“El género humano, cuando escucha a Satanás, es maldito. Y es una maldición para todos los reinos creados por Dios, el animal, el vegetal y el mineral”, me dijo alguna vez Don Ezequiel Mendoza Barragán, cristero místico del rancho de las Pingüicas, Coalcomán y fundador de Las Mesas, Petatlán, Gro. Cuando el presidente brasileño Bolsonaro acelera la destrucción de la selva amazónica, cuando las compañías mineras fabrican desiertos, cuando nuestra gente, grandes empresarios y pequeños talamontes, arrasa con todo, me acuerdo de la reflexión profética de don Ezequiel.
Si Usted se toma la pena de leer el libro del periodista Ian Urbina, Océanos sin Ley. Viajes a través de la última frontera salvaje (2019), terminará pensando que es cierto. Se trata de lo ilegal y voraz sobre explotación y destrucción de todo lo que vive en los mares. Es una vieja historia, ciertamente. En 1940, el gran escritor Steinbeck, para alejarse un poco de la polémica levantada por su novela Las uvas de la ira, se embarcó con un amigo biólogo para una expedición científica en nuestro Mar de Cortés. Al año siguiente, ambos firmaron un libro que, después de la muerte de su amigo, Steinbeck volvió a editar bajo el título de The Log from the Sea of Cortez (1951; en español, Por el Mar de Cortés, 2017). Lo leí hace mucho y nunca olvidé la terrible descripción que hizo de la devastadora pesca industrial japonesa en nuestro mar.
Ochenta años después, los avances tecnológicos han dado una dimensión mundial al desastre. En junio, valientes investigadores de la universidad oceánica china de Quingdao publicaron un estudio en Regional Studies in Marine Science; finalmente, un equipo de periodistas de Le Monde sacaron en cuatro grandes planas el resultado de nueve meses de trabajo: “Mar de Arabia. Razzia china sobre el calamar” (10 de julio). Durante esos nueve meses siguieron las actividades de los buques chinos de pesca industrial en el noroeste del oceano Índico, conocido como el mar de Arabia. La razzia empieza en agosto y termina en mayo del año siguiente, usando técnicas que pertenecen a la “pesca no regulada”, manera elegante de decir “ilegal”: pesca de noche con grandes proyectores que atraen y encandilan a las víctimas. China es el principal actor, en todos los mares, de la sobrepesca que amenaza la vida acuática, pero el calamar, el pulpo y todos sus parientes son también víctimas de nosotros los consumidores: el mercado mundial del solo calamar representa 12 mil millones de dólares. China captura entre 50 y 70% del total. Como casi ha acabado con el calamar de sus mares, China lanza sus flotas cada vez más lejos, hacía la India, Indonesia, hasta Argentina.
No es China el único depredador; Irán, Corea del Sur y Vietnam siguen su ejemplo. Los barcos de pesca congelan la pesca del día y grandes buques especializados vienen cada mes a recoger la cosecha y abastecer las tripulaciones. Así, la pesca es contínua y durante nueve meses los pescadores no necesitan bajar a tierra. Ian Urbina estima que 600 es el número de barcos chinos que acaban con el calamar en el oceano Índico, pero el estado indio de Kerala calcula que son mil. La presión ha aumentado de manera catastrófica desde 2015; además esa flota ahora captura todo lo que vive, de día y de noche, especialmente el atún: sin declararlo por ser una especie protegida. Piénsenlo bien, ustedes los fanáticos de sushi. En marzo, Greenpeace International publicó un estudio (Squids in the Spotlight) bastante dramático: “Entre la intensificación de la pesca industrial no reglamentada en alta mar y la falta de datos y reglamentación adecuada, es obvio que la industria no ha aprendido nada de la desaparición de las poblaciones de peces en los últimos años”.
Y China celebra el lanzamiento del más grande navío refrigerador. Sin comentario. Sí, uno: China es el mayor predador por su tamaño mismo, pero la práctica es universal y sería muy larga la lista de los países que toleran y alientan esas prácticas.
Jean Meyer, historiador en el CIDE.