Izaac Aguilar Ramírez
Ciudad Peronia, Guatemala
El diccionario define a un colaborador o colaboradora como “una persona que realiza un aporte personal de manera voluntaria donde no existe relación de subordinación o dependencia respecto de otra persona o sea un colaborador no se encuentra obligado a colaborar” y a un trabajador o trabajadora como una “Persona que realiza un trabajo a cambio de un salario”. Dicho de otra manera, el colaborador goza de la libertad de colaborar, pero el trabajador, recibe un beneficio por su trabajo, un salario.
¿En qué momento el trabajador dejo de serlo, para convertirse en un “colaborador”? ¿acaso los colaboradores no tienen que recibir pago?, ¿En qué momento una maestra dejó de serlo para convertirse en una “acompañante” del proceso educativo? ¿En qué momento el proceso educativo en las escuelas se convirtió en una fábrica de seres “competentes y competitivos””? Las Palabras no fueron elegidas al azar, sino con toda la intención de quitar la esencia de la relación empleador-trabajador. El neoliberalismo y el capitalismo imperante lo tienen claro, “quitemos la dignidad al trabajador/a”, “quitemos la dignidad al maestro/a” esa es la consigna implícita en ésta realidad. No es de extrañarse que en este mundo globalizado y neoliberalizado desde hace décadas, se haya llegado a vivir y aceptar los extremos de insensibilidad humana, desigualdad económica, crueldad ecológica y egoísmo sin igual. Hoy más que nunca con la pandemia del COVID-19, no podrían obtenerse otros resultados de un sistema económico y social tan inhumano que hoy nos domina, resultados sumamente graves y aterradores. Los ecologistas lo han anunciado desde hace rato, “vamos a destruir el mundo si no paramos de contaminarlo, si no paramos de usar combustibles fósiles, si no paramos de deforestar, si no paramos de contaminar las fuentes de agua, si no paramos…”, y no hemos parado.
Desde hace algunos años, el lenguaje de las sociedades ha ido cambiando de una manera tan sutil en algunos casos, que casi fue imperceptible. Por ejemplo, en Guatemala en la década de los 90, a los estudiantes de Magisterio se les formaba en procesos pedagógicos; el educando, el educador, el aprendizaje, la enseñanza, eran vocablos inherentes a la carrera; sin embargo, hoy estas palabras casi desaparecen con la nueva ola de formación docente. De hecho, la carrera de magisterio ha desaparecido como tal, dando paso a un bachillerato en educación, bachillerato que poco a poco desalienta el espíritu de servicio docente.
En el ámbito laboral, valdría la pena escudriñar el por qué la palabra trabajador/a prácticamente desapareció, dando paso a colaborador/a. Las grandes empresas y conglomerados empresariales han orquestado esta nueva forma de ver y tratar a la fuerza laboral, hasta llegar a casos como la tercerización de puestos de trabajo, que ha crecido en una tierra latinoamericana ya golpeada por el desempleo; obligando a miles de “colaboradores” y “emprendedores” a prácticamente mendigar trabajo. Los casos más sonados de éste tema son UBER y GLOVO, que con un patrón/a sin rostro y sin obligaciones para con el trabajador/a, ven aumentar sus ganancias a costa del trabajo de miles de personas sin beneficios de la seguridad social o el derecho a la organización, por citar dos ejemplos.
Cabe mencionar que éste cambio de paradigmas en el reconocimiento de los trabajadores y trabajadoras, ha contado con un silencio bastante marcado por parte de los conglomerados que defienden los derechos de los trabajadores (sindicatos), así como, en la educación, el silencio de los grandes pedagogos y didactas que poco se han opuesto o (al menos) discutido sobre el porqué debemos crear máquinas competitivas en el proceso educativo latinoamericano.
En este punto, por ejemplo en Guatemala, muchos profesionales de todos los niveles, pero en especial el del nivel medio, ven frustradas sus aspiraciones de superación porque se les educa en un sistema de competencias y cuando llegan a competir en el mundo laboral, se topan con que las ofertas de trabajo no siempre ofrecen seguridad o estabilidad para la vida laboral, es más, terminan manejando taxis o repartiendo comida en motocicleta (trabajos para los que no fueron preparados y que de hecho, el mismo sistema los coloca en una escala inferior, es decir, labores para personas que no tuvieron una escolaridad superior), para un/a patrón/a virtual que, no ofrece respaldo ni mucho menos, y que sí recibe los dividendos de un trabajo realizado, en muchos casos, por maestros, bachilleres, secretarias o peritos contadores. Esto sin tomar en cuenta que la pandemia ha hecho migrar a estos de empleos a muchos graduados universitarios.
