P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
El pasado domingo 4 de septiembre, el Papa Francisco beatificó a Juan Pablo I en la plaza de San Pedro de Roma. Es el quinto papa del siglo XX que llega a los altares, después de Pío X, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. El milagro por el que se concediò su beatificación fue la curación -por su intercesión-, de una niña argentina de once años que padecía una grave forma de encefalopatía. A la muerte de San Pablo VI, el cardenal Luciani fue elegido 263º Obispo de Roma y Sumo Pontífice el26 de agosto de 1978, en el cuarto escrutinio del cónclave. Escogió el nombre de Juan Pablo pensando en el de sus inmediatos predecesores, San Juan XXIII y San Pablo VI. Juan Pablo I falleció inesperadamente el 28 de septiembre de 1978 y, aun cuando su pontificado fue muy corto, de tan solo 33 días,el más breve de la historia de la Iglesia fue el de Urbano VII, que duró solo doce días: del 15 al 27 de septiembre de 1590.
En su primer rezo del ángelus, el 27 de agosto, Juan Pablo I expresó: «Ayer por la mañana, fui a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca habría imaginado lo que iba a suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, los dos colegas que tenía al lado me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: «ánimo, si el Señor da un peso, dará también las fuerzas para llevarlo». Y el otro compañero: «no tenga miedo, en el mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo Papa». Al llegar el momento, he aceptado». Después de la renuncia de San Pablo VI en 1964 a la tiara papal (corona triple que simboliza la potestad del pontífice como vicario de Cristo, obispo y rey), ya no fue coronado con esta histórica insignia pontificia en la ceremonia que desde entonces pasó a llamarse «de inicio del ministerio petrino». También rechazó el trono regio que le fue ofrecido.
Albino Luciani tenía una salud delicada y pudo no haber aceptado la elección realizada en el cónclave. Sin embargo, asintió en obediencia a la voluntad de Dios, que en aquel momento se le manifestaba a través de la elección de los cardenales reunidos en aquel histórico cónclave de agosto de 1978, el año de los tres papas. Desde siempre, se había caracterizado por su gran abandono en manos de la providencia divina y así lo demostró cuando el mundo sufría los efectos de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El magisterio del papa Luciani se encuentra recogido en un pequeño opúsculo de apenas cien páginas, publicado por la Libreria Editrice Vaticana, quelleva por título Insegnamenti di Giovanni Paolo I o “Enseñanzas de Juan Pablo I”.
El pontificado de Juan Pablo I no fue irrelevante y se destaca porque supo hablar con claridad, caridad y una profunda sencillez evangelica. En primer lugar, porque a los ojos de Dios no hay vida humana alguna que lo sea. Juan Pablo I dejó huella en muchas personas por su humildad, por su sonrisa y por su carisma de catequista, como demostró en las cuatro audiencias generales que tuvo. Las tres últimas fueron dedicadas a las virtudes teologales (la fe, la esperanza y la caridad). El tema de la primera fue la virtud de la humildad. En ella comentó: «Tenemos que sentirnos pequeños ante Dios. Cuando digo: “Señor, creo”, no me avergüenzo de sentirme como un niño ante su madre; a la madre se le cree; yo creo al Señor y creo lo que Él me ha revelado». En aquella primera audiencia pidió que subiera al estrado un monaguillo maltés para dialogar junto a él, acercándole el micrófono, sobre el cuidado de una madre enferma por parte de su hijo.
Como se afirma en Forum libertas, en 1949, publicó Catechetica in briciole (Catequesis en migajas) en la que, con claridad y sencillez, ofrece consejos muy útiles para preparar encuentros de catequesis, acerca del modo de relacionarse con quienes participan en ellos, etc. Su intención era hacerse entender por todos, cultos o no. Y lo demostró con creces. En 1976, siendo ya Cardenal Patriarca de Venecia, publicó Illustrissimi (Ilustrísimos señores), una recopilación de cuarenta cartas imaginarias dirigidas a diversos personajes de la historia: de Charles Dickens a Mark Twain, de san Lucas a santa Teresa de Jesús, pasando por Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán), e incluso Pinocho (el títere ideado por Carlo Collodi) y el oso del ermitaño san Romedio. El destinatario de la última carta del libro es Jesucristo. En estas epístolas reflexiona sobre Dios y el hombre, los acontecimientos de la vida y la certeza de la muerte, manifestando su conocimiento del personaje a quien escribe y de la época en la que vivió, y sirviéndose de una finísima ironía.