JEAN MEYER // La guerra santa de Stalin y Putin

Putin no es Stalin (por desgracia no es racional como el georgiano) y la Gran Guerra Patriótica (1941-1945) contra Hitler no es la “Operación Militar Especial” contra Ucrania. Sin embargo, en ambos casos, Estado e Iglesia se unieron en la guerra, en ambos casos se pronunciaron las palabras fatídicas: guerra santa. Y en ambos casos, tanto el Gobierno como el Patriarcado de Moscú, resucitado por Stalin durante la guerra, tuvieron a Ucrania en la mente. Stalin, sagazmente, calculó que esa Iglesia Ortodoxa Rusa, casi había sido aniquilada, sería de gran ayuda para asimilar, después de la victoria los futuros sujetos de los países bálticos, Bielorrusia y Ucrania, para rusificar esas regiones occidentales étnicamente diversas y rebeldes. La Iglesia, que, desde el primer día de la agresión nazi, había exhortado a la resistencia y anunciado “la victoria, con la ayuda de Dios”, al final de la “guerra santa contra el Moloch hitleriano” firmó con Stalin un pacto faustiano que le permitiría destruir todas las otras Iglesias en el Poniente. El Patriarca afirmó que “servir a la Santa Iglesia Ortodoxa Rusa es inseparable del servicio a nuestra Patria y a su Estado”.

Stalin, el antiguo seminarista, no era para nada religioso, a diferencia de Putin que aparenta serlo mucho. Pero, tan pronto como desapareció la Unión Soviética, la Iglesia inventó, exitosamente, un Stalin ortodoxo para enmarcarlo en su relato de la “guerra santa”. Así, a la hora de la máxima angustia, cuando los alemanes estuvieron a las puertas de Moscú, el icono de la Madre de Dios de Kazan salvó a la ciudad y a la patria cuando Stalin, inspirado por un obispo libanés, ordenó traer la imagen milagrosa. En 1942, la mandó a Stalingrado, en 1943 a Leningrado y en 1944 ella dio éxito a la ofensiva sobre Koenigsberg, hoy Kaliningrad. El piadoso relato cuenta muchos milagros durante la guerra y presenta al mariscal Zhukov y a sus compañeros como grandes cristianos. Por eso, Stalin, ya cristiano, dejó de perseguir a la Iglesia.

Después de 1991, la Iglesia ha tenido un papel decisivo en la formulación de la “nueva idea nacional” y, desde la llegada de Putin al poder, en 2000, ha estructurado su alianza con el Estado, con el Ejército y, en particular, con las Fuerzas Estratégicas Nucleares. Le deben la teoría de la Ortodoxia Nuclear. Los bombarderos, buques, submarinos han sido todos rebautizados con nombres de santos y bendecidos; todos llevan iconos y, a veces, reliquias. Capellanes acompañan todas las unidades y el patriarca Kirill ha sido nombrado “submarinero honorario de la Naval”. Existe un acuerdo total entre el Kremlin y el Patriarcado sobre el arma nuclear y su eventual empleo.

El concepto de Ortodoxia Nuclear apareció en 1998: “Hay que fortalecer a la Ortodoxia como militar e imperial, injertarle un super-voltaje, Ortodoxia Nuclear, si usted quiere. Debemos conectar la fe con los misiles de crucero y conectar el centro nuclear de Arzamas 16 con las reliquias de San Serafín de Sarov”. En Navidad de 2003, en su Academia, los militares escucharon al obispo: “Rusia está en medio del camino de los que buscan la hegemonía mundial. Las fuerzas del mal se acercan a nuestras fronteras del Sur y del Oeste (Alude a Georgia y Ucrania). A pesar de las dificultades, el país ha preservado dos instituciones vitales, el Ejército y la Iglesia. Es necesario e indispensable que en la Iglesia habiten las almas de los guerreros para la victoria contra las fuerzas del mal. Si no, el Estado, vaciado de su contenido nacional-religioso, dejará de ser Rusia”.

En 2007, Putin confirmó: “Las armas nucleares y la Ortodoxia son los dos pilares del Estado”. Para seguir siendo ortodoxa, Rusia debe ser nuclearmente fuerte; para seguir fuertemente nuclear, debe ser ortodoxa. Kholmogorov comentó en seguida: “Putin no ha ligado casualmente la Ortodoxia con la seguridad interna y, para la externa, con las armas nucleares… La Ortodoxia Nuclear es una estrategia escatológica rusa para todos los tiempos, si queremos, los rusos, preservar nuestra existencia”.

La Operación Especial contra los “nazis” de Ucrania se transformó ahora en una guerra contra “las fuerzas del mal”, o sea “Occidente” y el Patriarca promete el paraíso a los que mueren en combate.

Historiador en el CIDE

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JEAN MEYER

Dr. Jean Meyer. Francés nacionalizado mexicano. Historiador. Licenciado en grado de doctor por la Universidad de la Sorbona. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) donde además fundó y dirigió la División de Historia.

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