Vemos que muchas luchas se siguen peleando desde los colectivos; luchas políticas, luchas ecológicas, luchas por la igualdad de género. Pero ¿y las luchas por la dignificación de los trabajadores y las trabajadoras? En Latinoamérica, la educación lleva un rezago monumental en comparación con la del “primer mundo” y el mundo laboral es una muestra de ello. Las juventudes de nuestros países pobres están creciendo con un panorama más que desalentador. Y sí, podríamos escribir toneladas de ensayos sobre como el sistema capitalista y oligarca ha alcanzado sus metas de dominación y control de los pueblos, obteniendo suculentas y vergonzosas ganancias en el proceso, pero ¿basta con ello? Definitivamente no.
Es tiempo de que se unan esfuerzos y se despierten las conciencias para que las luchas alcanzadas por tantas y tantos a través del tiempo, no se pierdan. Las reivindicaciones para la fuerza de trabajo, que tanta sangre costaron, no deben perderse por ningún motivo. Pero ésta lucha no puede ser llevada a cabo por uno, sino por todas y todos, comenzando, desde mi punto de vista, con un proceso educativo que llame a las cosas por su nombre: trabajo, salario, jornada, etc. Los sindicatos deben despertar de su letargo o dar un paso al costado a nuevas personas que si tengan el coraje que se requiere para rescatar lo que se ha perdido. Son increíblemente numerosos los casos de mujeres y hombres que ven llegada su ancianidad sin un respaldo económico o de salud, después de haber pasado la vida trabajando y que terminan mendigando asistencia, incluso para un bien morir.
No podemos permitir que ésta escalada “educacional” tan egoísta e inhumana siga desgarrando a los más pobres, a los que emprenden una “educación” que no les lleva a la plenitud de la existencia, sino a la esclavitud laboral. En Latinoamérica vamos por ese camino porque el sistema económico, está diseñado para explotar a las juventudes y desechar a los mayores.
Papel trascendental juegan los medios de comunicación masiva que alienan a los pueblos con éstos lenguajes neoliberales, excluyentes y denigrantes, que cada vez más bombardean la conciencia de los desposeídos con ilusiones sin sentido de bienestar, (compra, adquiere,) poniendo dicho bienestar en el consumo y desenfreno a costa de esclavitud y adoctrinamiento para el egoísmo y la deshumanización colectiva, que dicho sea de paso, ha ganado millones de adeptos dentro de los mismos desposeídos, que creyendo que el bienestar está en el tener, no les importa ya empeñar su vida con tal de tener el vehículo, la casa o consolidar deudas en un sistema bancario que ríe con su objetivo logrado, la esclavitud.
Los movimientos de lucha y organización social deben ser la contra fuerza a ésta cultura de las cosas mal llamadas, del adoctrinamiento del capitalismo y el sistema neoliberal que vaya si ha hecho mella en la humanidad de todas y todos, una oscura realidad, que debe ser frenada de inmediato. Son las organizaciones populares las que tienen la tarea de educarse para la humanización; la tarea de organizarse para el despertar de conciencias y la tarea de lucha contra el sistema, porque de no hacerlo, las sociedades latinoamericanas tendrán un futuro todavía más oscuro, plagado de egoísmo, violencia, consumismo, deshumanización.
Ciertamente que la esperanza no debe perderse jamás, pero debe ser una esperanza viva, de lucha, de valentía, una lucha fraterna. Una lucha común y organizada por nuestras trabajadoras y trabajadores, una lucha inteligente y atenta a los más mínimos cambios en el lenguaje, impulsados por el sistema, que luego cambian nuestra percepción de la realidad y por lo tanto nuestra realidad misma; una lucha por nuestras juventudes, por el futuro de nuestra sociedad, que ya bastante ha entregado de su porvenir y que merece cambiar el rumbo; buscando un rumbo lejos del actual.
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