Querido Padre: sólo le faltan tres años para cumplir el siglo y no se imagina “la envidia” que le tengo. Envidia de la buena, que a mí nunca me ha causado dolor el bien ajeno. Mas envidia, al fin. Sí, con todas sus letras, porque no alcanzo a comprender cómo le hace a sus noventa y siete años para continuar trabajando. Así, tesonero, con inteligencia, sin muchos aspavientos. Con una generosidad inimaginable para quien sólo lo conozca de manera superficial.
Querido amigo: porque así lo considero. Con ese tipo de amistad que yo prefiero: tersa, leal, de contactos breves e intercambios espaciados. De mirarnos uno o dos años y reanudar como si fuera ayer el tema que hubimos dejado.
Querido hermano: porque sacerdote usted, sacerdote yo, aunque sin merecerlo, compartimos la misma vocación, el mismo llamado de Dios a anunciar esa buena noticia de salvación en todos los rincones en que nos encontremos y por todos los medios que nos inventemos. Usted, en su rincón zamorano; mi persona, entre volcanes, paninos y valles intramontanos. Usted, con la “gente de razón”; yo, con la de corazón en la mano.
Querido Señor Director: porque usted no ha soltado las riendas de ese medio impreso que fundó hace 70 años, haciéndole crecer, evolucionar, incidir en los cambios de mentalidad que necesita la sociedad no sólo para vivir en democracia, sino para seguir los senderos del Evangelio; yo… invitado por usted, a participar en sus columnas de opinión: vicio semanal del que no me he liberado los últimos 35 años.
Querido ciudadano: fundador de escuela, de caja de ahorros, de un paradigmático semanario de ideas, constructor del templo de San José allá en Zamora y de una Casa de la Cultura allá en su tierra. Sacerdote-laico. Escritor de estilo conciso, lenguaje castizo. Claro.
Mi querido joven de 97 años. Nada te puedo decir que ya no te lo hayan dicho. Nada te puedo alabar que no te hayan alabado. Entonces sólo me queda sumarme al coro: ¡muchos días de éstos! Y, así lo quiera Dios, como tu persona: muchos otros padres, amigos, hermanos, directores, ciudadanos y jóvenes.
Recibe, con mis oraciones, un fuerte abrazo. ¡Gracias, padre Alfonso!