Desde que su hija se curó de un padecimiento, participa en maratones para recaudar fondos y beneficiar a otros
Puebla.— Una mujer menudita llamada Luisa Julieta Escobar Parra, ataviada con un colorido traje de lentejuelas, sobresale en medio de una marea de corredores enfundados en shorts y tenis.
Vestida de China Poblana, una indumentaria adoptada desde hace décadas como la representación del estado de Puebla, Luisa corre miles de kilómetros con zancadas firmes y una sonrisa que contrasta con la seriedad y el cansancio del resto de los corredores.
Hace un par de años, un milagro curó a su hija del síndrome de West, una rara enfermedad que provoca continuos ataques de epilepsia degradando capacidades motoras y generando un déficit cognitivo.
Desde entonces, la doctora, docente, madre y esposa corre una y otra vez en competencias de media distancia, medio maratón y maratón, en agradecimiento, en busca de milagros para niños enfermos y, de paso, para allegarse de donaciones altruistas.
“Tengo una deuda con Dios, con la vida, con la sociedad, conmigo misma”, afirma Luisa, quien durante más de cinco años ha llevado encima de su ropa deportiva la indumentaria típica poblana comprada en una tienda de disfraces como una forma de llamar la atención para recibir donaciones y también sentirse orgullosa de sus raíces.
La energía que tal vez iba a ocupar en darle el tratamiento a su hija, dice, ahora la dedica a otros pequeñitos. “Ayudarles en su calidad de vida”, agrega la corredora en entrevista para EL UNIVERSAL.
Corredora multicolor con causa
Luisa recuerda que, cuando era niña, los mitos alrededor del asma, limitaron su vida, juegos y hasta alimentación, pero hoy, a sus 38 años, su colorida y alegre imagen ha aparecido en más de 200 carreras, entre ellas los maratones de la Ciudad de México (2019), el Virtual Marathon TCS New York City (2020) y el 125th Virtual Boston Marathon (2021).
Pasó de dormir sentada, cuando era niña, porque al escuchar un pequeño silbido en su pecho, entraba en pánico y sentía que se ahogaba; a jugar, en la secundaria, de defensa en futbol, ejercitarse con abdominales y luego en competencias de empresas privadas para las que trabajaba.
Ahora es normal que una son- risa de oreja a oreja, gracias a que su hija se curó, enmarque las postales de su delgadita figura en sus competencias, como una forma, asegura, de contagiar a los demás de su alegría, motivarlos a tener fe y creer en los milagros.
“Mucho tiempo mi hija olvidó sonreír y eso me partió el corazón. Hoy que ella recuperó la alegría y salud, me da muchos motivos para sonreír y disfrutar la vida al máximo”, relata.
Cuando su pequeña nació con el síndrome de West, Luisa se sentía rendida, sin motivación ni esperanzas, hundida completamente, con el corazón detenido y sufriendo en silencio las convulsiones, la falta de risas y llanto de la menor.
Al correr por las mañanas al lado de su perrita pug, a propuesta de su esposo, inició un desahogo que le dio nuevos bríos para mantenerse en pie.
“Yo lloraba y lloraba, iba corriendo y lloraba, pero regresaba como renovada para atender a mi hija lo mejor posible”, mencionó la doctora.
Y así empezó a correr por su hija. Aquella escena de su esposo cargando en brazos a su niña en el final de su primer maratón (42 kilómetros) fue fundamental para saber que iban a llegar a la meta de la enfermedad.
“A los 20 días nos dicen que sanó, milagrosamente”, dice con alegría.
Desde entonces y de la mano de la asociación civil Camina Junto a Mí, Luisa participa en maratones y por cada kilómetro recorrido recibe donaciones en apoyo a niños enfermos. “Los llamo kilómetros de esperanza”, explica.
En su mano anota el nombre del niño y la familia necesitada y en cada kilómetro va rezando para que Dios conceda el milagro.
“Es un cúmulo de emociones al máximo, siento como si mi corazón explotara. Cuando dicen la línea de salida y yo salgo, creo que me gasto todo el oxígeno porque salgo gritando, tratando de motivar a la gente y saco todas las emociones”, describe.