SILVIO MALDONADO BAUTISTA // Cartas diversas IV

PARA

Lic. Ramiro Aguirre Garín

Desde muy joven me gustó escribir cartas a mis amigos. Les contaba cualquier asunto que les pudiera dejar algo. Este gusto se acrecentó cuando hice mi servicio médico social.

No quise estar cerca de la CDMX y escogí un lugar de Michoacán, Huetamo, en la Tierra Caliente; y de Huetamo, una zona minera, Baztán del Cobre. Este lugar fue conocido por ser nido de origen de los hermanos Tariácuri, famoso trío: y de Amalia Mendoza, “la Tariácuri”.

En aquellos tiempos el servicio social obligaba a una estancia de medio año en el sitio escogido. Estuve tan contento por lo que mi compromiso con la SSA se extendió a 365 días. Todo ello porque los acasillados trabajadores de las minas cupríferas formaban un buen conglomerado con el que me identifiqué plenamente.

Pues bien, también me comprometí a escribir una carta diaria, de tal manera que, al término de mi compromiso social, había acumulado más de trescientas hojas tamaño carta.

Una vez de regreso en México empecé un difícil peregrinar al darme cuenta de que tenía en mis manos un acumulado de escritos que bien valía su publicación por la Dirección de Publicaciones del Instituto Politécnico Nacional, ya que no se había escrito nada al respecto y mis experiencias descritas en aquel documento,  hablaban de las vicisitudes que pueden vivir los pasantes en cumplimiento de ese servicio médico; mucho más cuando se trata de comunidades muy alejadas de los centros de población.  

Por más argumentos que esgrimí en apoyo de mi supuesto libro, éste pasó a dormir el sueño de los justos en algún lugar de esa dirección politécnica.

Pasados más de diez años de aquellos intentos bibliófilos, los cambios directivos ubicaron a un amigo en la Dirección de Relaciones Públicas del Instituto. Por cierto, él había sido jugador de futbol americano y fundador de Ex – Internos Politécnicos A.C.

Conocidas mis aficiones de escribir me llamó un día y me entregó un legajo de no más de treinta hojas carta y me pidió… “échales un ojo y a ver que les sacas”. Días después al entregar el escrito le comenté:

  • Mira Roberto, ya terminé la revisión. Es un escrito muy desordenado y con buena voluntad le rescaté 7 páginas. No sabría qué más sacar de ello.
  • Mira -me contestó-. Lo escribió un ex – interno poli y excelente jugador de americano. Sufrió ese accidente del que te has enterado y quedó lisiado. Yo sé que tú eres escritor y me gustaría mucho que le escribieras el libro que él pretende sacar de su escrito. Hazme ese favor. Acuérdate que tú también fuiste interno del Poli.

No dije más. Días después le entregué un legajo de hojas carta, escritas a máquina, con el título “Atrás de Los Muros”.

No más de tres meses después, en un gran auditorio del Instituto presentaron ATRÁS DE LOS MUROS, editado por el Politécnico y dizque escrito por el excompañero del internado.

Asistí al evento, aunque no recibí invitación alguna. Cuando mi amigo Roberto se dio cuenta de mi presencia me llamó al estrado, el jugador de futbol me dio un abrazo, y con las palabras “gracias, hermano” casi en secreto, reconoció mi ayuda. En el libro presentado no se mencionó mi participación.  

Pasaron varios años más y un día renacieron mis esperanzas de llevar a la vida las experiencias vividas en mi servicio social; el nuevo director de Publicaciones formaba entre mis cuadernos de doble raya. Los resultados fueron desalentadores hasta que le entregué una misiva que decía:

LIC. RAMIRO AGUIRRE GARÍN

Director de Publicaciones

Instituto Politécnico Nacional:

Me complace sobremanera, amigo estimado, escribirte estas líneas que tienen dos finalidades: la primera, saludarte con afecto desde ésta, mi tierra michoacana, a la que he venido en busca de un poco de tranquilidad; y, si se puede, encontrar mejores oportunidades de servir; la segunda, cuya intención se cumple en el relato que ahora te entrego y que lleva breve historia.

Te anticipo mi agradecimiento y me disculpo contigo, si la lectura de mi escrito te distrae de otras, tal vez, muy valiosas actividades.

No te sabría decir Ramiro, qué fue lo que me llevó a estudiar medicina. Acaso un poco de mi influencia de mis años infantiles, según algunos, si como tal se puede referir, crecer en un ambiente hospitalario, mezcla de olores de alimentos y desinfectantes. Otros, dicen que la vocación, cuando se quiere aducir alguna inclinación genética que diera lugar a aptitudes, actitudes, receptividad, destrezas, gusto y qué sé yo más. En mi caso no lo acepto, pues al menos, en mis antepasados recientes, no aparece médico alguno; es más, ni siquiera algún brujo o hechicero. Claro que, si alguna sangre médica tuviera, me hubiera gustado ser hechicero náhuatl o p’urhépecha; nada de ello, no se encuentra nada relativo en estudios de mis ramas ascendentes. Unos más aseguran que lo que llevo es el gusto por estudiar esa profesión; pero yo me pregunto y repregunto, ¿cómo puede gustar algo que se desconoce? En fin, lo de menos es saber ahora, qué me llevó a estudiar medicina; lo demás, sentir que estudié con gusto y con gusto he seguido en ese camino de las ciencias de la salud.

