El patriarca coronado Kirill y el presidente mitrado Vladimir han leído a Dostoyevski. En todo lo que han dicho y escrito, a lo largo de los últimos treinta años, encuentra uno al profeta Fiódor M. Dostoyevski, en su Diario de un escritor (1861-1881). El hombre que profetizó el gran terremoto ruso de 1917 creyó leer el provenir catastrófico de una Europa que quiere y detesta a la vez, porque él mismo se define como “un viejo europeo ruso” y dice que “Europa es una cosa terrible y santa”. Pero dictamina que “Europa está condenada a muerte”, “será destruida por dentro”. Por el individualismo, hijo de la desintegración de la sociedad, consecuencia de la descristianización, obra de los filósofos y de la revolución francesa, y… de la Iglesia católica romana.
Sí; esa Iglesia traicionó a Europa: “el catolicismo, Roma es el verdadero enemigo de Cristo; Roma culpable de haber querido ser ese Estado temporal cuya carne es pecado”. Roma perdió a Cristo y por eso el Occidente se muere. Esa tesis es el fundamento de todas las ideas de Dostoyevski y la encontramos en la “nueva doctrina nacional” elaborada por los patriarcas Alexii II y Kirill, doctrina adoptada por Putin, oficialmente a partir de 2007. Roma –recuerden la extraordinaria leyenda del gran inquisidor, en los Hermanos Karamazov– es la gran impostura cismática, desde hace más de mil años; restaura en realidad la ciudad antigua y Occidente, su hijo, pretende a la dominación universal de los romanos. Mientras que la Ortodoxia, heredera de Bizancio, establece una harmoniosa “sinfonía” entre el Estado cristiano y la Iglesia rusa. El Cristo occidental es “un Cristo nuevo, listo para todos los acomodamientos”, mientras que el Cristo ruso hace de Rusia “la Santa Rusia”, “la Tercera Roma”: las dos primeras cayeron y no habrá cuarta.
Dostoyevski quería la unión de todos los hermanitos eslavos, bajo la dirección de Rusia y la conquista de Constantinopla/Estambul, cuna de la Ortodoxia. En el Diario, escribe lo que es música celestial a los oídos de Kirill y Vladimir. Ponga Ud. “Occidente” en lugar de “Europa” y entenderá porqué. “Nunca ha sido Rusia tan necesaria para Europa, ni más poderosa a sus ojos; sin embargo, nunca ha sido tan marginada de las cuestiones puestas en el viejo continente; nunca ha podido Rusia felicitarse como ahora de no ser la vieja Europa, sino una nueva; de ser asimismo su propio mundo. Ya llegó para Rusia la hora de entrar en una era nueva de esplendor y de poder, y de preservar más que nunca su independencia frente a todas las cuestiones fatales que se ganó la Europa caduca… Europa odia a Rusia, a todos los eslavos; está dispuesta a escaldarlos como un nido de chinches en la madera de la cama de una viejita… Esta Rusia, dice Europa, se va a apoderar del Oriente, de Constantinopla, del Mediterráneo y después nos caerá encima y destruirá la civilización (esta misma civilización que permite tantas atrocidades…).
¿Cómo puede decir eso “si Europa está ya en vísperas de su caída, caída que habrá de ser general y espantosa? El hormiguero sin Iglesia y sin Cristo –pues la Iglesia, que ha traicionado su ideal, hace bastante tiempo que se transformó allí en Estado– con sus cimientos morales conmovidos hasta en su raíz, ese hormiguero está ya todo minado”.
En el último número del Diario (enero de 1881), repite que Europa odia a los rusos y sólo sueña con apoderarse de sus posesiones; esos occidentales saben que el gran pueblo ruso será siempre contrario a su sueño capitalista de burgueses ávaros. Sienten que Rusia lleva la palabra de la fraternidad cristiana que no compagina con su régimen burgués. El gran Fiódor termina con una afirmación que inspiró a Putin su proyecto de Eurasia: “Rusia se equivoca cuando Asia le da vergüenza… No debemos trabajar con los europeos, sino con los asiáticos, porque nosotros los rusos, somos tan asiáticos como europeos… En Europa éramos tártaros, mientras que en Asia somos europeos”. “Y por todo eso exclamo una vez más: ¡Viva la victoria de Geok-Tepé (fortaleza en Asia central)! ¡Ojalá llegue el eco de nuestro triunfo hasta las Indias!¡Y gloria eterna a los soldados que allí quedaron!”. Últimas palabras del Diario.
Historiador en el CIDE