San Benito de Nursia
Benito de Nursia (Nursia, Umbría; 480–Montecasino, Lacio; 21 de marzo de 547) fue un monje cristiano, considerado el iniciador de la vida monástica en Occidente y venerado como santo por las Iglesias católica, Iglesia ortodoxa y luterana. Fundó la orden de los benedictinos cuyo fin era establecer monasterios basados en la autarquía, es decir, autosuficientes; comúnmente estaban organizados en torno a la iglesia de planta basilical y el claustro. Es considerado patrón de Europa y patriarca del monacato occidental. Benito escribió una regla para sus monjes, conocida luego como la «Santa Regla», que fue inspiración para muchas de las otras comunidades religiosas.
Era hijo de un noble romano de Nursia, la moderna Norcia, en Umbría. Era hijo de Eutropio, nieto de Justiniano Probo de la familia de los Anicia, el cual era Cónsul y Capitán General de los romanos en la región de Norcia. Su madre se llamaba Abbondanza Claudia de la familia de los Reguardati de Norcia. Cuenta la tradición que tuvo una hermana melliza que fue Santa Escolástica. Si el año 480 es aceptado como el año de su nacimiento, el año en que abandonó sus estudios y abandonó el hogar sería el año 500. La narrativa de San Gregorio hace que sea imposible suponer que tuviera menos de 20 años en ese momento. Tenía la edad suficiente para estar en medio de sus estudios literarios, para comprender el verdadero significado y el valor de la vida disoluta y licenciosa de sus compañeros, y de haber sido profundamente afectado por el amor de una mujer. Estaba al comienzo de la vida, y tenía a su disposición los medios para una carrera como noble romano; claramente no era un niño sino un adolescente.
Benito fue enviado a Roma con 12 años para estudiar junto a su hermana, pero se sintió decepcionado con la vida que encontró allí. No parece haber salido de Roma con el propósito de convertirse en ermitaño, sino solo para encontrar un lugar alejado de la vida de la gran ciudad. Con 17 años se llevó con él a su vieja cuidadora Cirila como sirvienta y se establecieron para vivir en el Valle dell’Aniene, en la actual Eufide (Lazio), que la tradición de Subiaco identifica con el actual Affile y que se encuentra en las montañas Simbruini, a unas cuarenta millas de Roma y dos de Subiaco. En el Valle dell’Aniene completaría su primer milagro reparando una valija rota de su cuidadora, lugar donde la dejaría para marchar al Valle de Subiaco cerca de los antiguos restos de una villa neroniana, donde el agua del río Ariene alimentaba a tres lagos. Cerca de Eufide se encuentra la entrada a un valle estrecho y sombrío, que penetra en las montañas y conduce directamente a Subiaco. El camino continúa ascendiendo, y el lado del barranco, en el que corre, se vuelve más inclinado, hasta que se llega a una cueva por encima de la cual la montaña ahora se eleva casi perpendicularmente; mientras que, a la derecha, cae en un rápido descenso hacia donde, en los días de San Benito, 500 pies (150 m) más abajo, se encontraban las aguas azules del lago. Allí conoció a Román (Romano en italiano), un monje de un monasterio cercano que estaba dirigido por un abad llamado Adeodato, que vestido como un monje le señaló una cueva austera del monte Taleo (actualmente en el Monasterio de Santo Speco), donde Benito vivió como un ermitaño durante tres años hasta la Pascua del año 500. La cueva tiene una gran abertura de forma triangular y tiene unos diez pies de profundidad. En su camino desde Enfide, Benito y Román discutieron sobre el propósito que lo había llevado hasta allí. Gregorio nos cuenta poco de estos años, más adelante habla de Benito ya no como un joven (puer), sino como un hombre (vir) de Dios. Román, nos dice Gregorio, sirvió al santo en todo lo que pudo. El monje aparentemente lo visitaba con frecuencia, y en ciertos días le traía comida.
Durante estos tres años de experiencia como ermitaño, tan solo roto por las comunicaciones ocasionales con el mundo exterior y por las visitas de Román, Benito maduró tanto de mente como de carácter, en conocimiento de sí mismo y de su prójimo, y al mismo tiempo se aseguró el respeto de los que le rodeaban; tanto que le llegó la noticia de la muerte del abad de un monasterio cercano (identificado por algunos con Vicovaro), por la comunidad que le vino a visitar y le rogó que se convirtiera en su abad. Benito como ermitaño no conocía la vida y la disciplina del monasterio y sabía que «sus modales eran diferentes a los suyos y, por tanto, que nunca estarían de acuerdo. Sin embargo, vencido con sus súplicas, dio su consentimiento» (ibid., 3).
Hacia los años 525–529 d. C. el experimento fracasó y algunos monjes trataron de envenenarlo. La leyenda cuenta que primero intentaron envenenar su bebida al ofrecerle una copa de vino envenenado, Benito rezó una oración sobre la copa y la copa se hizo añicos. Otro de sus milagros fue cuando un cura de la zona llamado Florencio, movido por la envidia, decide envenenar su pan, cuando Benito rezó una oración sobre el pan envenenado entró un cuervo y se lo llevó. Al fallarle su plan de envenenar a Benito, Florencio intentó un nuevo plan que consistía en mandar algunas prostitutas para seducir a los monjes. Tras estos sucesos, antes del año 530 Benito decidió abandonar el lugar y volver a Subiaco a modo de evitar más tentaciones. Desde entonces, sus milagros comienzan a ser más frecuentes y todo esto atrajo hacia él a muchas personas atraídas por sus santidad y carácter. En Subiaco fue el lugar donde permaneció unos 30 años predicando «La Palabra del Señor».
En el año 530 se dirigió hacia una colina entre Roma y Nápoles donde fundaría el Monasterio de Monte Cassino, construido sobre los restos de templos paganos y con oratorios en honor a San Juan Bautista (al que siempre consideró un modelo de práctica ascética) y a San Martín de Tours, iniciador en Galia (actual Francia) de la vida monástica, así aceptando cada vez a más discípulos, creando trece monasterios cerca de Subiaco y en cada uno de ellos había doce monjes con su propio abad y sobre todos ellos estaba él como guía espiritual. En su nuevo monasterio de Montecassino, Benito compuso su regla continuando con el ejemplo de otras reglas anteriores como las de San Juan Casiano o la de San Basilio, pero también escogió de escritos de San Pablo, San Cesario así de la Regula Magistri de autor desconocido y los adaptó como base para la Regla Benedictina. Siguió los preceptos de la buena disciplina, del respeto por la personalidad humana y de las habilidades individuales. Tuvo la intención de fundar una escuela al servicio del Señor, pero que no fuera ni dura ni estricta. La regla en la que se organiza con detalle la vida de los monjes, también introdujo el canto coral durante la celebración del oficio. Las dos piedras angulares de la vida comunitaria eran la estabilidad (obligación de residir de por vida en el mismo monasterio sin necesidad de ser monjes vagabundos) y la conversión de costumbres con un especial interés por la buena conducta moral, la piedad mutua y la obediencia al abad convirtiéndose en una familia ordenada con la oración y el trabajo, siendo ambos su lema: Ora et Labora.
Cuentan que durante la invasión de Italia, Totila, rey de los godos, ordenó a un general que usara sus ropas reales y que viera si Benito le reconocía. Inmediatamente el santo detectó la suplantación y Totila vino a darle el debido respeto.