SILVIO MALDONADO BAUTISTA // Cartas diversas, capítulo IV

PARA

SILVIA MACFARLAND DE HARO

Escrita el 28 de mayo 1982

Inolvidable Hola:

Mi vida ha sido y es un sin fin de ideas que corren en mi mente, de aquí para allá y de allá para aquí. Cada una, producto de hechos y vivencias. Cuán raro es sentirse así, pues algunas en su ir y venir se contradicen. Quiero en un instante explicar lo sucedido, pero difícilmente acierto cuando el tiempo transcurrido se ha ido lejos montado en el tiempo mismo.

De hace mucho recuerdo tu figura en aquella que fue tan querida escuela, que ni sus fétidos olores (¿o miasmas uriníferos? de los que hacía gala un día sí y todos los otros también, ni sus oscuros pasillos como los de los primitivos hospitales del siglo, me impidieron amarla.

Allá te vi por vez primera y en un incidental cruce por los pasillos, llegaste tan cerca, estuviste tan cerca que empecé a no quererte. Me molestaron tus aires de gran señora, envueltos en la prepotencia que un compañero mío, antes insignificante y simple, empezaba ya a manifestar en los principios de su arribo al poder.

Alguna vez en dos épocas distintas de mi escuela llegué a poseer dos veces los tres calificativos los más: el más estudioso, el más apreciado, y el de más futuro, cuando estudiante; y el más querido, el más cumplido, y el que más tiempo, como maestro dedicaba a mis queridos alumnos. Ahora yo aparecía como un vividor, por efectos de la prepotencia manifestada en las reuniones dizque de trabajo, que mi amigo citaba, y en las que tú aparecías habla que habla, tal vez en una lucha inconciente entablada por ti para superar la engorrosa verborrea de mi amigo,

¿Sabes Hola, que días antes de su arribo a la silla del poder, rogaba, casi suplicaba mi apoyo para llegar?

Porque las cosas se desarrollaron tal como ahora las recuerdo y te las comento…

El señor Dr. Ignacio Barragán Sánchez había sido designado secretario general del Instituto. Yo me había preparado con marcada antelación para ese momento; era lógico que, a la salida de Barragán, se habría de designar al nuevo director del plantel que, si bien era facultad del director general, se podría influir por medio de la presión de grupos organizados. Para tal efecto, tenía estructurados tres instrumentos de acción; a saber: la primera Asociación de Profesores Egresados de la Escuela Superior de Medicina del Instituto, creada por mí; mi filiación a la Asociación Médica de Egresados de Medicina, y mi liga con el líder de la Sociedad de Alumnos de la propia escuela, el joven José Luis Toledo (r.i.p.).

Pronto trabajé en y con los tres para determinar la selección de una terna de profesores que presentaríamos a la Dirección General. Fue claro que el líder de aquel movimiento fui yo, querida Hola. Mi oficina fue constantemente asediada por los maestros interesados que buscaban platicar conmigo para sellar algún compromiso. De todos los que acudieron se destacaron tres: Héctor Castro Avitia, Carlos Vera Reyes y Teodoro Bazán Sosa.

Desde luego querida Hola, debes saber que yo, inexperto y joven, no tenía el menor deseo de ser director, a pesar de que estudiantes, docentes, administrativos y trabajadores estaban a mi favor.

No se me puede olvidar la última vez que platiqué con José Luis Toledo. Molesto por mi decisión de apoyar a alguien con mayor experiencia no estimado por ellos, y permanecer al margen del proceso; me dijo casi gritando:

Queremos que usted sea nuestro director porque lo conocemos y porque lo queremos: siempre está cerca de los alumnos; siempre se interesa por nosotros; ¡si le faltan güevos, maestro, nosotros se los prestamos!

En plática privada con los tres finalistas, cada uno llegó a una conclusión contundente y seria: ¡si yo soy director, tú serás mi subdirector!

No había más que decir; aquello fue un pacto en el que yo confié pues se trataba de gente a la que apreciaba y de la que sentía desprenderse una particular estimación para mi persona. Quien más ganó mi confianza fue mi estimado amigo y compañero Héctor Castro. Yo lo admiraba porque teníamos un cariño especial por la medicina preventiva y los trabajos realizados en las zonas más necesitadas del país, a los que yo me dedicaba en todo momento, a pesar de mi formación como patólogo. Héctor, fue quien más énfasis puso en su compromiso. Sus palabras aún me retumban en mis tímpanos: ¡si yo soy director, tú serás mi subdirector!

