

… me da mucho gusto que me vengas a saludar; ya estoy viejo, pero no te creas, luego quisiera seguir trabajando…

“¿Habrá alguna forma de compensar verdaderamente a estos hombres; de cuidarlos y venerarlos como auténticos valores de la educación?”

¡Ándale, hijo! ¿Tomarás algún alimento, un agua o un refresquito?…

“Se podría premiar a quien verdaderamente lo merece; a lo más selecto”

 … bueno, me han aumentado, pero ya tú ves, en esta época apenas si alcanza…

“¿Por qué no proporcionarles algo más de lo necesario? ¿Qué cosa son ellos? ¿Ejemplos a seguir o lastre inservible?”

… Que te vaya bien. Mira, la próxima vez puedes estacionar tu auto en la parte de atrás de la casa, al fin siempre está libre; yo no ocupo lugar; no tengo coche ni podría moverlo…

“¡Oh, Dios! Me despidió hasta el exterior, agradecido de aquella insignificante visita mía.

Lejos de ahí recordé su cara en las fotos que, en la pared de su casa, reconstruyen su vida; y en el original, realidad añosa. Era la misma, siempre la misma, marco humano de facciones bondadosas, amables, bellas, satisfechas, arrugas más o arrugas menos.”

Nota: la respuesta de Cuauhtémoc fue bellísima, ya la relataré en otra ocasión.

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SILVIO MALDONADO BATUISTA

Silvio Maldonado Bautista. Dr. en Medicina por el IPN. Novelista. Director emérito del CIIDIR (Poner el nombre completo). Radica en Morelia, Michoacán.

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