Francisco Javier Montejano Oseguera
Uruapan, Michoacán
¿La libertad de la poesía puede consistir en anular los versos enunciados? Si fuera pensada como un animal de cacería que al pasar del movimiento a la petrificación estática de un muro o de un tapete, perdería sin duda su vitalidad, su ritmo. Sin embargo, en la poesía de Balam Rodrigo no sucede así, sus poemas son barcos columpiándose al ritmo del mar a luna menguante. Navegantes enfurecidos. Hallazgos poéticos. Verdaderos ganchos al tímpano, mezcales cascabeleando en la retina de la garganta.
Balam Rodrigo asesta en cada poema sugerir como buen poeta no el aullido, sí el canto del mar. El poeta no es un peleador en el cuadrilátero de la hoja en blanco, sino un boxeador cuya virtud está en su técnica, en sus agallas para asomar y asombrar. Sus poemas como cajas concéntricas contienen en su centro una espiral en movimiento. Son células incendiadas. Ráfagas de palabras sucediendo que encastradas llueven savia.
Podemos gustarlo en su libro Hábito Lunar donde ala a las palabras que lunecidas por el canto de la noche erosionan lo que tocan. Embriagadas aúllan rabia, le ponen el pecho al misterio, desvisten al deseo, se descalzan en las tierras del amor. Y como buen caminante el poeta afila su lengua con las piedras del camino y su garganta arremete lanzas y un mar punzocortante llueve:
…así vengo, con testículos brillando como brasas, con filosa lengua de tanto devastarla, con garganta que darda flechas que silencian y que claman: Traigo con su collar de muerte a la muerta palabra, punzón de luna, espina de la ceiba, ojo del aire que atraviesa una muralla. He aquí el poema, he aquí su rabia. He aquí a la muerta lengua, a merced de los perros que la infaman.
He aquí el talante del poeta: madera preñada por la voluntad y la fuerza. Su ejercicio poético lleva por testículos dos brazas ardiendo. Golpea con furia en cada verso. Inflama lo que nombra. Apenas erguidos por la palabra que sostiene el poeta la devasta y la levanta.
Los versos siguientes están escritos con ironía, en un tono de reclamo, un reclamo que al mismo tiempo es monólogo y que al desgranarse se dice a sí mismo y al mismo tiempo a todos, aludiendo a la verdad primera:
Como si no hubiéramos de quedar ciegos de tanta noche, y acaso la nocturna muerte nos moliera el iris que tuvimos cuando niños, cuando las húmedas visiones, cuando la amarga polilla sobre nuestra espalda, cuando la luna ardida entre las aguas rotas nos vistiera.
Ya embestidos por la gravedad de las palabras, ahora el otro lado de la moneda. La retórica de un poeta que sabe que la palabra es útil cuando de amor se trata, la persuasión del canto fino, del poema de amor donde el poeta afloja los nervios del corazón en las manos de su amada: Cadera de Luna, viene mi corazón para que lo desgajes con tu risa.
Los poemas de Balam fildean para espejear, mover, conmover, enervar. Arriban para robarnos del letargo arrobándonos en su música y silencio. En cada poema Balam nos acerca a una ventana y nos invita a echar un ojo a lo que se reza: la poesía es soberana, y en su obra, Hábito Lunar, se abre una puerta para mirar la soberanía de la poesía.
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