FRANCISCO MARTINEZ GRACIÁN //Con la ilusión de que no nos toque un balazo

         Como es natural que lo quiera o pueda hacer en un país libre un ciudadano cualquiera, en el día, a la hora y en lugar que él quiera, al inicio de la semana pasada lo hizo por la mañana, como es su legítima costumbre, una joven pareja de Sahuayo: salir en sus bicicletas a hacer ejercicio por algunas de sus calles. Mas, en el momento menos pensado, hubieron de tirarse al suelo para guarecerse de una de las varias balaceras que ese día se desataron.

         Pendió su vida de un hilo: una bala los pudo haber o herido gravemente o haber matado. Sólo que, desde hace años en México, tragedias como éstas ya no son noticia, porque como lo cantara el gran Alfredo Jiménez, acá “la vida no vale nada”. Desde luego, para cada uno de nosotros, sí: es lo más valioso que tenemos. Nuestro capital mayor. El regalo y capital fundacional que nos concede Dios. Pero para nuestros gobernantes, no. Más allá de su verborrea habitual, ni la vida ni la seguridad de sus ciudadanos les importa un pelo.

         De ahí que, aparte de tener que luchar cada día por ganarnos el pan, por dar educación y procurar un buen futuro para nuestros hijos, nos vemos obligados a andar a salto de mata -aprensivos, desamparados- al cuidado de nuestra propia seguridad. Los golpes de la vida y la culposa inacción del gobierno nos hacen darnos cuenta de que, en cualquier momento, o podemos ser secuestrados o pueden llegar unos sinvergüenzas a imponernos cobro de piso o podemos terminar tirados en la calle, como esa joven pareja de Sahuayo, con la ilusión postrera de que no nos toque un balazo.

         Como sabemos, constitucionalmente toca al gobierno garantizar la seguridad a sus ciudadanos. Es su obligación. Para eso está. Sandeces como la de “abrazos que no balazos” sólo las puede propalar un merolico cualquiera. Gracias a esos “abrazos” hemos estado atestiguando cómo en varios estados de la república últimamente decenas de familias han sufrido o el asesinato de alguno de sus miembros o la quema de su patrimonio.

         Para un gobierno que se precia de no ser corrupto, su omisa actitud no sólo es corrupción sino, porque denota anuencia con la impunidad, perversidad en grado sumo. Trágico resulta constatar cómo en tanto los criminales parecieran gozar de todas las garantías para hacer sus tropelías, a los ciudadanos de a pie se nos prohíbe defendernos. De ahí que tengamos que andar cuidando cada instante de nuestra vida porque en el instante menos pensado nos puede llevar la chin…

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FRANCISCO MARTÍNEZ GARCIÁN

Estudió Filosofía y Teología, en el Seminario Diocesano de Zamora, Historia en la Normal Superior Nueva Galicia de Guadalajara y fundador de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán.

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