Con aquella fuerza conjuntada llegamos hasta la Secretaría General para avalar la petición de la escuela: queremos que Héctor Castro Avitia sea nuestro director. Igualmente, se sucedió la entrevista con el director general y repetimos nuestra demanda. Nos hicieron caso y días más tarde Héctor Castro fue ungido director de la Escuela Superior de Medicina.

No pasó mucho tiempo estimada Hola, pronto mi querido amigo y compañero enseñó el cobre; pronto se olvidó de su compromiso y me acusó de reuniones subversivas de las que decía: tengo diálogos grabados en los que hablas en mi contra; más tarde que aprisa, dio por llamarme la atención y exhibir como mal docente a mí, que había sido ejemplo sobresaliente por mi dedicación y trabajo.

Por esos motivos huí de mi escuela. ¿Sabías Hola que esa escuela llegó a ser la esencia de mi vida? ¿Sabías acaso que todo mi mundillo era la E S M y su entorno social? Y con todo, tuve que buscar la necesaria comisión para llegar a otros lares y tener ocupación; y más que nada, para dejar tranquilo a mi amigo. ¡Ay Hola! ¡Cuántos dolorosos recuerdos! Me dolía tanto aquel departamento de patología que había creado más que reconstruido con tanto cariño y fe en nuestros alumnos, en la filosofía y doctrina del médico rural, y en la esperanza puesta en el Politécnico.

Todo se vino abajo, mientras yo pajareaba en otros territorios, siempre con su autorización. Ni modo, más tarde supe que marginar a alguien era práctica común en nuestro sistema.

Así fue como me incorporé a las brigadas del Plan Nacional de Servicio Social en Zonas Ejidales, hice la maestría en salud pública y trabajé como sanitarista en el Sistema de Salud de Ciudad Nezahualcóyotl. En este último fui diseñador, creador y profesor de la maestría en salud pública.

En fin, Hola, repito que al logro de su ambición desató una ola de ataques y calumnias, acciones punitivas y cacería de brujas en contra mía por haber cometido un gravísimo pecado: hacer gala de mi pendejez y ayudarle a llegar a la silla del poder. Por eso algunas veces leía en tus ojos un fuerte reproche para el hombre flojo, inútil, vividor que creíste que yo era; por ello me hería tu mirada prepotente y acusadora, y sobre manera tu hablar, hablar y hablar.

Lo cierto es que te vi: querías organizar una presentación de modas para ayudar a la “primera dama”, doña Blanca, en beneficio de no sé qué.

Sí le puedo ayudar, señora, cuente conmigo. tengo algunas canciones mías que podría decir (cantar} en sus reuniones.

Ya no recuerdo si tus ojos traían pestañas postizas, ni cómo me vieron, ni si me vieron. Lo que sí se me grabó fue la indiferencia con la que recibiste mi auto invitación; apenas si me pelaste, como ahora dicen, y aparentando una atención que no recibí, alzaste el vuelo escaleras abajo entre las sonoras notas del taconeo de tus zapatos.

Años después, mi querida Hola, nos encontraríamos en escenarios distintos: Castro Avitia, secretario general; tú, secretaria privada del secretario general; y yo, director de la vocacional seis de ciencias médico-biológicas. Allí, la vida nos dio la oportunidad de conocernos a ciencia cierta y de borrar un pasado superficial que nos dejó falsas impresiones. Allí percibí y constaté tu personalidad tan completa y variada: tú, dechado de mujer, madre, amante, trabajadora y creativa, entregada y comprometida con las causas nobles de la educación del pueblo; y yo, en mi esencia de hombre formal, soñador, cumplido, creativo y también entregado a esas mismas causas por las que arriesgué hasta la vida.

Ahora cuando el tiempo se ha ido, recuerdo a ese plantel transformado, y veo tu figura como ente inspirador, criatura mortal que dio fuerza a los trabajos de rescate.

Sea, querida Hola, la vocacional seis de ahora eres tú; ese CECYT de hoy es un todo altamente educativo, porque tú fuiste también, con tu constancia, con tu esfuerzo, con tu ejemplo el sentimiento que lo inspiró.

Conclusión: con ese trabajo, se inició la debacle del porrismo en el Poli.

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SILVIO MALDONADO BATUISTA

Silvio Maldonado Bautista. Dr. en Medicina por el IPN. Novelista. Director emérito del CIIDIR (Poner el nombre completo). Radica en Morelia, Michoacán.

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