Lecciones y posibilidades desde los movimientos migrantes
Un texto inicial sobre este tema fue publicado en la revista cultural Contrapunto, en 2011
Amparo Marroquín
El Salvador
Conocí a Pablo Alvarado en el año de 2011. Pablo es un campesino salvadoreño que nació en Usulután, en el cantón El Níspero, y que en 1989 se fue como refugiado a Estados Unidos. Entró indocumentado y empezó a trabajar como jornalero. La palabra jornalero, como todas las palabras en castellano que empiezan con ‘jorn ‘, hacen referencia a la idea de día. La palabra proviene de las lenguas indoeuropeas en donde dyeu hacía alusión tanto a Dios, como a ese momento luminoso: día en castellano, day en inglés, giorno en italiano, jour en francés. De ahí vienen las palabras jornada, jornal y jornalero.
En Estados Unidos, los migrantes suelen empezar su trabajo como jornaleros. Se juntan en las esquinas de las grandes ciudades o en los estacionamientos de negocios de construcción como los Homme Depot y ofrecen sus trabajos como constructores, albañiles, jardineros, electricistas o lo que sea necesario. Muchos no hablan inglés, sino mixteca, o queckchi, o miskito… o español. Estos esquineros-hacelotodo reciben su pago por las horas que trabajan. Los jornaleros se encuentran en una situación muy frágil y suelen ser víctimas de muchas situaciones de abuso. Pablo Alvarado lo sabía. Vivió en carne propia ese cambio y esa violencia de salir de un territorio conocido, en donde el idioma y los paisajes te son familiares.
En El Salvador, Pablo estudió un profesorado en Ciencias Sociales y trabajó como alfabetizador en una organización comunal. Ya en Estados Unidos, empezó a organizar a sus compañeros migrantes. Él y otros trabajadores habían leído a Freire, y sabían que la comunicación era, fundamentalmente, el modo de estar con otras personas. Entonces, Pablo fundó la Red Nacional de Jornaleros de Estados Unidos (NDLON por sus siglas en inglés). Esta organización reúne a buena parte de los trabajadores temporales e indocumentados que cada día se paran en las esquinas, los parques y las aceras de una infinidad de ciudades norteamericanas. La Red tiene cincuenta organizaciones asociadas en distintos estados y ha ubicado más de 700 lugares en donde los jornaleros llegan a esperar una contratación en la que unos días hay paga, otros no. Mujeres y hombres van de un estado a otro, de una ciudad a la siguiente, de esta calle a la próxima esquina.
Cada año, con cada nuevo presidente que llega a los Estados Unidos, las leyes de migración se endurecen. Una estrategia fundamental de los gobiernos ha sido negar el acceso a la justicia a los trabajadores indocumentados, hasta cansarlos. El miedo también se esparce y los abusos vuelven una y otra vez. El racismo y la violencia están ahí.
Los jornaleros se han convertido en símbolo de la lucha de los inmigrantes latinos. Desde hace muchos años los jornaleros saben que la estrategia fundamental de los grupos conservadores es normalizar el odio. Conseguir que los norteamericanos sean cómplices del maltrato. Forzar a los inmigrantes a una autodeportación. Por eso la lucha de los movimientos migrantes es una lucha de larguísima paciencia. Se actúa hoy, pero se guarda en la memoria cada lección, se documenta, se escribe, se publica, se cuenta desde las radios jornaleras que acompañan cada mañana a los migrantes.
La estrategia es a un tiempo off-line, por ejemplo, acompañar los espacios en donde los jornaleros se paran a esperar trabajo, pero también on-line, a través de la app-jornalera que acompaña a los migrantes desde sus celulares y que ofrece desde medidas para prevenir la COVID-19 hasta la asesoría legal necesaria.
