Cuando España evolucionaba de la monarquía absoluta a la monarquía constitucional, allá por el siglo XIX, navegaba desde un estado donde todos los poderes se hallan refundidos en el Monarca, a otro en el que los mismos poderes se hallan reunidos en un cuerpo, colegiado o individual, también prácticamente ilimitados.
Ilimitación y concentración suelen formar yunta. Aunque a la letra lo haya, la realidad es que en la práctica no existe límite jurídico. Y, si existe, quien o quienes lo detentan, se lo suelen pasar por el arco del triunfo. No más. No menos.
Lo que nos remite a un pasado medieval: princeps solutus legibus. De ahí que en siglo XVI Vitoria arguyera (De Potestate Civili) que autoridad que no cumpla sus leyes hace injuria a la res publica: venga el caso recordar el “¡al diablo las instituciones!” que espetara AMLO… O como dos siglos antes lo espetara el Rey Enrique IV de Castilla: “caso que del tal (derecho natural, derecho positivo y hasta derecho divino) yo no fuese soluto, lo que soy, no sería obligado de le guardar” (Cédula de Juan II, 1453).
Posteriormente, y me refiero al Renacimiento, Bodino en sus Seis libros de la República, argumenta que bueno es y conveniente que quien mande pueda darse el lujo de ejercer el poder sin vinculación obligatoria de las leyes. Lo que conducirá a Hobbes a decir que el poder de un soberano, así se presuma limitado, no admite restricción alguna (Leviathan).
Mayor perversión cobija Rousseau en su Contrato Social con su absolutismo democrático: “un poder absoluto, si dirigido por la voluntad general, porta con orgullo el nombre de soberanía”. ¿Cómo no tener en mente hoy, las ‘democráticas’ mentes de un Putin, de un Ortega o de un Bukele?
De ahí la obligatoriedad constitucional de restringir toda autoridad que se quiera ejercer de manera absoluta. La tentación de quienes se hacen de las riendas de un país es mucha. De ahí la obligatoriedad constitucional de hacer siempre una realidad la división de poderes: que lo oigan la Cámara de Diputados en México y el Senado de la República.
También, habida la pútrida experiencia del Priato en este México que se nos quiere arrebatar, la obligación de parte de tiros y troyanos de evitar no sólo cualquier movimiento absolutista, sino también cualquier intento de autarquismo, que no es otra cosa sino la tentación de conformar e imponer un partido único.