Apoyo a la democracia
Difícil fue la aceptación de un régimen gubernamental nacionalista democrático, partiendo de los sistemas generalizados de monarquías absolutas. Entre las instituciones que aceptaron, con gran resistencia, tal proceso de cambio figura la Iglesia católica, cuyo régimen central estaba constituido por una estructura monárquica, de la que, hasta la fecha, mantiene resabios.
Ahora el punto importante para un determinado país es el grado de aceptación y ejercicio de un gobierno democrático. A este respecto, es interesante el pensamiento del papa Francisco en torno a un régimen democrático en sí mismo y en su alcance, expresado en su discurso al llegar a Kasajistán.
“Esto es –expresó– lo que se confía en primer lugar a las autoridades civiles, primeras responsables en la promoción del bien común, y se realiza de modo especial en el apoyo a la democracia, que constituye la forma más adecuada para que el poder se traduzca en servicio a favor de todo el pueblo y no sólo de unos pocos…la confianza en quien gobierna aumenta cuando las promesas no terminan siendo instrumentales, sino que se cumplen efectivamente. Es necesario –en todas partes— que la democracia y la modernización no se queden sólo en palabras, sino que confluyan en un servicio concreto al pueblo: una buena política hecha de escucha de la gente y de respuestas a sus necesidades legítimas, de una constante implicación de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamentales y humanitarias, con una atención particular respecto a los trabajadores, los jóvenes y los sectores más débiles.
“Y también –todos los países del mundo lo necesitan—medidas para luchar contra la corrupción. Este estilo político realmente democrático es la respuesta más eficaz a posibles extremismos, personalismos y populismos, que amenazan la estabilidad y el bienestar de los pueblos”.
Podemos aplicar a la situación que rige hoy en nuestro país tan sabios conceptos sobre democracia, anticorrupción y populismos y medir en qué grado nos encontramos frente a esos valores.
Una laicidad sana
El que un país de régimen democrático se declare Estado laico puede entenderse de dos maneras: uno cuya función prescinda y aun se oponga a toda actividad y manifestación pública religiosas, y otra que cuide de que se otorgue la misma libertad de práctica y de expresión religiosa igual para todo grupo religioso, sin preferencia sobre ninguno.
En este último sentido, que es el propio, es al que el papa Francisco se refirió en el discurso de Kazajistán a que nos estamos refiriendo.
“Una laicidad sana –expresó–, que reconozca el rol valioso e insustituible de la religión y se contraponga el extremismo que la corroe, representa una condición esencial para el trato equitativo de cada ciudadano, además de favorecer el sentido de pertenencia al país por parte de todos sus elementos étnicos, lingüísticos, culturales y religiosos. Las religiones, en efecto, mientras desarrollan el rol insustituible de buscar y dar testimonio del Absoluto, necesitan la libertad de expresión. Y, por tanto, la libertad religiosa constituye el mejor cauce para la convivencia civil.