P. JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA // ¿Cómo concretar mi manera de amar y servir?

         María, la Madre de Dios, la Madre de la Iglesia… mi Madre. Su ejemplo y testimonio es inagotable para quien quiere, de verdad, ser mejor cristiano y, por lo tanto, mejor ser humano. Me parece conveniente recordar uno de los pasajes más bellos del Evangelio que es presentado por San Lucas 1, 41-45 a propósito del diálogo entre dos santas mujeres hebreas: «Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!». Destaca la ternura con la cual las dos mujeres comparten el significado de dar con alegría. Las dos se saben amadas por Dios y no dudan en suscitar la alegría en el amado y en contagiar la libertad y la paz. Es un hecho que quien no ama con ternura crea dependencias o mantiene distancias donde es imposible que se libere la alegría.

         Aun cuando en este modo de actuar, María es profundamente femenina, transmite los rasgos fundamentales de una caridad que son un modelo para todos, especialmente en las relaciones familiares y en las relaciones del discípulo de Jesús. Asimismo, nos ayuda a confrontar nuestro modo de servir como cristianos en el ambiente en el que nos movemos y somos. María acompaña a Jesús en su vida pública, empezando por el episodio que tiene lugar el séptimo día de la semana de apertura del Cuarto Evangelio y que, por tanto, puede considerarse el compendio de todo lo que está por venir: el signo de Caná. En el ambiente de una fiesta judía, Jesús se manifiesta como el divino Esposo del nuevo pueblo de Dios, con el que concluye la nueva y definitiva alianza en su Misterio Pascual. Estamos en el punto de inflexión decisivo de la historia de la salvación y la Madre tiene un papel en ella, que el evangelista ha querido destacar, no por casualidad.

         Es ella quien se da cuenta de la necesidad que ha surgido en momentos centrales para la familia que quiere agasajar a sus invitados como se debe y, simplemente le dice a Jesús: «No tienen más vino» (v. 3). Una vez más se manifiesta la atención tierna y concreta de María, que presenta a su Hijo la necesidad de tener amigos. En el vino, pues, mencionado cinco veces en la narración (vv. 3.9.10), es posible reconocer un signo de los tiempos mesiánicos (cf., por ejemplo, Am 9,13: «de los montes brotará el vino nuevo y correrá por las colinas»), que caracterizará el banquete escatológico (cf. Is 25,6) y será ofrecido gratuitamente (cf. Is 55,1). El vino nuevo alegrará el día de las bodas eternas entre el Señor y su pueblo (cf. Os 2,21-24). Bajo esta luz, el banquete nupcial de Caná aparece como el signo de la llegada del tiempo prometido, la hora de la intervención escatológica de Dios, que viene a colmar superabundantemente la espera y transforma el agua de la purificación de los judíos (agua de preparación, de deseo y de invocación: cf. v. 6) en el vino nuevo del Reino. ¡La letra de la Ley se transforma en el vino del Espíritu!

         La respuesta de Jesús, aparentemente cortante: «Mujer, ¿qué quieres de mí? Mi hora aún no ha llegado» (v. 4) indica la sorprendente novedad de este pasaje que se realizará plenamente en la Pascua. Las palabras de la Madre a los siervos son de gran importancia: «Hagan todo lo que Él les diga» (v. 5). Evocan el contexto de la alianza del Sinaí: así como el pueblo de la antigua alianza respondió a la revelación divina asintiendo con fe – «Lo que el Señor ha dicho, lo haremos» (Ex 19,8; 24,3.7)-, así María manifiesta su confianza incondicional en su Hijo, que acaba de evocar el misterio de su «hora». Esto pone de manifiesto, en primer lugar, la fe de la Madre, que se muestra abierta a la posibilidad imposible del signo que el Hijo querrá realizar. La invitación que dirige a los «siervos» (indicados aquí por el término «diakónoi», con el que en 12,26 Juan designa a los verdaderos discípulos de Jesús) muestra el papel de modelo y de madre en la fe que tendrá en la comunidad de la alianza: en María la antigua alianza pasa a la nueva, Israel a la Iglesia, la Ley al Evangelio, por su fe total e incondicional en su Hijo, al que se dirige a sí misma y a los demás. En la Iglesia nacida de la Pascua de Jesús, la Virgen Madre es la que presenta a su Hijo las necesidades de la espera y conduce a la fe en Él, condición necesaria para que el vino nuevo llene las tinajas de la antigua purificación. ¿Nosotros estamos dispuestos a responder a la invitación de María, para ponernos al servicio de los demás de la manera más verdadera y fecunda, que es introducirlos en la fe viviendo y testimoniando la fe?

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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