Día 179 de la Operación Militar Especial de Putin. El presidente Macron perdió su apuesta y por lo tanto la mayoría absoluta en el Congreso, de modo que su gobierno, dirigido por una mujer venida de la izquierda, se la ve muy difícil, en situación de minoría, atrapado entre la derecha extrema de la señora Le Pen y el populismo supuestamente izquierdista del señor Mélanchon, admirador de Andrés Manuel López Obrador. En Francia, siempre ha sido difícil gobernar desde el centro, lo que explica el pronóstico de la disolución del Congreso tan pronto como sea posible.
Los analistas hablan de “salto a lo desconocido”, “la izquierda sometida a prueba parlamentaria”: Le Monde en su editorial del 14 de julio apunta que “la historia recordará que la primera moción de censura sufrida por la primer ministra Elizabeth Borne fue presentada por la Francia insumisa” de Mélanchon. Y en otra ocasión, los insumisos votaron contra el gobierno en compañía de los de Le Pen (89 diputados) que se burlaron de ellos. No cabe duda, el compromiso no es para los galos.
En mi breve estancia en el país de los galos, esos insumisos turbulentos que no usan la máscara en plena nueva ola de Covid –a diferencia de nosotros los mexicas– me quedé, una vez más, sorprendido por el odio que despierta Macron entre colegas académicos, tanto de izquierda como de derecha. Rebasa mi entendimiento. A tal grado lo odian que dicen tranquilamente que la señora Le Pen será la próxima presidenta, después de “quince años perdidos” (las presidencias del socialista Hollande y del macronista Macron). Eso sí, no cabe duda, el país se ha cargado, fuertemente, a la derecha y al extremo; desaparecieron la derecha y la izquierda democráticas, son muchos los que denuncian la inmigración: la tercera parte de los que tienen menos de 60 años es descendiente de inmigrados. Son más aun los que simpatizan con Putin.
La diplomacia telefónica de Macrón, sus veinte conversaciones con el presidente ruso, desde el 14 de diciembre de 2021, son ridiculizadas, cuando tenían el mérito de intentar algo. Desde el 28 de mayo, los dos presidentes han dejado de hablarse y Macron ha viajado a Kyiv, pero los “insumisos” franceses se burlan de un presidente que “celebra la ayuda militar que da a Ucrania, cuando es mínima y tardía”. Ahora lo atacan por sus contactos con los Emiratos y con Arabia Saudita… Las dos oposiciones extremistas denuncian a “los que aprovechan la guerra”, como TotalEnergies o el transportista CMACGM, acusados de “llenarse los bolsillos con la especulación desatada por el conflicto en Ucrania”.
Para criticar, los franceses son campeones del mundo. Son incapaces de reconocer que un gobierno de centro-derecha, el de Macron, gestionó bien la crisis Covid: once millones de asalariados recibieron una ayuda sustancial durante dos años. Un país en el cual se toma el 56 por ciento de la riqueza nacional para el gasto público y la redistribución, merece ser calificado de social-demócrata, como bien lo dice mi colega Jacques Julliard. Pero no, decirlo es políticamente incorrecto. Los franceses no aceptan las reformas, invocando, desde siempre, el principio de “las ventajas adquiridas”. Quieren la mantequilla y el dinero para la mantequilla. No aceptan la indispensable reforma de las pensiones, de la misma manera que las corporaciones (los cuerpos de funcionarios, diplomáticos, financieros, jueces, ingenieros) no aceptan perder sus monopolios. Si Macron logra imponer esas dos reformas habrá merecido la patria.
Christophe Bertossi, sociólogo y politólogo afirma que “los próximos meses serán cruciales para no transformar la democracia en fantasma”; se angustia frente a los riesgos que amenazan el sistema democrático en un país profundamente fracturado y frente a la impotencia de Emmanuel Macron, que ve como la encarnación de la “melancolía política” (Le Monde, 22 de julio). No se puede descartar un bloqueo parlamentario tal que lleve a la disolución o a la renuncia del presidente.
Jean Meyer, historiador en el CIDE.