Sin idea

Aunque algunos consideran a López Obrador un gran comunicador, lo es sólo en el terreno proclive al chisme, el rumor, la teoría de la conspiración.

Macario Schettino

Después de varios días hablando de soberanía, el jueves el Presidente llegó a la conclusión de que el problema con Estados Unidos viene de que Biden no entiende el TMEC, y en consecuencia le enviará una carta para explicarle. Creo que esto lo pinta completo: piensa que el presidente de Estados Unidos tiene algo que ver en una queja comercial, y piensa que él, López Obrador, entiende un texto que no leyó, al grado de poder explicarlo. No es muy diferente de lo que hizo en la visita a la Casa Blanca, en la que se puso a pontificar acerca del gobierno estadounidense al presidente de ese país.

Una persona que no carga con el peso de la educación y el conocimiento, ni se siente encadenado por la verdad, tiene la facilidad de hablar de cualquier tema, en cualquier momento, citando cifras inventadas, aludiendo a anécdotas míticas, apelando a versiones inexactas, alrededor de unas pocas referencias fijas provenientes de la historia simple y ficticia que ha dado por cierta.

Así, con simplezas y lugares comunes, y con el apoyo de los medios masivos, el Presidente sigue hablando diariamente con millones de personas que tampoco tienen las limitaciones mencionadas, sin importar su nivel de ingreso e incluso el tiempo transcurrido en escuelas y universidades. Aunque algunos lo consideran un gran comunicador, lo es sólo en ese segmento, proclive al chisme, el rumor, la teoría de la conspiración. Un gran mercado de ilusiones.

Pero la educación, el conocimiento y el apego a la verdad tienen sus ventajas. Permiten mantener un discurso coherente, permiten evitar la evasión de la realidad, y ofrecen una base para corregir cuando uno se equivoca, como suele pasar. Sin esos anclajes, lo que queda es la incoherencia, la evasión y la necedad.

La incoherencia es evidente en los bandazos mañaneros. El miércoles se anuncia que se pasa de la austeridad republicana a la franciscana, pero el jueves se dice que siempre no, que nada más es cosa de revisar los avances de la política social, por ejemplo. Los grandes proyectos presidenciales, ocurrencias sin sentido, son una muestra clara de evasión de la realidad. Y de la necedad, no creo que se requiera hablar más.

Muchos de los compañeros de viaje del Presidente, recientes o remotos, insisten en que pudo haber sido diferente, pero fueron lentos en alejarse, silenciosos al hacerlo, y todavía hoy demasiado suaves. La falta de educación, conocimiento y honestidad intelectual de López Obrador ha sido siempre evidente. Y es imposible tener un proyecto de nación, como le dicen, o al menos un programa de gobierno cuando no se puede tener un discurso coherente, apegado a la realidad, y la capacidad de corregir cuando es necesario.

No se puede engañar a todos todo el tiempo, dice alguna frase célebre. Conforme se hace evidente el desastre administrativo, la falta de visión, los costos de las ocurrencias, incluso quienes prefieren no dedicar tiempo a la política empiezan a preocuparse.

El camino por el que vamos no tiene ya salidas. Terminaremos el sexenio con una economía más pequeña, con una crisis fiscal, con presiones en precios. Esto puede agravarse si se maneja mal el conflicto con Estados Unidos. Hemos perdido buena parte de los instrumentos que teníamos para conciliar diferencias entre grupos.

El Presidente no aprovecha para corregir sus errores, porque es incapaz de ello. Se la pasa buscando cómo convertir cualquier cosa en un tema político. De ser posible polarizando. Busca anillos para sus dedos, y no oportunidades para el futuro.

Lo único que queda es estimar cuándo será el choque, y de qué magnitud, para construir opciones. Eso haremos. (El Financiero)

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