López Obrador ha dicho que la violencia desaparece cuando sólo un grupo controla una plaza, no como descripción de un hecho, sino como propuesta de solución a la inseguridad.
El lunes pasado comentaba con usted el gran riesgo que implica la actitud pasiva del Presidente frente al crimen organizado, que en ocasiones hasta parece respaldar a alguno de los cárteles. Incluso ha dicho que la violencia desaparece cuando sólo un grupo controla una plaza, no como descripción de un hecho, sino como propuesta de solución a la inseguridad.
La política clientelar en México ha derivado en líderes que dependen de grupos al margen de la ley: informales, tianguistas, transporte público, que del otro lado tienen conexiones con el crimen organizado. Esto no ocurre sólo con el partido del Presidente, pero debido a que él concentra más poder que cualquier otro líder en décadas, y al puesto que hoy ocupa, esas redes se convierten en un tema de seguridad nacional. En pocas palabras, el jefe del Estado no puede enfrentar a los criminales sin debilitar su estructura política.
Conforme los líderes de esos grupos han tomado conciencia de esto, sus actividades se han extendido territorialmente, se han expandido sectorialmente, y se han hecho mucho más visibles. Lo atestiguamos la semana pasada: tres eventos aparentemente independientes, culminan de forma similar. El intento de detener al RR en Jalisco se convirtió en actos terroristas en Guanajuato; una trifulca en una cárcel de Ciudad Juárez terminó en una masacre de ciudadanos; la disputa por la plaza de Tijuana, lo mismo.
Algunas personas llegaron a pensar que todo resulta de un Presidente que quiere pasar la Guardia Nacional al Ejército, y puede movilizar al crimen organizado para aterrorizar a la población y con ello doblar a la oposición partidista. Me parece que esta explicación parte de la facilidad con la que creamos ‘teorías de conspiración’. Imaginar una mente maestra detrás de la realidad la simplifica lo suficiente para darle sentido. Eso hace López Obrador con los conservadores neoliberales que viven en su mente, y ahora eso hacen muchos en sentido opuesto.
Creo que el responsable sí es López Obrador, pero lo es debido a su dependencia de grupos clientelares que están imbricados con el crimen organizado. Gracias a ello, su coalición ha llevado a puestos de poder a personas que tienen nexos, o incluso son parte del crimen. No pocos triunfos electorales de esa coalición han resultado de la intervención directa de los criminales. Pero esto no significa que el Presidente los controle. Más aún, no todos los grupos tienen la misma cercanía o relación con él. No es imposible que algunos lo consideren aliado de sus adversarios, mientras otros empiecen a dudar de su lealtad.
Si mi interpretación es correcta, el problema no es que el Presidente controle al crimen, sino que depende de él. Pero el crimen no es un monolito, es una hidra con decenas de cabezas, cada una de ellas dispuesta a comerse al resto. Llevamos 15 años atestiguando los mordiscos, pero sólo ahora ha quedado el Estado preso en ellos, dispensando abrazos a las cabezas. Ya no tenemos a Hércules enfrentándola, ni está él limpiando los establos de Augías. Corrupción e inseguridad, fusionados, han infectado al héroe, convertido ahora en un leproso, enfermizo y miserable personaje que se regodea en la basura de los establos mientras las cabezas lo hienden y descuartizan.
Lo que enfrentamos no se limita al pobre inepto que hoy ocupa la presidencia, aunque él sea un síntoma evidente de la descomposición. Me pregunto si aún habrá fragmentos, órganos sanos en esta sociedad increíblemente permisiva, en esa piltrafa en que se ha convertido el Hércules que alguna vez prometía vencer en todas sus encomiendas.
¿Queda algo de ese Estado mexicano? ¿Podremos recuperarlo? (El Financiero)