Se trata de un pequeño pueblo michoacano que, a pesar de no ser muy grande ni tener grandes monumentos, tiene una verdadera joya: la conocida como “la capilla Sixtina de América”.
El paso del tiempo, que transforma los materiales y los envejece como parte de los procesos irreversibles de la naturaleza, ha producido serios y lamentables deterioros en el artesonado, pérdidas de madera, cambios de color, algunas imágenes borradas o escurridas. Ya no es la obra que fue en su origen; adquirió una identidad propia, donde la historia del tiempo quedó plasmada.
EI templo de Santiago de Tupátaro, Michoacán, reviste gran importancia histórica y estética porque en él se conserva uno de los pocos artesonados del siglo XVII que aún podemos admirar en México y que son característicos de la arquitectura colonial de Michoacán.
Por datos de Joaquín García Icazbalceta se sabe que en el siglo XVI Curínguaro y Tupátaro eran dependencias catequizadas por los misioneros agustinos de Tiripetío, y hacia esta misma fecha se tiene registro de Ia existencia de una capilla. Sin embargo, al parecer nada tiene que ver con el actual templo de Santiago, pues su construcción data de 1725.
La sensación que me causó Tupátaro, la primera vez que lo vi, fue de olvido, de abandono, de que el tiempo había dejado su huella en las pinturas. En esa ocasión, estuve sentado por espacio de más de dos horas en el templo, viendo el artesonado y tratando de entender cómo estaba construido. Me preguntaba hasta dónde deberían llegar los trabajos de restauración que estaban por iniciarse. La impresión de soledad y de tiempo detenido fue el factor principal que influyó para tomar la decisión de cómo iban a quedar las cosas; los grandes faltantes, las interrupciones en las imágenes, el sabor y la textura de la madera, la pintura ya envejecida, creaban una atmósfera que era importante respetar de la manera más íntegra posible para lograr , con la restauración, una lectura más fluida de lo que en ese momento se veía.
Por lo general, se piensa que después de una intervención de restauración, la imagen debe verse casi completa y como originalmente fue pintada, obligando a los restauradores a realizar lo que podría llamarse un ejercicio de destreza para interpretar lo poco que ahí queda. Efectivamente, es posible que en Tupátaro se hubiera podido intervenir más; sin embargo, habría sido necesario inventar algunas partes, tomando como base los elementos originales que allí quedaban de la pintura, borrando con ello las huellas del tiempo, elemento importante de la nobleza de las cosas y de su historia. Para llegar a la decisión final de intervenir mesurada y respetuosamente, fue necesario sostener largas discusiones con la comunidad, con el patronato que aportó los recursos económicos, e incluso con Ios mismos restauradores, y efectuar pruebas que ejemplificaran el resultado de Ia intervención. Éste fue el gran reto.
Al iniciarse el trabajo y a medida que éste avanzaba, fue posible observar muy de cerca la pintura e ir descubriendo detalles ocultos, interesantes desde el punto de vista técnico y plástico, que hablaban del artista trabajando: no un artista culto, sino alguien con formación en la técnica, y sobre todo con un gran gusto por las cosas. En su obra, plasmó lo que podría considerarse como el paso del dolor al gozo, pues a pesar de que la serie de imágenes están representadas con una gran carga espiritual y de dolor, a través deI colorido el autor Ies da una dimensión distinta.
En el arte colonial, sobre todo el académico, los tonos grises, oscuros, almagres, cafés o sepias, van acordes con la temática de la pintura religiosa. Sin embargo, en Tupátaro, la combinación espléndida de rojos, verdes, negros, ocres y blancos, con una forma ingenua pero muy rica y dentro de un estilo evidentemente barroco (lleno de curvas y sensualidad, que no admite espacio sin pintar), permitió al artista una extraordinaria manifestación plástica. De esta manera, cuando uno se encuentra frente al artesonado de Tupátaro, no obstante ser imágenes con sentido religioso y representativas de un gran acto de fe, puede admirarse un canto a la vida, a la alegría y al gozo.
Al iniciarse la restauración, los miembros de la comunidad -con el usual ceIo y devoción por sus cosas y, sobre todo, con la exigencia de que éstas sean respetadas-, se mostraban desconfiados bacia la gente recientemente negada de la ciudad. Pero conforme avanzó el tiempo, fue posible que el grupo de restauradores y la comunidad se involucraran en los distintos trabajos del retablo y la pintura del artesonado, lo cual hizo que la población reflexionara en torno de Io que tenía bajo su custodia: reconocer el gran valor e importancia histórica de esta obra que por tradición había tenido principalmente un sentido religioso, despertando en la gente admiración, aprecio y orgullo por esta joya colonial.
Este orgullo, reflejado en los distintos rostros como en un espejo, se manifestó en la gran fiesta popular -como pudimos constatar en la entrega de Ios trabajos-, en la cual, con una alegria inusual, participaron las comunidades de Tupátaro y Cuanajo, las bandas, las mujeres con sus delantales bordados en distintos colores, las niñas con pétalos de flores.
La gente de Tupátaro, que tres días antes se había preparado, limpiando y hermoseando su pueblo, había adquirido conciencia de lo que ha sido y es su historia, su patrimonio, y del valor que tiene su iglesia, lo cual constituye la parte más importante y significativa de cualquier trabajo: recuperar la dignidad de una población. Habría que añadir que estos trabajos proporcionan a todos los que participamos una gran satisfacción y orgullo, por el orgullo mismo de la población, por el trabajo realizado en su patrimonio y por el privilegio de poder disfrutar esta historia de nuestro país.
La recuperación de la pintura, del retablo, de la plaza y del atrio de la iglesia, en donde la comunidad colaboró de una manera extraordinaria, le ha otorgado un digno marco al proyecto y a la población, la cual desde ese día es diferente, pues ha recuperado la confianza de que a partir de estos trabajos (en donde participaron el gobierno federal, estatal y municipal, la población y el Patronato de “Adopte una Obra de Arte” en Michoacán, restauradores y arquitectos) , será posible integrar un proyecto mayor que permita el desarrollo económico de la población, con un manejo adecuado y consciente de los recursos que no desvirtúe la esencia de lo que es Tupátaro. En el futuro, ésta tendrá que ser la tendencia de la conservación en México: restaurar no sólo las obras pertenecientes al vasto patrimonio cultural, sino tratar también que Ias comunidades y habitantes en general recuperen la dignidad, la esperanza y la fe en un futuro mejor.