J. EMILO GONZÁLEZ MAGAÑA // Vanidad de vanidades, todo es vanidad

Sin duda, la noticia que ha ocupado los titulares de los medios mundiales de comunicación de las últimas dos semanas ha sido la muerte de la Reina Isabel II. Es una realidad que, mucho más allá de lo importante que pudo haber sido la monarca del Reino Unido -según los criterios de este mundo-, ella ha sido ya juzgada por Dios, del mismo modo como la último y más humilde de las mujeres. Por otra parte, no debemos emular el modelo de la así llamada “familia real”, que no ha sido precisamente ejemplo de moralidad y honestidad, sino que conviene reflexionar sobre lo que le espera a la Iglesia Católica que peregrina en esa parte del mundo. Nos ilumina lo que ha declarado el Cardenal Vincent Nichols, Arzobispo de Westminster, quien recordó que, en su momento, la Reina expresó: «las enseñanzas de Cristo y mi responsabilidad personal ante Dios forman un marco dentro del cual intento conducir mi vida».

            En su opinión, estas palabras de Isabel II son representativas de su fe cristiana, que para ella fue «roca y fuerza» durante los más de setenta años de su reinado. Asimismo, agregó: «los dones de sabiduría, estabilidad, apertura y afabilidad que tanto hemos apreciado en la Reina, debemos recordar la fuente e inspiración que tenían». Por otra parte, explicó que «la situación de la Iglesia en este país no se debilita por la muerte de Su Majestad. Por el contrario, estos serán precisamente los momentos en los que los cristianos se reunirán para rezar y las personas de otras religiones encontrarán un terreno común con nosotros al reconocer la importancia de la fe en Dios para darnos el horizonte, el fundamento y la guía para vivir a través de los tiempos cambiantes. Espero que, con el paso del tiempo, al reflexionar más profundamente, surja con claridad la importancia de la fe cristiana que le dio forma a su día a día».

            Asimismo, añadió: «pienso que en este momento todos pueden entender mejor la importancia de la estabilidad y de la apertura que ella representó. Y digo esto porque los cambios no terminarán. Pero en cierto modo lo que importa es cómo reaccionamos al cambio. Tal vez eso sea lo más importante. Creo que el Príncipe Carlos – ahora Rey Carlos III– heredó esto de su madre. Sé que estará decidido a seguir dando un fuerte testimonio de la importancia de la fe cristiana. Y también que tendrá su propia manera de continuar la tradición de su madre, de pertenecer firme y claramente a la fe cristiana de una manera, según mi opinión, que refleje la renovación que buscamos en nuestras relaciones y en nuestro servicio a la sociedad». Tomando en cuenta el mensaje que el Papa Francisco, obispos y líderes mundiales de todos los continentes han enviado al nuevo Rey, el purpurado se declaró optimista ante el futuro de la Iglesia pues todos hacen referencia a que fue la propia Reina quien dijo que la fe cristiana era la roca y la fuerza de su vida.

            No obstante, lo anterior, tenemos que ir más allá de todas las manifestaciones casi de veneración a la Reina pues no podemos olvidar que todo ello, como dice el libro del Eclesiastés: «… vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. El viento tira hacia el sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento de nuevo. Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol». (Ecle, 1, 2-9).

            Parece que no hemos aprendido que buscar la felicidad y la satisfacción en el poder, la fama y la imagen solamente nos conducen a un vacío aún más grande. Hay que buscar las cosas que traen un beneficio eterno pues la vida es un viaje muy corto para sembrar el bien o el mal y cosechar los resultados de lo que hemos sembrado (Gal 6:7-8). Si no hacemos esto, no sólo perderemos oportunidades para acumular tesoros eternos, sino que experimentaremos la frustración a medida que nos acercamos al final de nuestra vida. ¡Es impactante pensar cómo vivimos amargados, habituados a la corrupción, la violencia y la impunidad; empeñados en contraer deudas innecesarias, empecinados en rencores que acaban con amistades y familias y en muchas otras penas que podríamos evitar si nos convirtiéramos a lo que es realmente fundamental!

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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