La Madre Tierra está en peligro:

LEONARDO BOFF
Brasil

La irrupción del Covid-19, que viene atacando al planeta y a todos los humanos que lo habitan, y generando un número incalculable de víctimas, ha alterado la agenda de la humanidad, sin plantearnos previamente qué tipo de Tierra queremos habitar. Ahora se trata de una decisión nuestra, bien expresada por el Papa Francisco en la Fratelli tutti: “estamos en el mismo barco: o nos salvamos todos o nadie se salva” (n. 32). Algo parecido decía ya, en 2003, la Carta de la Tierra, abriendo su argumentación:” estamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe elegir su futuro… nuestra elección es ésta: o formar una alianza global para cuidar la Tierra y unos y de otros, o arriesgarnos a nuestra destrucción y a la de la diversidad de la vida” (Preámbulo).

Por primera vez en la historia, un virus invisible puso de rodillas a las potencias militares, con sus arsenales de armas letales que pueden eliminar toda la vida de la Tierra. Tales armas no sirven para nada, ni para hacer frente a este ataque que la Madre Tierra ha llevado a cabo como respuesta a nuestra sistemática agresión a su vitalidad.

Varias amenazas pesan sobre el destino común Tierra-Humanidad:

El “principio de la autodestrucción”, es decir, una guerra nuclear que nos mataría a todos y que pondría fin al proyecto humano. Valga la advertencia, antes de morir, de uno de los últimos grandes naturalistas del mundo, el francés Jacob Monod: “somos capaces de mostrar un comportamiento insensato y demente; a partir de ahora, se puede temer todo, incluida la aniquilación de la raza humana; éste sería el precio justo por nuestras locuras y crueldades” (¿Y si la aventura humana llegara a fracasar? Paris 2000).

La segunda amenaza es el “calentamiento global”, siempre abordado en los grandes encuentros mundiales del Grupo Intergubernamental de Expertos Sobre el Cambio Climático (IPCC). Todo el esfuerzo de los países consiste en no aumentar dos grados Celsius, pues esto implicaría una devastación terrible de la biodiversidad. Es decir, muchos seres vivos no tendrían cómo adaptarse a esta situación alterada, y desaparecerían. El gran biólogo Edward Wilson, en una de sus últimas intervenciones, daba los siguientes datos: hoy por hoy, como consecuencia de la voracidad del proceso industrialista, están desapareciendo anualmente cerca de cien mil especies de seres vivos. Y hay un millón de ellas bajo grave peligro. Muchos científicos difunden la idea, ya presente, en un pasado lejano, que llaman del salto abrupto. El clima, en dos o tres años, puede llegar a subir entre 4-6 grados Celsius. Comentan que, bajo la magnitud de este tipo de cambio, ninguna especie de vida que conocemos va a sobrevivir. Y la especie humana, por contar con la ciencia y la tecnología, podría salvarse, pero solo en apenas algunos millones de personas.

La tercera amenaza consiste en el riesgo de sobrepasar “las nueve fronteras planetarias”, entre las cuales están los cambios climáticos, la acidificación de los océanos, la escasez de agua potable y la erosión de la biodiversidad. Se afirma que todas están a punto de ser sobrepasadas. Como la totalidad es sistémica, es decir, que todos los factores están interrelacionados, si estas principales barreras se ven gravemente afectadas, arrastrarán a las demás, produciéndose por esto un colapso en nuestra civilización.

La cuarta amenaza es la insostenibilidad de la Tierra, que se presenta bajo el nombre de “la sobrecarga de la Tierra”. Con los recursos y las capacidades que tiene, la Madre Tierra ya no alcanza a atender al nivel del consumismo instalado en nuestra cultura, especialmente por parte de las clases pudientes. Dicho límite fue sobrepasado el día 22 de agosto de 2020 (The Earth Overshoot). Necesitamos una Tierra y media para atender estas demandas consumistas. Para mantener tal voracidad insostenible los consumistas arrancan violentamente lo que la Tierra ya no tiene. Ella responde con un mayor calentamiento global, con unas realidades cada vez más extremas, con la erosión de suelos fértiles, y con la pérdida de unas cosechas que obligan a millares de personas a abandonar sus tierras queridas.

La quinta es la “creciente escasez de agua potable”. De toda el agua existente en el planeta, solamente el 3% es dulce. De este 3%, solamente el 0,7% es asequible al consumo humano y al de los animales. El 70% (de ese 0,7%) va a la agricultura, el 20% a la industria, y el restante a nuestro uso y al de los animales. Lo más grave es que el agua se ha transformado en una mercancía. Aquí se manifiesta el dilema: el agua, ¿es fuente de vida o de ganancia? No hay vida sin agua. Éste es un bien natural, común, vital e insustituible. Como tal no puede ser sometido al mercado porque pertenece a todos, y todos tienen derecho al acceso, así lo afirmó la ONU, a un agua suficiente y de calidad. Se prevén guerras letales para garantizar a los pueblos ese bien sagrado, sin el cual ningún ser vivo puede sobrevivir.

