Que hay una nueva correlación de fuerzas políticas, militares y comerciales en el mundo, cada día resulta más evidente. La hegemonía de los Estados Unidos está teniendo en China su talón Aquiles. La auto asumida supremacía de la cultura occidental está siendo cada vez más rechazada no sólo por el mundo oriental, sino por los reclamos identitarios de los pueblos originarios. El peso milenario de los parámetros morales de la Iglesia Católica se halla cuestionado o por uno y mil relativismos o por nuevos y cambiantes paradigmas…
Y no sólo es la geografía humana la que a todas luces está cambiando. Indubitable, el cambio climático nos habla de una transición en la que no parece ser ya únicamente nuestra madre tierra la que en su actividad evolutiva cambia las eras geológicas, sino que ha surgido a sus expensas un actor nuevo: el hombre que, con su actividad, ha estado causando ambientales desequilibrios.
En este México nuestro, nuestro presidente mañana tras mañana nos machaca con que se está produciendo una cuarta transformación. Que llegó la hora de enterrar al liberalismo y de acabar con la corrupción. Que todo lo malo fue ayer. Que con él ‘ya no es como antes’.
No obstante, habría que preguntarse si cada uno de los factores enunciados, de veras están constituyendo un cambio esencial, una transformación verdadera o sólo un cambio de escenografía con la irrupción de nuevos actores, en tanto el drama puede que siga igual.
Porque se han dado cambios profundos, radicales, como en nuestro planeta los de las eras y períodos geológicos. Las primeras con la deriva de los continentes y la formación de los océanos; los segundos, con las extinciones de especies. Y como en nuestra humana historia, el cambio de recolectores a agricultores. O, cientos de miles de años más tarde, el advenimiento del cristianismo y el de la etapa industrial.
Lo que ni de da por decreto, ni todos los días. Lo que exige además, una enorme objetividad y clarividencia para no confundir un cambio cualquiera, como una trasformación verdadera.