Te diré que conocí ejemplos de todos: malos, buenos, regulares, feos; y de diversos lugares del país, del mundo y hasta de mi pueblo; por si alguien discutiera que Jungapeo, mi tierra, no forma parte ni del mundo ni del país. Lo cierto es que al través de ellos forjé mi propia esencia, con todas sus características. Viví fantasías juveniles, en el principio; y realidades brutales, después, mientras más me adentré en nuestros grupos marginados. Encontré ideologías variadas y diversas en sabores y colores, embutidos y repletos, pero curiosamente relacionados mientras más solidarias y profundas estas ideologías, más vacíos los estómagos de quienes las inventaban o alzaban cuales banderas. De todo aquello, repito, nació mi ser médico que por cierto intenté plasmar en un libro que nació con rara y mala estrella, si es que los libros también tienen estrellas en su nacimiento. Surgió Ramiro, como este escrito que ahora te envío, y que así hice llegar a muchos amigos y compañeros de mis años nuevos, allá por 1960.

Cuando en 1962 vi aquel cúmulo de misivas, ilusamente pensé que valían algo para mí y para quienes tuvieron o tuvieran la mala fortuna de leerlas. Por ello fue por lo que las mecanografié, y ya juntas, empezó un peregrinar para editarlas que, aún en este 1981 continúa y se hace cada vez más azaroso el continuar en busca de su transformación en libro, dentro del género de las novelas; esto es, la novela que lleva como personaje a un médico de pueblo, médico rural en su servicio social. Creí que, por ser médico joven, mexicano y politécnico, encontraría facilidades para lograrlo; acaso, mejor suerte habría tenido de apellidarme Luca de Tena, Oriol y Pi, Ibargüengoitia o Schmith; o pertenecer a algún raro club no nacional y, en último término, ser universitario. Todo falló amigo, todo falló.

Pasaron cientos de hojas de calendario en la vida de todos, hasta contabilizar semanas, meses y años. Por azares de la vida, que no por merecimientos –aunque después supe que me designaron por lo que interpretaron en mi tramo estudiantil como locuras y pendejadas-, alguien pensó que haría buen papel en la dirección del CECyT 6, nuestra vieja vocacional 4, y locura tras locura, pendejada tras pendejada, ese alguien no se equivocó: el trabajo desarrollado fue muy bien calificado no sólo en el ámbito educativo del Politécnico, sino más allá.

Desde esa posición, también pensé que mi puñado de mamilas o escritos, sufrirían su metamorfosis para nacer como libro, pero se me hizo difícil aceptar que podía distraer dinero, muy necesario para otros menesteres, en aras de satisfacer un gusto personal; aunque a fuer de ser sincero, te diré que siempre pensaba en que aquellas misivas transformadas serían un documento de alta utilidad para los jóvenes profesionistas en el servicio social obligatorio. Por angas o por mangas amigo Ramiro, el caso es que no lo hice.

De pronto surgió un amigo que me ofreció su ayuda: me financiaría la edición de aquel sobado y resobado libro. Me pidió como requisito que le consiguiera una factura por $50,000.00 (cincuenta mil pesos) por adelantado. A la entrega de mil ejemplares del libro de marras, me daría el dinero pactado. Con esa confianza se inició y se terminó la edición, por demás, en una muy pobre y corriente presentación.

Dos años tuvieron que pasar, y el editor nunca me mostró un ejemplar. Adujo que había enfermado gravemente, y se vería imposibilitado para cumplir, por más que ya había recibido el pago comprometido. Por el lado del amigo ofrecedor del financiamiento, recibió y cobró la factura correspondiente y, a tu servidor, no le entregó cantidad alguna. Como quien dice, ni dinero, ni libro, ni madres.

El jurídico del IPN inició una demanda al editor, por incumplimiento. La Procuraduría Federal del Consumidor, por su parte, atrapó a aquel hombre y lo obligó a cumplir, bajo la amenaza de proceder contra sus bienes inmuebles para resarcir el daño causado. Finalmente tuve que intervenir directamente sobre el mencionado editor y le regalé $35,000.00 (treinta y cinco mil pesos) para que finiquitara su proceso; estaba tan enfermo, que pensé que podría

morir y, de alguna manera yo me sentiría culpable de su deceso. No fue muy fácil para él, pero completo la cantidad estipulada y terminó por entregar a la PROFECO, los mil ejemplares, en una edición tan rústica y primitiva que pareciera ser una obra de piratería.

Finalmente, amigo entrañable, te obsequio un ejemplar y este escrito, para que comprendas el por qué una vez te dije que este libro tenía una breve historia… de largos años.

Con afecto.

Surtió efecto; aquella carta para mi amigo, “cuaderno de doble raya”, lo movió y meses después me entregó la edición politécnica de “El Médico de Baztán”, que con así con ese título la hicieron nacer.

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SILVIO MALDONADO BATUISTA

Silvio Maldonado Bautista. Dr. en Medicina por el IPN. Novelista. Director emérito del CIIDIR (Poner el nombre completo). Radica en Morelia, Michoacán.

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