Demostró ser un protagonista en el plano del pensamiento y de la conciencia, en el esfuerzo por ayudar a todos a dar cabida a la luz que viene de Dios y da sentido a la existencia humana.
Por: Cardenal Giovanni Battista Re
(ZENIT Noticias / Roma).- A lo largo de toda su vida –como sacerdote, teólogo, Arzobispo y luego Papa– Joseph Ratzinger se ha distinguido por anunciar clara y vigorosamente la Palabra de Dios al mundo de nuestro tiempo, dialogando con las culturas y diciendo cosas profundas de forma comprensible para todos.
Su pontificado se caracteriza sobre todo por la riqueza de su magisterio, que ha querido hacer presente a Dios en el mundo de hoy, poniendo a Cristo en el centro de sus reflexiones y esforzándose al máximo por dejar claro que el cristianismo es una buena noticia también para el hombre y la mujer de hoy.
Todavía tengo viva en mi mente la convicción con la que el Papa Juan Pablo II quiso al Cardenal Ratzinger aquí en Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Recuerdo cuando, invitado a cenar a la mesa del Papa junto con Monseñor Eduardo Martínez Somalo, sustituto de la Secretaría de Estado, el Papa nos dijo que como sucesor del Cardenal Šeper –quien, por su edad, había presentado su renuncia al cargo de Prefecto de la Doctrina de la Fe– había pensado en el Cardenal Joseph Ratzinger, entonces Arzobispo de Múnich, en Baviera. Explicó que le consideraba la persona más adecuada por las tres razones siguientes: es un gran teólogo, que tiene prestigio y autoridad en el mundo por sus publicaciones; es seguro en doctrina, por lo que trabajará contra cualquier forma de desviación doctrinal; participó como experto en el Concilio Vaticano II y, por tanto, conoce a fondo las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Frente a la propuesta de este traslado a Roma, el Cardenal Ratzinger señaló que había sido Arzobispo de Munich durante un breve periodo y que recientemente había puesto en marcha algunas iniciativas.
Ante las dudas del Cardenal Ratzinger, el papa Juan Pablo II no dudó: decidió que el Cardenal Šeper continuara un año más a su servicio y le hizo saber al Cardenal Ratzinger que le concedería un año de tiempo en su ministerio pastoral en Baviera.
La cooperación entre el Papa Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger fue intensa, tanto en lo que se refiere a los asuntos de competencia directa del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, como en otros casos en los que el Papa le pedía consejo y colaboración. Entre el Papa y el Prefecto de la Doctrina de la Fe hubo siempre una profunda estima recíproca, plena armonía y verdadera amistad. También diría que había admiración mutua.
Elegido Papa en 2005, adoptó el nombre de Benedicto XVI y se presentó en el balcón de la basílica vaticana describiéndose como «un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor». Con su estilo suave, su buena apariencia y la profundidad de su pensamiento se ganó la aprobación y la simpatía inmediatas.
Entre sus notas distintivas, quisiera señalar que fue un Papa con una fe profundamente amiga de la razón, fe que, de hecho, ayudó a la razón a ir más allá de los límites de la inteligencia humana.
Todo su pontificado ha estado orientado a reavivar y fortalecer en los cristianos la fe en Dios. Ha procurado acercar a Dios a los hombres y a los hombres a Dios. En varias ocasiones nos recordó que nuestro mundo no puede ser verdaderamente humano sin el sol de Dios en su horizonte, porque sólo en Dios encuentra el hombre la explicación de su misterio y sólo en Dios encuentra una respuesta adecuada a su deseo de felicidad. Al olvidar a Dios, el hombre se convierte para sí mismo en un enigma sin respuesta. Sin Dios, el hombre no se realiza y no mejora la sociedad. Sin Dios, el hombre no tiene futuro.
Al mismo tiempo, el Papa Benedicto XVI trató de realzar la razón y ampliar su horizonte, en la profunda convicción de que «el mundo de la razón y el mundo de la fe se necesitan mutuamente». Son muchas las aportaciones teológicas que ha ofrecido para aclarar mejor el íntimo vínculo entre razón y fe.
Los ocho años de pontificado de Benedicto XVI pasarán a la historia por el alto magisterio de sus tres encíclicas, sus numerosos escritos, documentos y discursos.
Demostró ser un protagonista en el plano del pensamiento y de la conciencia, en el esfuerzo por ayudar a todos a dar cabida a la luz que viene de Dios y da sentido a la existencia humana.
También es conocida su firme oposición a la «dictadura del relativismo», así como su continua reafirmación de los valores morales, apoyándose en la ley natural, inscrita en el corazón de todo hombre y mujer.
Hablaba con sus reflexiones de todas las grandes cuestiones culturales, morales y existenciales que agitan nuestro tiempo, y era leído y escuchado incluso por personas alejadas de la Iglesia católica, porque además de gran teólogo era un gran pensador. Trató de comprender nuestro mundo moderno, en el que la globalización –como afirma en Caritas in veritate– ha hecho a los hombres más cercanos, pero ya no fraternos.
Su decisión de entregar «las grandes llaves» (Dante) sorprendió a todos. Sin embargo, es un gesto que debe apreciarse y admirarse por el alto sentido de la responsabilidad que lo inspiró.
Después de mucho pensar y rezar, el Papa Benedicto llegó a la convicción de que la Iglesia necesitaba un Papa con buena energía, que él ya no tenía. Por eso, por el bien de la Iglesia y por amor a ella, dio este difícil paso.
Se retiró así para dedicarse –como Moisés en la montaña– al ministerio de la oración y de la intercesión ante Dios en favor de la Iglesia y de la humanidad.
Entre sus méritos está el de habernos hecho comprender la importancia de la fe y apreciar la alegría de ser cristiano. Hablando de su próxima muerte, en una carta del pasado mes de febrero, escribió: «Ser cristiano me da conocimiento del juez de mi vida, e incluso amistad con él; ser cristiano me permite cruzar con confianza la oscura puerta de la muerte».
No podemos sino agradecerle el don de su testimonio y de sus elevadas enseñanzas, que seguirán iluminando el camino de la Iglesia y de la humanidad.