El miércoles pasado se iniciaron los festejos del 449 aniversario de la fundación de nuestra ciudad, recordemos el hecho a través de una rapidísima semblanza de los zamoranos ilustres que ha aportado Zamora al Estado, a la República y al mundo.
Fuera de la tempranología de la fundación de nuestra ciudad habrá que ir más allá, al reconocimiento de la laboriosidad y adaptabilidad a este ubérrimo valle de tecos y demás indígenas de la región, lo que en conjunto con los primeros españoles que se asientan por estas tierras vendrán a consolidar el perfil de lo que será “matria” de movimientos intelectuales de renombre no sólo nacional, sino universal.
En este tenor de la amalgama o de la conjunción de culturas diversas y hasta opuestas, festejar un aniversario más de existencia de la casa común, debe servir para honrar la generosidad de esta tierra para parir hombres y mujeres que se han distinguido en los diversos campos del conocimiento humano. Es gratificante sabernos cuna de hombres que trascendieron tiempo y espacio que les tocó vivir y que con su obra transformaron primero a la Nueva España y después al México que hoy habitamos. Juan Benito Gamarra y Avalos, quien revoluciona la filosofía en la Nueva España, aún antes de que se publicara el primer tomo de los enciclopedistas franceses; Fray Manuel de Navarrete, ícono de la poesía novohispana junto a Sor Juana Inés de la Cruz; José Sixto de la Santísima Trinidad Verduzco Macías, uno de los padres de la patria, olvidado y excluido por los historiadores de su época, puntal insuperable de la junta gubernativa de Zitácuaro, del Congreso de Chilpancingo y uno de los autores de la primera constitución de la naciente nación mexicana.
El aporte en capital humano de nuestra ciudad a los diversos periodos históricos del país está presente y vivificante; así lo testimonian las obras materiales e intelectuales de José María Cabadas, constructor de altos vuelos y como ejemplo de su sagacidad constructiva, es el bello neoclásico de nuestra catedral, además de ser el introductor del pararrayos en nuestro país; de don Francisco Plancarte y Navarrete, quien se había propuesto estudiar a fondo el motivo que hoy nos ocupa: ¿cómo se presentó el encuentro de dos culturas totalmente desconocidas, la española y los resabios de la cultura teca que por acá se encontraba, y de cuya unión nacería el híbrido de la zamoranía que, con el paso del tiempo, daría paso a la identidad local de la que tanto presumimos?
De Atenógenes Segale, El “Elio Turno de Zamora” un poeta cuya obra literaria no termina de ser estudiada en su totalidad.
Don Trinidad Regalado, incansable gestor para recuperar las tierras comunales que los grandes acaparadores de tierras (hacendados) les habían robado a los habitantes de la localidad, lo que lo llevó a participar decisivamente en los movimientos que se gestaban para recuperar tierras e identidad del indígena, como: El Plan de San Luis, fundador de la Sociedad Unificadora de la Raza Indígena.
Fernando Méndez Velázquez, músico de prodigio, compuso la canción que habría de darle fama, ya que ha sido conocida y cantada en todo el mundo, y que tituló “Ojos Tapatíos”.
Don Gildardo Magaña Cerda, quien adhiriéndose al movimiento zapatista luchará en contra de quienes se habían apoderado de las tierras comunales de los indígenas y que en tiempo de prisión, en la cárcel, enseñó a leer y escribir a Pancho Villa.
Luis Padilla Nervo. Hijo de Ángela Nervo, hermana del poeta Amado Nervo, don Luis fue de los iniciadores de los trabajos del desarme nuclear, trabajo al que se enfocó don Alfonso García Robles y que le significaría el Premio Nobel de la Paz.
Esperanza Pulido Silva, símbolo de feminidad, rebeldía y libertad, que la colocarán como una de las mujeres más lúcidas del siglo pasado. Concertista y musicógrafa que desde su posición luchará por dignificar el papel que la sociedad de aquel entonces no le había conferido a la mujer. Esperanza Pulido Silva asume su rol de liderazgo femenino y lo utiliza como ventana de creación y exhibición y aporta para la cultura musical del país el papel fundamental que le toca vivir a la mujer en la historia de la música.
Y en abierto antagonismo al movimiento revolucionario, surgirá una familia zamorana, la que –en su gran mayoría- se alineará al naciente Partido Católico: los Méndez Padilla, familia de la que surgirá la descendencia Méndez Plancarte. Los hermanos Gabriel y Alfonso, quienes a través de su agudeza intelectual encumbrarán, junto a otros distinguidos mexicanos, el movimiento humanista de la mitad del siglo pasado: el humanismo moderno, cuya paternidad se les coloca a ellos. Un elemento sin duda dialéctico, ya que surgió como respuesta a la vorágine reformista impuesta por don Lázaro Cárdenas del Río. Esa contradicción llevará a los Méndez Plancarte a la búsqueda incesante del hombre como centro del universo; a la razón y a la pasión de la existencia misma.
Y después vendrá Alfonso García Robles con sus aportaciones a la formación de la política exterior de México, así como al proceso de desarme y pacificación como modelo de convivencia universal, hecho que traerá a nuestro país el primer Premio Nobel, el de la paz, entregado a un mexicano de Zamora, Michoacán: a Alfonso García Robles.
Eduardo del Río, “El Tal Rius”. La irreverencia es una de las virtudes que utilizan quienes, ante la impotencia de la realidad que nos tocó vivir, no encuentran otras armas a utilizar. Este es el caso de don Eduardo del Río; “el tal Rius” como él mismo solía llamarse. A don Eduardo se le caracterizó como un monero educador al convertirlo, cientos de maestros, en promotor del entendimiento de los procesos de producción y explotación. Aquí cabe lo que dijera tras la muerte del zamorano, doña Elena Poniatowska: “Rius fue nuestro Piaget, nuestro Freinet de la escuela activa, Iván Illich su vecino en Cuernavaca, Skinner el padre del conductismo, Pestalozzi, Montaigne y Federico Froebel, todos hechos croqueta. Rius fue, sin proponérselo, uno de los grandes educadores de México del siglo XX.
Estos son parte de los zamoranos que hoy, en el 449 aniversario de la fundación de la ciudad, debemos recordar. El generoso aporte que se ha entregado al país nos obliga, a los zamoranos de hoy, a luchar decididamente por continuar la obra de quienes nos legaron ejemplos de congruencia y honradez.