Hoy todo mundo ya sabe que los seres vivientes más pequeños son las células, corpúsculos que pueden observarse en un entorno microscópico. También que se diferencian en dos grandes grupos, a saber: vegetales y animales, y un tercero que, por el momento no viene al caso tratar. Las primeras se caracterizan por poseer gránulos de clorofila y porque pueden desprender el oxígeno del dióxido de carbono, reacción base de la vida.; las segundas, dependen de esta reacción química para vivir. Adicionalmente, gozan de movimiento que les permiten desplazamientos.
A medida que los seres vivos se vuelven más complejos estas características son más notorias y constituyen la esencia de las grandes diferencias entre los seres vivos. En la cúspide de tal división aparecen los seres humanos, como individuos que gozan de los mayores desplazamientos.
Ambos, animales y vegetales requieren obligadamente del oxígeno atmosférico para vivir; en amos casos, ese proceso respiratorio tiene como consecuencia inmediata la producción de dióxido de carbono. De ello, se deduce que las emisiones de dióxido de carbono tienen dos orígenes, naturales y antropogénicas. Primigeniamente, oxígeno y dióxido de carbono existen en nuestro sistema solar; la respiración de los seres vivos (animales y vegetales) ocurre en el sistema solar, nuestra casa, desde el principio de los tiempos.
En los estudios que los científicos han derivado del lanzamiento de aparatos que viajan más allá del límite de nuestro sistema solar, se ha evidenciado que la concentración de oxígeno es mayor dentro de nuestro sistema.
En un ambiente celular y en vivo, visto al microscopio, las funciones primitivas se visualizan plenamente. Las células se alimentan, se reproducen, se desplazan y se defienden del medio Que el hombre las repita a gran escala, multiplicadas al infinito, no debe extrañar a nadie; al fin y al cabo, los humanos, el hombre, no es sino un conglomerado celular. Somos cada uno de nosotros 10,000,000,000,000,000 de células que se mueven, como ya apunté, desde el principio de los tiempos).
Como quien dice, esos diez mil millones de células empezaron a caminar, andar de pata de perro por aquí, por allá y por Santa María Todoelmundo; primero por los árboles, después por recovecos de tierra (hombre de las cavernas), enfrentándose a todo por cumplir con tareas esenciales para la vida; ergo: reproducirse y comer para garantizar la supervivencia, hacer algo para entretenerse y enfrentar los obstáculos que llegaren a poner en peligro su existencia.
Ciertamente, no ha habido cambios desde el principio de los tiempos. El ser humano ha hecho guerra tras guerra; ha comido al exceso y los desperdicios del desperdicio los bota a la basura contaminando severamente el ambiente que le ha dado todo, que le ha dado vida, que puede alimentar a todos los que no comen.
Ciertamente, repito, el hombre respira oxígeno, que cada día se desprende de la multitud de células vegetales, ahora agobiadas por la contaminación humano; pelea con sus congéneres por poseer cualquier pi#n9che m%ad”dre cosa, objeto, extensión, tierra; más allá de lo que realmente necesita para vivir.
Seguramente que las células primigenias, o quien las creó, jamás pensaron que los enfrentamientos llegarían a ser tan destructivos que acabarían con todo. Jamás creyeron que Harry S. Truman, presidente gringo, lanzaría la primera bomba destructora sobre más de 200 000 conglomerados celulares japoneses y destruiría dos grandes ciudades, Hiroshima y Nagasaki. Y mucho menos creería que todas las grandes potencias terrestres (China, Rusia, EE. UU., Reino Unido, Israel, Pakistán, India, Francia, construirían armas nucleares, misiles que, en un minuto, destruyen todo en el entorno afectado.
Por fortuna, el hombre de las cavernas también se ocupó en labores características de la excelsitud humana.
Una de las dos explosiones atómicas de Harrycito jijo de la…
“Bomba del Zar”, de los más destructores.