“La historia ha llevado a Taiwán y a la Santa Sede a caminar juntos durante muchos años. No se puede considerar a Taiwán como un mero legado histórico que se puede dejar atrás”.
(ZENIT Noticias – Asia News / Ciudad del Vaticano).- Con motivo del 80° aniversario de las relaciones diplomáticas entre la República de China (Taiwán) y la Santa Sede, la embajada de Taipei ante el Vaticano organizó este lunes 11 de julio un congreso titulado «»Beautiful Taiwan, the Field of God», dedicado a la historia y los rostros de la presencia católica en la isla. El evento contó con la asistencia del embajador Matthew S.M. Lee y el secretario del dicasterio para la evangelización, Mons. Protase Rugambwa. Expusieron el P. Gianni Criveller, misionero del PIME, el P. Felice Chech, misionero camiliano, y el p. Paulin Batairwa Kubuya, subsecretario del dicasterio para el diálogo interreligioso. Publicamos la intervención del P. Gianni Criveller -quien fue misionero en Kaohsiung y Taipei entre 1991 y 1994- sobre el tema «Historia de la misión católica en Taiwán».
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Los comienzos misioneros en Formosa
En 1624 los holandeses ocuparon la parte sur de Taiwán. Tres años más tarde, Georgius Candidius, un funcionario y misionero holandés, redactó un informe sobre la población local: solo había unos pocos cientos de chinos, pescadores provenientes de la provincia de Fujian. La mayoría de ellos pertenecía a diferentes grupos étnicos.
Los españoles llegaron al norte de Taiwán en 1626. La llamaron Formosa, la isla hermosa, nombre colonial con el que se conoció a Taiwán en Occidente. También llegaron los misioneros dominicos de la provincia del Santo Rosario, que ya estaban trabajando en Filipinas y Japón: dos españoles y 11 japoneses. Construyeron la primera iglesia y fundaron comunidades en Jilong y Danshui, en el extremo norte.
En 1631 se sumaron a los dominicos los franciscanos españoles e italianos, que hicieron escala en Taiwán para entrar en China. Desde Taiwán cruzaron el estrecho para desembarcar en Fujian. De esa manera evitaron Macao, bajo el patronato portugués, que impedía que entraran a China los que no eran jesuitas. En 1633 dos franciscanos y dos dominicos, entre ellos Antonio María Caballero y Domingo Morales, entraron a China siguiendo esta ruta. Cuestionaron el método misionero de los jesuitas, dando lugar a la conocida controversia de los ritos chinos. En 1642 los misioneros católicos y los españoles fueron expulsadospor los holandeses de la Compañía Unida de las Indias Orientales. Así terminó la primera misión católica en Taiwán.
En 1662 el caudillo chino Zheng Chenggong, (Koxinga en las fuentes occidentales), pretendiente al trono de la dinastía Ming y comprometido en la resistencia contra la conquista manchú de China, se apoderó de Fort Zeelandia (Tainan), centro colonial de los holandeses, que se vieron obligados a abandonar Taiwán. Veinte años más tarde, en 1683, los Qing derrotaron al breve reinado de Koxinga y extendieron el control sobre Taiwán para aplastar la última resistencia Ming. Fue entonces cuando Beijing ejerció por primera vez el control sobre la isla.
La segunda etapa: la difícil misión española
Taiwán fue cedida a los japoneses en 1895 tras el tratado Shimonoseki. En el breve intervalo entre la firma y la toma de posesión, se declaró la República de Formosa, la primera de Asia. En 1945 Taiwán fue devuelto a China tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial.
Mientras tanto, la historia de la presencia católica se reanuda en 1859, gracias nuevamente a los dominicos españoles, que llevaban dos siglos trabajando en la provincia de Fujian. Desde Xiamen, los misioneros cruzaron el estrecho y se establecieron en Kaohsiung, la principal ciudad del sur de la isla. Durante noventa años, hasta la llegada de Jiang Jieshi (Chiang Kai Shek) en 1949, los dominicanos fueron los únicos misioneros católicos en la isla.
