P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Octubre es el mes del Rosario y las celebraciones comienzan el día 7 con la fiesta de Nuestra Señora, instituida por la victoria de Lepanto, hace 451 años. Se evoca el recuerdo de un enfrentamiento naval, ocurrido el 7 de octubre del 1571, entre los musulmanes otomanos y los cristianos, por la expansión y el control del mar Mediterráneo. Esta batalla representa una de las confrontaciones navales más importantes de la historia. En ella se enfrentaron el Imperio Otomano, conocido también como el Imperio Turco -éste buscaba tener el control total sobre el mar Mediterráneo y los territorios aledaños- y la Liga Santa, sociedad católica y militar conformada entre la monarquía hispánica, los Estados pontificios, Venecia, la Orden de Malta, Génova y el Ducado de Saboya, con el objetivo de frenar la expansión del Imperio Otomano. Ante el avance de los otomanos, quienes ya habían conquistado los territorios del antiguo Imperio Bizantino, los países que se veían amenazados formaron una alianza, junto a la Iglesia Católica, para combatir lo que, en su momento, era uno de los ejércitos más peligrosos y poderosos del mundo.
De esta manera, los cristianos reunieron un total de 200 barcos, 13,000 marineros y 30,000 soldados, y zarparon desde Messina, Italia, hacia el golfo de Lepanto, en Grecia. Por su parte, la flota otomana del Mediterráneo se había asentado en su mayoría en el golfo de Lepanto y estaba conformada por unos 300 barcos y 90,000 soldados. Aunque sus números eran superiores a los cristianos, se encontraban peor equipados. La batalla resultó victoriosa para la Liga Santa, la cual detuvo el avance del Imperio Otomano y debilitó completamente su ejército. Más tarde, otras victorias fueron atribuidas a María Santísima por el rezo del Santo Rosario, que la Virgen enseñó a Santo Domingo de Guzmán y la Orden de los Padres Predicadores (dominicos) se ha encargado de difundir por el mundo entero hasta universalizarlo. En sus apariciones de Lourdes (1858) y Fátima (1917), la Virgen ha insistido en el rezo del santo Rosario. El papa León XIII escribió varias encíclicas sobre esta devoción mariana, entre las que destaca la Supremi apostolatus oficio del 1° de septiembre de 1883.
San Juan Pablo II dijo: “El rosario es mi oración preferida” y, por su parte, el papa Francisco ha repetido: “El rosario es la oración que acompaña siempre mi vida, también es la oración de los sencillos y de los santos”. A pesar de la secularización en que vivimos, en muchas familias es todavía costumbre rezar unidos el santo Rosario a diario. “Familia que reza unida, permanece unida”, decía el P. Peyton en su campaña por un mundo mejor. Por su parte, Monseñor Demetrio Fernández González, obispo de Córdoba, España, afirma: «Es la oración que trenza la contemplación con la oración vocal, que tiene un gran contenido bíblico, que contempla los misterios de Cristo desde el corazón de María. Es oración cristocéntrica y mariana al mismo tiempo, que repite el saludo del ángel a María a manera de la oración repetitiva oriental […]. Es una oración que está al alcance de todos, es sumamente sencilla, enseña a orar a los humildes y sencillos.
El Rosario se compone de cuatro grupos de misterios: los Misterios gozosos, referentes a la infancia de Jesús y que llenan de alegría el corazón. Los Misterios luminosos, que desgranan algunos momentos de la vida pública de Jesús. Los Misterios dolorosos, que contemplan la pasión y muerte de Cristo. Y los Misterios gloriosos, que nos presentan la victoria del resucitado y la alegría irreversible de su resurrección. Hay personas que rezan las cuatro partes cada día; otras rezan solo una parte y hay quienes rezan solamente un misterio. Lo importante es conectar por medio de esta oración con Jesucristo, sintiendo cercana la intercesión de María nuestra Madre, quien nos enseña a orar. También en nuestros días necesitamos abrir nuestro corazón a Dios y mantener esta oración sencilla, que alimenta nuestra fe. Son también muchas las necesidades de nuestros días por las que hemos de interceder continuamente y por las que conviene rezar el Rosario: la salud de los enfermos, la justicia y la paz en el mundo, la situación actual de nuestra sociedad, las intenciones del Papa y las necesidades de la Iglesia, además de nuestras necesidades personales y familiares. Pero, sobre todo, el alejamiento de Dios que trae un mal radical para tantas personas. La mayor carencia de la vida humana es carecer de Dios, y muchos de nuestros contemporáneos la padecen. Por eso hay que pedir insistentemente, sin cansarnos, para que muchos recuperen o descubran el sentido de Dios en sus vidas, y puedan disfrutar de los dones de Dios».
Domingo 16 de octubre de 2022.