No queda ninguna duda de que el presidente López Obrador nombrará a quien vaya a ser candidato o candidata presidencial de su fuerza política.
Enrique Quintana
Decía un presidente de la República de otros tiempos que la decisión más difícil y trascendente para un primer mandatario era nombrar a su sucesor.
Suena raro hoy que en una democracia el presidente en turno tenga la potestad de nombrar a quien lo va a suceder. Pero no se veía extraño en aquellos momentos.
Hay indicios de que esos viejos tiempos regresaron.
En Morena, pero también fuera de ese partido y entre toda la clase política mexicana no queda ninguna duda de que el presidente López Obrador nombrará a quien vaya a ser candidato o candidata presidencial de su fuerza política.
La decisión se podrá vestir de un formato de encuesta, de consulta o de lo que usted quiera, pero estará muy claro de quién vino la bendición.
Por ahora, con una oposición que no encuentra una figura que la aglutine, y con fracturas derivadas de diferencias legislativas, el bloque oficial encabezado por Morena es claramente el que tiene mayores posibilidades de triunfar en la elección presidencial de 2024.
Por esa razón, el proceso sucesorio se parece al de los viejos tiempos priistas. Lo decisivo puede ser lo que ocurra adentro de la 4T.
Subrayo que las circunstancias se parecen, no que sean iguales.
En el pasado, los aspirantes no podían expresar de manera abierta su interés y mucho menos hacer proselitismo. Ahora lo hacen, aunque responden elípticamente cuando se les pregunta expresamente por su aspiración.
Como en el pasado, no obstante, las ‘patadas bajo la mesa’ ya están a todo lo que dan.
Como me expresó una persona que integra el gabinete: ‘la pelea está a cuchillazo limpio’.
Resultó gracioso en la mañanera de ayer el llamado del presidente López Obrador cuando dijo: “hay que buscar la unidad”, después de comentar que quería mucho a Layda y respetaba mucho a Monreal.
El ataque lanzado por la gobernadora de Campeche en contra de Monreal debió tener el aval presidencial. No se iba a lanzar Sansores a una ofensiva así sin la bendición de Palacio.
El cálculo del presidente es que él pueda mover sus piezas para colocarlas en las posiciones que más le convienen. Y si hoy toca golpear a Monreal, no duda en hacerlo por la vía de Layda.
¿Habrá considerado el presidente el riesgo que estas jugadas traen consigo?
¿Qué pasaría al interior de Morena si Ricardo Monreal y un pequeño grupo de fieles seguidores toma la determinación de abandonar el partido y buscar cobijo en otras siglas, digamos Movimiento Ciudadano?
Tal vez no haya ninguna sacudida. Sería la enésima vez que lo hubiera hecho Monreal.
Esa es la apuesta presidencial. Pero a veces las grietas se forman a partir de pequeñas fisuras y las fracturas surgen de las grietas.
Si la movida le sale bien al presidente y se deshace de Monreal sin mayores costos en las preferencias electorales. ¿Qué seguiría? ¿Le tocaría el turno a Ebrard?
El juego que ha emprendido López Obrador puede salirle muy bien y seguir hasta el final con el control pleno del proceso sucesorio, sobre todo si la oposición sigue como se encuentra hoy.
Pero, un resbalón, un mal cálculo, una acción más agresiva por parte de algunos disidentes de Morena pueden significar una secuencia de eventos inesperados.
En el viejo priismo, los presidentes de la República retrasaban el destape de su ‘corcholata favorita’ todo lo posible pues sabían que a partir de que ocurriera, su poder iba a ir en declive rápidamente mientras que el del ungido iba a crecer espectacularmente, mucho antes de la elección.
López Obrador lo sabe y por la misma razón que otros presidentes en el pasado, va a tratar de que este proceso se alargue tanto como sea posible.
Pero, el riesgo que corre es que se le salga de control.
La amenaza de conflicto entre figuras morenistas que vimos esta semana es apenas una pálida evidencia de lo que puede venir en el futuro. (El Financiero)