La labor de los dominicanos no fue fácil: la composición étnica, social y cultural de la isla era muy compleja. Las adhesiones al catolicismo eran raras. A fines del siglo XIX, los católicos eran poco más de 1000, concentrados en unos pocos pueblos donde las comunidades vivían aisladas de su entorno.
Una mención especial merece la pequeña aldea de Wanchin, 60 kilómetros al sur de Kaohsiung. Toda la aldea se adhirió al catolicismo en la década de 1860 y mantuvo la fe a pesar de la hostilidad de las autoridades y los pueblos vecinos. Incluso hoy en día sigue siendo un lugar especial. En Wanchin, la práctica de la fe sigue siendo fuerte y aquí han nacido muchas vocaciones religiosas. En la basílica de la Inmaculada Concepción todos los años se celebra con gran solemnidad el 8 de diciembre. En esa ocasión, la fe se expresa a través de una original combinación de elementos tradicionales chinos, costumbres de las poblaciones locales y formas religiosas heredadas de los misioneros españoles.
Pero en el resto de Taiwán la Iglesia creció lentamente. El primer seminario se inauguró recién en 1920. La presencia japonesa colocó a los cristianos en una posición difícil. Para suavizar las relaciones con el gobierno japonés, en 1912 Taiwán se convirtió en una prefectura apostólica autónoma de habla japonesa, separada de Xiamen.
Los dominicos hicieron todo lo posible para atraer a los taiwaneses a la fe. Pero seguían siendo radicalmente contrarios a los ritos chinos. Esto aumentaba la dificultad para adherirse al Evangelio de una población rural muy conectada con la tierra, las sepulturas, los antepasados, la familia y las tablillas con los nombres de los difuntos. La situación recién cambió después de la Segunda Guerra Mundial. En 1935 y 1939 la Santa Sede revocó la decisión de Benedicto XIV de 1742, y declaró que los rituales en homenaje a Confucio y a los antepasados eran admisibles.
Mientras tanto, con la reforma agraria, la industrialización, la escolarización generalizada y la urbanización, la gente de Taiwán se emancipó de la dependencia de la tierra y la familia tradicional y, por lo tanto, de la práctica de los ritos por los antepasados.
Los problemas diplomáticos involucran a Taiwán
La Santa Sede y la República de China establecieron relaciones diplomáticas en 1942, que es el acontecimiento que celebramos hoy. El segundo embajador chino ante el Vaticano, estamos en 1946, fue el conocido jurista, erudito y político católico John Wu. Se convirtió al catolicismo gracias a su amistad con Nicola Maestrini, misionero del PIME en Hong Kong. John Wu es el autor de «La ciencia del amor», un hermoso ensayo dedicado a Teresa de Lisieux, donde se describe a Teresa como una síntesis de la ética confuciana y la mística taoísta.
Debido a las convulsiones políticas en China, el internuncio Antonio Riberi fue expulsado de Beijing y la nunciatura de la República de China se trasladó a Taipei en 1951. Riberi también estuvo Hong Kong, pero la ciudad era entonces una colonia británica y no podía ser la sede de una representación diplomática. Las relaciones firmadas por Pío XII con la República de China eran, en efecto, relaciones con China: la Santa Sede optó por seguir presente en territorio chino.
En 1970 Pablo VI visitó Hong Kong e hizo un llamamiento a las autoridades de la República Popular China que nunca fue tenido en cuenta. Al año siguiente, el Papa redujo el estatus diplomático de las relaciones enviando a Taipei un encargado de negocios. Pablo VI quiso mostrar la disponibilidad de la Santa Sede con respecto a China y ningún Papa ha visitado nunca Taiwán.
