P. Jaime Emilio González Magaña, S.I.
El acatamiento amoroso que menciona San Ignacio de Loyola en su Diario Espiritual es decisivo por el enfoque que da a las relaciones entre superior y súbdito cuando afirma: “Todos y cada uno de los súbditos, no sólo por las grandes ventajas del orden, sino también para un ejercicio asiduo de la humildad no sólo estén obligados a obedecer al Superior en todo lo que pertenece al Instituto de la Compañía, sino que deben reconocer a Cristo como presente en él, y reverenciarle como conviene”. Así, la mística de la obediencia quedó de tal modo personalizada que sería una constante en pasajes de suma importancia de las Constituciones y en las Cartas sobre la Obediencia. Reverenciar y obedecer a la divina Majestad en el Superior, no mirando en él al hombre con los ojos exteriores, sino a Dios con los interiores tenerle de ese modo reverencia y amor.
Así entendida, la reverencia ayudará a hacer creíble la contemplación en la acción reconociendo y hallando a Dios en los demás como en su imagen. Por su parte, el don del acatamiento se presenta como la percepción de la presencia de Dios y de su voluntad que llama al servicio siempre mayor con una actitud de completa y plena disponibilidad, es decir, en obediencia plena y gozosa. No es otra cosa que la certeza de que Ignacio se ofrece con la misma humildad amorosa y reverencial a la que llega en la Contemplación para alcanzar el Amor de los Ejercicios. Ésta, que es la síntesis más hermosa de la espiritualidad ignaciana, es también el contenido central del Diario Espiritual que en cuanto a su objeto desarrolla una mística de servicio que se describe con el ideal de servir y que él identifica con el amor, más aún, es un amoroso servicio de Dios. Estamos ante una mística del amor que desciende de arriba y le hace mirar a las creaturas según la mirada de Dios.
Esta mística confirmará la importancia de la Encarnación que ya Ignacio había experimentado en Manresa al inicio de su conversión y que, más tarde, estará en el centro de la espiritualidad que sistematizaron los jesuitas de la primera generación. En cuanto a su orientación general, se trata de una mística dependiente completamente de la acción divina. Pone en evidencia que la Santísima Trinidad está por encima de toda su actividad humana, intelectual y sensible. En el acatamiento reverencial se unen el buscar y el hallar; se funden el Creador con su creatura, la divinidad y la humanidad. La mística de la obediencia encuentra su plenitud en el acatamiento amoroso y éste en el servicio porque “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras [EE 230]. Encontramos otro rasgo central de la mística del Diario Espiritual en cuanto que no aparece ninguna huella de lo que se pudiera llamar mística nupcial, esto es, Dios y su Hijo Jesús no es el esposo de su alma, ni siquiera la Santísima Trinidad es considerada como un matrimonio espiritual.
Estamos ante una mística trinitaria por esta razón es claro que cuando afirma que siente su amor con tal fuerza, pide una confirmación de que, efectivamente, viene de Dios cuando dice: “Padre Eterno, confírmame; Hijo Eterno, confírmame; Espíritu Santo Eterno, confírmame… con tanto ímpetu y devoción y lágrimas…”. Su único deseo era cumplir lo que Dios quería, de modo tal que no solamente quiere buscar, conocer y hallar sino que, una vez que lo halla, lo quiere poner en práctica, por eso pide “ser confirmado” y sentir que viene del Señor. Esa confirmación no puede venir sino por la presencia de Cristo en su vida a quien Ignacio se siente plena y perfectamente unido como su único criterio y modelo de su vida. De este modo, una fe cristiana ligada sólo a conocimientos de catecismo, estudios teológicos y tradiciones heredadas ya no se sostiene en el mundo actual. Sólo creerá en Dios el que se haya encontrado con él con tal intensidad que ni los golpes o los éxitos de su vida, ni las aberraciones decepcionantes o los brillos de nuestra sociedad seductora puedan arrancarlo de sus entrañas. Esta experiencia del Dios que se arriesgó a entrar en nuestra historia en su Hijo Jesús, no se da en un lugar aséptico,sino en medio de nuestra realidad fragmentada y a pesar de nuestras debilidades, límites y defectos personales.
Domingo 28 de agosto de 2022.