Los jornaleros son parte de un movimiento de millones de hispanos que luchan por el reconocimiento de sus derechos. En 1996, la estrategia de comunicación se transformó en fiesta y música, ritmo y cuerpo. Crearon un grupo de música: Los jornaleros del norte. El origen del grupo se encuentra en un suceso duro, pero que ahora se recuerda con agradecimiento. Ocurrió una mañana de invierno en Los Ángeles. Cuarenta jornaleros se encontraban frente a un K-Mart haciendo fila para hacerse un chequeo médico. La clínica móvil había contratado un conjunto de mariachis para acompañar la jornada de salud. De pronto, una patrulla fronteriza llegó al lugar. Uno de los jornaleros estaba sentado en la silla con la aguja lista para la toma de sangre. Cuando vio venir a la patrulla, se sacó la aguja y empezó a correr.
Este jornalero se llama Omar Sierra. Consiguió escapar, pero supo que otros de los jornaleros fueron deportados. Compuso entonces una canción que denunciaba las redadas dirigidas contra la organización de los jornaleros. Esta fue la primera canción de Los jornaleros del Norte. Seis discos después los jornaleros siguen denunciando y anunciando a través de sus canciones. Los músicos del grupo son de Guatemala, México, Honduras y El Salvador. La cumbia, la balada y el corrido se mezclan con letras de denuncia y protesta. Poco a poco, Los jornaleros han encontrado espacios donde tocar su música. Acompañan seminarios y protestas, venden sus discos de manera directa, pero también en sitios web. Hacen presentaciones en iglesias o en fiestas a las que son invitados. Esta es una lección central. La comunicación se hace desde el cuerpo y desde las sensibilidades del pueblo. Para convocar hay que hablar en los lenguajes de la comunidad. Desde ahí nacen las redes.
Mientras las discusiones sobre la migración continúan en muchos espacios, Pablo Alvarado sigue tocando junto a los jornaleros: “el cambio de Estados Unidos tiene que venir del sur”, señala. Se han enfrentado a Bush, a Obama, a Trump y ahora a Biden. Saben que el cambio no viene de los poderosos, quienes siempre buscan su propio beneficio. “Este tema lo resolveremos nosotros. Migrar es indigno, a nadie le gusta dejar a sus seres queridos, pero la idea de los jornaleros es dar el espíritu de fiesta a esta lucha”. Ahora, NDLON busca unirse a las realidades migrantes que atraviesan el continente. Luchan por los haitianos, los nicaragüenses, los venezolanos que, mientras leemos estas líneas, siguen cruzando fronteras, y siguen siendo recibidos con prejuicios por pobres, por negros, por indígenas, por indocumentados, y ahora, porque seguramente están moviendo la peste que nos ha encerrado, de un lugar a otro.
Con los Jornaleros y con muchos movimientos organizados de migrantes volvemos a recordar que los derechos que hemos conquistado se han conseguido por el ingenio y la música. Por la larguísima paciencia. Por la memoria que anota todo y nos lo vuelve a contar. Estos migrantes han entendido que la música es comunicación y gesto central de desobediencia civil. Nos ofrendan una música que está habitada de muchas músicas. Es la Bamba Rebelde del grupo “Las cafeteras”, integrado por jóvenes que se conocieron en sus clases de música del centro cultural Eastside Café de Los Ángeles, y que ahora responden con su canto a la solicitud de “no hay que migrar, quédese en su país”, diciendo: “Es La Bamba Rebelde que cantaré/ porque somos chicanos de East L.A./ Ay, arriba y arriba y arriba iré/ Yo no creo en fronteras, yo cruzaré, yo cruzaré, yo cruzaré…”.
La música son muchas voces, es Ana Tijoux y Lila Downs, son los siempre famosos Tigres del Norte o Los Jornaleros del Norte. La mejor manera de aprender las lecciones de los jornaleros y los movimientos migrantes es buscar su música: Liberen a la abuela Xóchitl, Ese güey no paga o Serenata a un indocumentado. Y entonces entendemos que la comunicación tiene que ponerse al servicio de ese mundo que se sueña desde los movimientos sociales. Ese mundo que sueñan los niños y las niñas que, en este momento, están cruzando fronteras para encontrarse con sus familias. Y que es desde abajo que llega la liberación, pero que esa liberación debe poder bailarse. Entonces, vale la pena.
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