Con todo y la 4T, vivimos un tiempo de transición. Derrumbadas las esperanzas políticas del pasado: PRI, PAN, PRD, no parecen seguras las alternativas de un presente que nos encamine a un futuro mejor.
Porque se trata de una etapa de construcción, no nos resulta lícito vivirla de manera pasiva. Tampoco de manera confusa. Mucho menos de manera individualista, como ésa en la que cada uno se pone a gritar: “¡sálvese quien pueda!”. En realidad, lejos de todo mesianismo, lo que nos resta es trabajar coordinando esfuerzos. Y en solidaridad.
Haciéndolo nosotros mismos sin esperar que del poder en turno provenga esa tan chachalaqueada transformación que a fuerza de mañaneras piensan que la pueden hacer realidad. ¿Por qué? Porque el sistema y los juegos de poder, vestidos de otra manera, no pasan de ser los mismos. Tanto que quien tenga el poder de pronto parece irrelevante cuando la corrupción permea en cada una de sus estructuras.
En ese sentido la esperanza no transcurre por los pasillos del palacio nacional, ni por los corredores de los palacios consecutivos. Por ahí no va a correr la renovación de la sociedad. Tampoco, por lo visto y vivido, la justicia, ni la seguridad, ni el desarrollo, ni la redención de la marginalidad.
Construir una sociedad nueva con alternativas concretas para que en todo nos vaya mejor, pende de esa sociedad básica de la sociedad que no es otra cosa sino nuestras familias. Nuestros clanes. Nuestros barrios. Nuestras colonias. Partiendo siempre de abajo para arriba y sin esperar nunca que los de arriba lleguen a participar, porque asidos como están a las ubres del poder, no las dejarán por lo que habrá que expulsarlos de su lugar.
Desde luego que para lograrlo requerimos, una y otra vez y hasta el infinito, de comenzar nuevos movimientos sociales, juveniles, estudiantiles, femeninos, masculinos, campesinos, indígenas, eclesiales… De otra manera no lograremos alternativas creíbles.
Se trata entonces de movimientos de base, orientados a la inmediatez de resolver los problemas de la alimentación, de la casa, del vestido, de la educación, del trabajo, de la seguridad y de la justicia. Se trata de no estar esperanzados a los de arriba y recurrir a nosotros mismos, que al parecer no hay de otra.