El Papa volvió al homenaje público a la Virgen María en Plaza España de Roma con una preciosa oración.
(ZENIT Noticias / Roma).- Por la tarde del jueves 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, el Santo Padre Francisco acudió a la Basílica de Santa María la Mayor para detenerse en oración ante la imagen de la «Salus Populi Romani».
Inmediatamente después, el Papa se trasladó a la Plaza de España para el tradicional Acto de Veneración a la Inmaculada Concepción.
Publicamos a continuación la oración que el Santo Padre compuso y recitó especialmente durante el Acto de Veneración de la Inmaculada Concepción en la Plaza de España:
Madre Nuestra Inmaculada,
hoy el pueblo de Roma se reúne a tu alrededor.
Las flores puestas a tus pies
por tantas realidades urbanas
expresan su amor y devoción por ti,
que velas por todos nosotros.
Y tú que ves y acoges también
esas flores invisibles que son tantas invocaciones,
tantas súplicas silenciosas, a veces sofocadas,
ocultas pero no para ti, que eres Madre.
Después de dos años en los que he llegado
para rendirte homenaje a solas al despuntar el día,
hoy vuelvo a ti junto con el pueblo,
la gente de esta Iglesia, la gente de esta Ciudad.
Y te traigo las gracias y súplicas
De todos tus hijos, cercanos y lejanos.
Tú, desde el Cielo donde Dios te ha acogido,
ves las cosas de la tierra mucho mejor que nosotros;
pero como Madre escuchas nuestras invocaciones
para presentárselos a tu Hijo
a su Corazón lleno de misericordia.
En primer lugar, te traigo el amor filial
de innumerables hombres y mujeres, no sólo cristianos
que alimentan la mayor gratitud hacia ti
por tu belleza toda gracia y humildad:
porque en medio de tantas nubes negras
eres un signo de esperanza y consuelo.
Te traigo las sonrisas de los niños
que aprenden tu nombre ante una imagen tuya,
en brazos de sus madres y abuelas,
y empiezan a saber
que ellos también tienen una Madre en el Cielo.
Y cuando, en la vida, sucede que esas sonrisas
dan paso a las lágrimas,
lo importante que es haberte conocido,
¡de haber tenido el don de tu maternidad!
Te traigo la gratitud de los viejos y las ancianas:
un agradecimiento que es uno con su vida,
tejida de recuerdos, de alegrías y penas,
de logros que conocen
que han conseguido con tu ayuda,
sosteniendo su mano en la tuya.
Madre, te traigo las preocupaciones de las familias,
de padres y madres que a menudo luchan
para llegar a fin de mes en casa
y afrontar día a día
pequeños y grandes retos para salir adelante.
En particular, te confío a las parejas jóvenes,
que mirándote a ti y a San José
afrontan la vida con valentía
confiando en la Providencia de Dios.
Te traigo los sueños y las angustias de los jóvenes
abiertos al futuro pero frenados por una cultura
rica en cosas y pobre en valores,
saturados de información y deficientes en educar,
persuasiva al ilusionar y despiadada al decepcionar.
Te encomiendo especialmente a los niños
más afectados por la pandemia,
para que puedan reanudar lentamente
agitar y desplegar las alas
y redescubrir el sabor de volar alto.
Virgen Inmaculada, habría querido traerte hoy
el agradecimiento del pueblo ucraniano
por la paz que llevamos tanto tiempo pidiendo al Señor.
En lugar de eso, aún debo traerte la súplica
de los niños, de los ancianos,
de los padres y madres, de los jóvenes
de esa tierra atormentada, que tanto sufre.
Pero en realidad todos sabemos
que estás con ellos y con todos los que sufren,
como estuviste junto a la cruz de tu Hijo.
¡Gracias, Madre nuestra!
Mirándote a ti, que estás libre de pecado
podemos seguir creyendo y esperando
que sobre el odio venza el amor,
que la verdad prevalezca sobre la mentira,
sobre la ofensa gane el perdón,
que sobre la guerra prevalezca la paz.
¡Que así sea!