San Ignacio de Loyola, un místico de la obediencia

P. Jaime Emilio González Magaña, S.I.

Este día la Iglesia recuerda a San Ignacio de Loyola, uno grande maestro espiritual quien, junto con Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, han sido reconocidos como los tres místicos españoles del siglo XVI. Aun cuando San Ignacio es universalmente conocido por su contribución en la tradición eclesial de los Ejercicios y el Discernimiento Espiritual, no debemos olvidar el testimonio que nos ha dejado en su Diario Espiritual que cubre el período del 2 de febrero de 1544 al 27 de enero de 1545 en el que alternaba su misión del gobierno de la Compañía de Jesús y el cometido de redactar sus Constituciones.  En mi opinión, los jesuitas no hemos divulgado suficientemente su contenido y su riqueza en el ámbito de la mística cristiana. Considero que mucho nos puede ayudar en las circunstancia eclesiales actuales en las que la obediencia es una de las causas de la crisis de identidad que vivimos en el sacerdocio y en la vida consagrada.

 El objetivo inmediato del Diario es buscar y hallar la voluntad de Dios sobre el tema de la pobreza, decisivo para la Compañía de Jesús. Observamos una dinámica en la que el hombre enamorado de Dios recibe visitaciones y consolaciones que denotan la presencia de la divinidad que se deja hallar. Busca más allá de sus limitadas capacidades porque sabe que no basta su buena voluntad para hacer lo que el Señor desea. Tampoco se quiere fiar de las consolaciones que recibe sino que anhela purificar su interior y salir de sí mismo en un ejercicio de ascesis profunda de tal modo que reciba la confirmación de que está obedeciendo desde un acatamiento amoroso a lo que Dios quiere para someterse libremente a sus indicaciones. Nos encontramos ante la mística de un hombre que quiere someter su juicio y voluntad, ser obediente y estar completamente indiferente para que Dios pueda disponer completamente de él a su entera voluntad.

Para entenderlo, es menester asumir la importancia de la palabra acatamiento queaparece treinta y tres veces entre el 27 de febrero y el 4 de abril. El Diario nos permite acceder al testimonio de Ignacio de Loyola que pone en práctica su ideal de ser un contemplativo en la acción. Es el místico que quiere descubrir lo que Dios le pide para obedecerlo en el trabajo cotidiano, en medio de sus actividades al servicio del Sumo Pontífice que se traducía en beneficio de los hermanos en Roma y en la naciente Orden. Busca, halla y cumple la voluntad de Dios no como un ejercicio mecánico de ascesis basado en penitencias externas sino en las cosas interiores de la vida diaria. No solamente recibe consolaciones divinas sino una especie de calor y contentamiento porque sabe que quiere obedecer lo que Dios le pide en la unión del instrumento con Dios

Podemos decir, por lo tanto, que la mística del Diario es de obediencia. Y esto porque, cuando Ignacio se refiere al ejercicio de la autoridad o cuando trata de la obediencia, lo hace siempre haciendo alusión al amor, hasta “muy de corazón amor”, a la “caridad” y “reverencia como a la persona de Jesucristo”. Su método de búsqueda se basa en una lógica espiritual particular, es decir, en el modo como profundiza la “humildad amorosa”, la “reverencia amorosa”, el “acatamiento amoroso” o “todo acatamiento”. Y desea de tal modo hacer lo que Dios quiere, que Dios mismo le concede abundancia de dones místicos como una forma de confirmar su modo de proceder. Ignacio busca la voluntad de su “Criador y Señor”, quiere saber los designios de su “Divina Majestad”, porque aspira dedicarse todo entero para darle una mayor gloria y dedicar su vida toda a un servicio siempre mayor. Si Ignacio hacía la oblación de toda su persona en los Ejercicios Espirituales [234], en el Diario deja el testimonio de reverencia porque siente la presencia mística de Dios a través del acatamiento amoroso por el que se siente obediente y se sabe completamente sometido a la voluntad divina. Este acatamiento no es solamente la confirmación de su decisión de la pobreza absoluta sino es la certeza de un don infinitamente superior a todos los que había recibido hasta entonces. La relevancia del acatamiento amoroso es tal que ha servido de base para determinar algunos aspectos centrales de la espiritualidad ignaciana.

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