López Obrador es profundamente ignorante. Por eso piensa que se pueden reducir los gastos sin tener un costo por ello. Le ‘hackearon’ Pemex y ahora la Defensa.
Se cosecha lo que se siembra. A golpes de voluntad no se logra más que el desgaste y la decepción. Gobernar sí requiere algo de conocimiento, mucho de negociación y una poca de idea.
Andrés Manuel López Obrador es profundamente autoritario. Eso le otorga la sumisión de quienes no tienen otra opción y el rechazo de aquéllos con horizontes más amplios. Conforme pasa el tiempo, los que le quedan son quienes cobran algo, o esperan hacerlo pronto. Ni el dinero ni los espacios políticos son infinitos, y el margen es cada día menor. Cuando llegue el momento de las opciones, habrá que contar cuántos le quedan.
Andrés Manuel López Obrador es profundamente ignorante. Por eso piensa que se pueden reducir los gastos sin tener un costo por ello. Le hackearon Pemex, y ahora la Defensa. Se viene abajo la infraestructura de la Ciudad de México, resultado de sus brillantes ideas cuando la gobernó. Su gobierno es incapaz de cumplir con necesidades básicas: vacunas para los niños, medicinas para los enfermos, escuelas para los estudiantes.
Voluntarismo, autoritarismo e ignorancia le hacen creer que no hay problema en ganar elecciones en pactos con criminales. Que sus grandes proyectos darán algún resultado. Que quienes hoy reciben puestos y dinero de su parte le seguirán siempre agradecidos. Que si los mexicanos aguantaron ya cuatro años, contando dos de pandemia, son capaces de aguantar cualquier cosa.
No es así. No se transforma el país con voluntarismo y autoritarismo, mucho menos cuando lo que priva es la ignorancia. Se puede destruir, sin duda, como él lo ha hecho, pero no se sientan bases para lo que sigue. No darse cuenta de que el tiempo se agota, y de que todo poder es transitorio, puede ser su último error.
Sin una idea clara de en qué dirección moverse, sin conocimiento de las estructuras y redes de gobierno, reventando aliados a cada paso, el margen de maniobra se ha estrechado demasiado. Ha puesto en riesgo a su principal soporte, el Ejército, al obligarlo a realizar actividades que no le corresponden, al ponerlo frente a la sociedad, al depender de un secretario frívolo y ambicioso, que ha ido perdiendo el respeto de colegas y subordinados. No cuenta ya con una administración pública, en el sentido que se quiera. No tiene ya dinero disponible. No tiene resultados.
En esas circunstancias, su gobierno es extremadamente vulnerable a golpes externos. Y si algo abunda en estos momentos, es precisamente eso. Ya tenemos con nosotros la mayor inflación en 20 años, y todo indica que enfrentaremos una recesión en 2023. Se derrumba el régimen dictatorial en Cuba, mientras Sudamérica sufrirá la ausencia de China. Se desploman los totalitarismos de Putin en Rusia y de Khamenei en Irán. La Unión Europea se redefine. Nosotros entramos a un panel arbitral con nuestros socios. Cualquiera de estos elementos, de forma independiente, sería difícil para un gobernante medianamente capaz.
Es tal la avalancha de complicaciones, que López Obrador no encuentra otra salida que Chico Ché. Ya no le alcanza con culpar a los conservadores, ni achacar los problemas a una campaña de sus adversarios. Hay que recurrir al pastelazo para medio distraer al público. Y es que su gobierno, y la Carabina de Ambrosio, son indistinguibles.
López Obrador ha pasado de ser incompetente y limitado a ser simplemente patético. No dudo que en un par de años México pueda recuperarse, mucho más rápido de lo esperado, de este trágico performance, pero es algo que bien pudimos habernos ahorrado. O tal vez no, tal vez era necesaria esta farsa para borrar, de una vez por todas, esa utopía del nacionalismo revolucionario, del izquierdismo latinoamericano. Ya veremos. (El Financiero)