SILVIO MALDONADO BAUTISTA // Pacha, Pachón y Pachita

-La joya del Peñasco-

Cuento navideño

Dicen que ya no se suceden los milagros, pero estos tiempos navideños son el escenario de muchos de ellos sucedidos en distintas partes del planeta, y ahora, más allá, en el infinito sideral que merced al ojo humano llega una y otra vez hasta nuestra inmediata cercanía.; como quien dice, esos más de 13800 millones de años luz de lejanía se volvieron KK con la tecnología humana.

Así pues, cuentan, dicen o refieren que en un lugar del pueblo de No sé dónde -La Joya del Peñasco le llamaban-, brillaba una refulgente luz en los idus de marzo y más que nada en los tiempos navideños, que iluminaba el barranco cercano y hacía ver una profundidad que parecía que alcanzaba los infiernos -si es cierto que existen tales avernos. A veces, esa esplendente luz parecía delinear los rayos luminosos de tal manera que conformaban una figura femenina chiquita, chiquita, que emergía del barranco y se difuminaba en las alturas.

El peñasco a su lado alcanzaba más de 60 metros de altura por su costado norte. Por el sur, la tierra plana, plana y en resbalada se extendía como descansando en la siesta, varios kilómetros más. Piedra basáltica estructuraba al peñasco casi escalonado en su totalidad con la perenne invitación para escalarla, tal vez no por su dimensión, pero sí por el peligro que entrañaba el desprendimiento de alguna porción y la consecuente caída de algún humano envalentonado de treparlo hasta la cima.

Pues bien, Pacha y Pachón caminaban cuesta arriba por esas derivaciones del Eje Neovolcánico Transversal rumbo a El Carrizal de los Leales, poblado donde los enfrentamientos michoacanos con los franceses de Bazaine en 1865 habían sido tan encarnizados hasta no quedar ser viviente huehuenche, aunque sí los ojos claros de uno que otro de mucho aguante; de ahí Carrizal lo de los Leales.

Pacha y Pachón llevaban en sus morrales su pobre muestra gastronómica y bebible: ella, ricos tamales verdes de salsa de tomate, aunque sin carne; y él, unos cuantos refrescos hechizos que rellenaba manualmente con agua gaseosa de El Tular y saborizaba con limón real; ella, gustosos tamales con carne de iguana hechos a golpe de metate y sudor holista de su pequeño pero fornido cuerpo; y él, nada más que los ojos prestos para el cuidado femenino.

Las orejas de Pacha, mejor sensibles que las de Pachón captó los lloridos de una criatura en las orillas de la joya -repito socavón profundo a un costado de multimencionada Joya del Peñasco.

Pachón apenas alcanzó a fumar su cigarro de mije y corrió tras la vieja, que si no la pesca del rebozo se le va con todo y triques de la vendimia hasta el mismo fondo oscuro de la joya. Ya en la visión de la profundidad sus orejas y ojos le hicieron identificar el llanto apenas perceptible y pausado de un infante de no más de un año. La criatura casi boqueaba sus últimos resuellos. No lo pensaron más; prestos se arrendaron para el pueblo a prodigar los primitivos auxilios que podían y se olvidaron de las ventas. Era la prontitud la que los aligeraba.

Así cruzaron “La Maroma”, el puente colgante sobre El Río Chiquito; volaron más que corrieron por el peligroso desfiladero del poniente; y ya en El Chico se escurrieron a su cuchitril prendidas las luminosidades celestes de la amanecida de La Vía Láctea.

Nadie en el pueblo se enteró de aquel milagroso rescate, a no ser por la Melquiades, rinconera que atendía los afanes de las parturientas pueblerinas y que prodigó, a la par infante y Pacha, los cuidados requeridos para asegurar la supervivencia de las hembras, pues si una casi muere de asfixia en el abandono, la otra lo hace igual por la espantada carrera.

Días después de aquel suceso desaparecieron Pacha, Pachón y la criatura del pueblo. Nadie se percató de su ausencia, si acaso extrañaron el refresco hechizo de limón. La casucha del 7, de la calle del Padre Francisco, antes Carranza quedó sola y terminó por convertirse en pocilga, nido de alimañas que a veces no dejaban ni dormir a los inmediatos vecinos casa arriba y casa abajo.

El tiempo va, nada detiene su paso y Pachón y Pacha se quebraron el cerebro para bautizar con el nombre de Pachita a la pequeña casi desenterrada en La Joya del Peñasco, que creció en plenitud de amores y mimos prodigados por los dos amorosos e infértiles padres. No obstante, mientras más recibía cuidados y calores paternales la mujercita correspondía a la inversa: desprecios, odios, retobos, animadversiones, insultos y humillaciones.

Los idus calendáricos se multiplicaron docena y media de veces y murió Pachón. Pachita creció 18 primaveras y un enfurecido día corrió a la Pacha de su casa. Vieja, hambrienta y casi ciega mucha gente asegura que la Pacha caminó y caminó hasta llegar a La Joya del Peñasco donde se hundió en sus profundidades.

Por eso, cuenta esa gente, que cuando camina cerca del tan mentado peñasco, en los idus de marzo, pero aún más en estos tiempos navideños, desde la mismita profundidad del peñasco refulge una esplendente luz para delinear los rayos luminosos, de tal manera, que conforman una figura femenina chiquita, chiquita; es la Pacha que del barranco se difumina bellamente y poco a poco, lentamente en las alturas.

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SILVIO MALDONADO BATUISTA

Silvio Maldonado Bautista. Dr. en Medicina por el IPN. Novelista. Director emérito del CIIDIR (Poner el nombre completo). Radica en Morelia, Michoacán.

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