De cara a este escenario dramático, se han publicado tres documentos altamente significativos al ofrecer principios y valores que pudieran dar un rumbo nuevo al destino humano y al de la vida: la Carta de la Tierra (2003), la Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015) y la Fratelli tutti (2019), ambos últimos del Papa Francisco. Los tres documentos aportan esto en común: el futuro de la vida y de nuestra civilización está en nuestras manos: o cambiamos de rumbo, desde un uso meramente utilitarista y de auténtico expolio de la naturaleza hacia una relación de sinergia y de respeto a sus límites, o vamos al encuentro de un camino sin retorno. Esto puede significar la desaparición de gran parte o quizá de toda la humanidad, así como un ataque mortal a la fina capa que garantiza la vida en la Tierra, la biosfera. La Tierra podrá continuar durante millones de años circulando alrededor del Sol, pero sin nosotros.

Tales amenazas tenemos que evitarlas. Por eso, hay que empeñarse en salvar la vida, y lograr que todo el doloroso esfuerzo humano de miles y miles de años de trabajo civilizatorio no se pierda para siempre.

La actual situación nos convoca a un nuevo comienzo. ¿Por dónde empezar? El Papa, en todos sus encuentros con los movimientos sociales mundiales y en dos encíclicas, lo ha enfatizado claramente: “no esperen nada de arriba, del actual sistema. Viene siempre más de lo mismo o algo todavía peor. Sean ustedes mismos los “poetas” de lo nuevo. Inventen nuevas formas de producción orgánica en consonancia con la naturaleza; inventen una democracia participativa y popular que incluya a todos. Luchen para garantizar los tres Ts: Tierra para vivir y producir, Trabajo para que cada uno sea libre, y Techo para habitar humanamente, porque no somos animales que viven al aire libre”.

Por lo tanto, hay que empezar desde abajo; “luchar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo” (Fratelli, n. 78); de lo local se pasa a lo regional, de lo regional a lo nacional y de lo nacional a lo mundial” (Fratelli n. 101).

Lo decisivo es cambiar la mente y el corazón. La mente: entender la Tierra no meramente como planeta, sino como la Gran Madre, la Pachamama, como una realidad viva que articula todos los elementos para seguir viva y generar vida; y así amarla, guardarla y cuidarla como hacemos con nuestras madres. El corazón: por él sentimos el grito del pobre y simultáneamente el grito de la Tierra (Laudato Si, n. 49); por el corazón sentimos que todo está relacionado con todo (Laudato Si n. 117. 120); es él quien alimenta en nosotros “una pasión por el cuidado del mundo” (Laudato Si, n. 216).

Este cambio de la mente y del corazón implica vivir aquellas virtudes que están ausentes, o presentes de forma únicamente individual y privada: la fraternidad sin fronteras, la dimensión social del amor, la solidaridad y el cuidado de todo lo que vive y existe. Estos son los valores que nos están salvando, y no los mantras del sistema vigente que pone en el centro el lucro, la competitividad, el individualismo, la explotación ilimitada de la naturaleza, el Estado raquítico y el mercado por encima de la sociedad.

Estos valores, enunciados por la Fratelli tutti, han sido universalizados y ofrecidos como base para una civilización que ejerza la política con ternura y amabilidad (Fratelli n. 194 y 196) y sitúe a la economía y a la política al servicio de una biocivilización. Esta biocivilización garantiza una verdadera sostenibilidad cuando se concretiza desde la región, en donde tenemos los pies sobre la tierra, y nos sentimos miembros de la comunidad local al mismo tiempo que de la comunidad universal.

Tales valores demandan un cambio de nuestro paradigma de civilización. Toda la cultura moderna se funda en la concepción del ser humano como dueño y señor (dominus) de la naturaleza; no se siente parte de ella, sino que la utiliza a su antojo. Este paradigma trajo muchos beneficios a la vida humana, pero a la vez construyó formas de destruir la naturaleza y de poner en riesgo nuestra supervivencia. Tenemos que pasar forzosamente a otro paradigma, más amigo de la vida, el paradigma del hermano y de la hermana (frater). En él, el ser humano se siente parte de la naturaleza, colocándose humildemente en el mismo nivel terrenal, junto a todos los demás seres considerados como sus hermanos y hermanas. Y de hecho, hay que tratarlos como hermanos y hermanas, con cuidado, respeto y amor. Toda la primera parte de la Fratelli tutti trata de esta fraternidad universal y del amor social (n. 6).

Si no transitamos del señor y dueño al hermano y hermana, difícilmente cambiaremos nuestro modo de producción, de distribución y de consumo, para formar una relación de amistad y cuidado para con todos los seres, por más humildes que sean.

Evidentemente eso no se hace de un día para otro. Es un proceso que puede ser lento pero necesario. Y los protagonistas principales de la gestación de este cambio de paradigma son los de abajo, aquellos que han sufrido la violencia secular de la explotación del sistema productivista, asesino de vidas tanto de la naturaleza como de la humanidad, tal y como lo repite el Papa en varias de sus intervenciones públicas, así como en las dos encíclicas.

El ideal a seguir es superar los soberanismos caducos y asumir las interrelaciones que todos los países desarrollan entre sí dentro de la Tierra, que es la matria y la patria de todos. La Covid-19 demostró la urgencia de esta solidaridad supranacional, así como de pensar en una solución global para un problema global, como se está mostrando en la pandemia del coronavirus.

El sueño que aparece claro en los textos, tanto de la Carta de la Tierra como de las dos encíclicas papales, es el de la emergencia de un mundo no solamente posible sino necesario, dentro del cual quepan los varios mundos culturales y todos, la naturaleza incluida, dentro de una única Casa Común: la Tierra, nuestra Gran Madre que a todos nos acoge y alimenta.

Agenda Latinoamericana Mundial 2022

 

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