La tercera etapa: la iglesia china exiliada en Taiwán
A principios de los años 50 había 11.000 fieles, 12 dominicos españoles y tres sacerdotes taiwaneses. En ese momento llegaron de China, además del internuncio Riberi, más de 800 sacerdotes y varios cientos de religiosas, chinas y no chinas. Y junto con ellos un millón de soldados y refugiados. El éxodo tuvo un enorme impacto y transformó la isla de manera radical e indeleble. El número de católicos creció de forma impresionante hasta llegar a 300.000. La mitad de la población católica pertenecía a grupos étnicos concentrados en las zonas montañosas del centro de la isla.
Se establecieron seis diócesis y se fundaron escuelas, internados, hospitales, universidades y centros culturales. Las obras sociales de la Iglesia atendieron las necesidades del pueblo en años de grave emergencia por la enorme afluencia de refugiados.
La iglesia de Taiwán tiene un récord singular: en los años 60 y 70 tenía el mayor porcentaje de religiosos del mundo en comparación con el número de católicos. Sin embargo, los obispos y sacerdotes provenientes de China esperaban regresar lo antes posible y crearon una especie de Iglesia en el exilio, poco arraigada entre la población local. Incluso el uso del idioma nacional en detrimento del taiwanés hizo que los taiwaneses sintieran a la Iglesia poco taiwanesa.
Cuarta etapa: la Iglesia taiwanesa y los desafíos de la evangelización
Esta situación se ha ido solucionando en los últimos 30 años, cuando se adoptó el idioma taiwanés en la liturgia y todos los obispos fueron elegidos entre la población local, sea cual fuere su grupo étnico.
En los años setenta, gracias al estudio teológico de la Universidad Católica de Fujen (Taipei), surgieron propuestas de adaptación litúrgica, como la lectura de pasajes de los clásicos sapienciales chinos en las celebraciones o la representación de imágenes sagradas en estilo chino.
En la ciudad de Kaohsiung existe la única iglesia, que yo recuerde, que tiene el presbiterio y el altar inspirado en la forma de un altar familiar tradicional para la veneración de los antepasados. Es la iglesia de Santa Catalina de Siena construida, incluso en su exterior, en estilo chino.
Siguen existiendo, sin embargo, grandes desafíos para la evangelización en los tiempos de la modernidad y en una sociedad que atraviesa un proceso de profunda transformación. Se ha hecho mucho para preservar la identidad de las poblaciones no chinas de las montañas. Estos grupos, unas 200.000 personas en total, cada uno con su propia lengua y cultura, se han mostrado muy dispuestos a aceptar el Evangelio, pero su futuro es bastante incierto. Los jóvenes abandonan las montañas para ir a las zonas industriales sobre la costa, y pierden fácilmente su identidad y su fe.
Ahora las conversiones al catolicismo se han vuelto raras. Encontrar una persona interesada en el cristianismo es una feliz casualidad. Muchos todavía ven el cristianismo como algo extraño al mundo chino y una realidad complicada de entender y practicar. Pero también es cierto que se ha hecho un esfuerzo considerable para acercar la Iglesia a la sociedad y a los jóvenes. No se busca el éxito numérico sino al testimonio creíble del Evangelio, en la dinámica evangélica del pequeño rebaño.
En Taipei me impresionaba cuando un joven taiwanés adhería a la fe. Humanamente hablando, no aporta ninguna ventaja, es más, esta decisión implica dificultades y resistencias por parte de la familia y los amigos. Por lo tanto, me parece que es una verdadera obra de la Gracia.
Termino con este pensamiento: las circunstancias históricas han obligado a Taiwán y a la Santa Sede a caminar juntos durante muchos años. No se puede considerar a Taiwán como un mero legado histórico que se puede dejar atrás. Taiwán es pequeño, pero su historia tiene un gran significado: aquí la Iglesia es libre y vive en paz. Hay libertad, pluralismo, diálogo entre creyentes de diferentes religiones y democracia. No es poca cosa en esta época donde se valora tan poco la libertad, el diálogo y la democracia.
El autor es misionero del PIME y sinólogo.