Carlos Ventura Callejas
(La Jornada)
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Don Miguel, como comúnmente le referíamos quienes caminamos de manera cotidiana a su lado, se convierte en este momento en una presencia perenne para los procesos organizativos en favor de la liberación, la promoción de los derechos humanos y la edificación de una paz con justicia y dignidad. Contamos ahora con un don Miguel inspirador. Su fallecimiento es ocasión de recoger claves importantes para el trabajo colectivo desde la izquierda social, así como para el fortalecimiento de la democracia, la búsqueda de la justicia, y el compromiso sólido en favor de los más pobres de la Tierra.
Su quehacer y su pensamiento se deben, por un lado, según lo que puedo recoger de reflexiones compartidas con él en la última docena de años, a su formación intelectual en las ideas de Domingo de Guzmán, de fray Bartolomé de las Casas, de Antonio de Montesinos; así como de fray Francisco de Vitoria, nombre que puso al centro de derechos humanos que fundó en 1984.
Como filósofo, fue un lector de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, de donde generó su reflexión ética relacionada con la crítica a la propiedad privada, anteponiendo siempre el bien común. Fue además, con muchas y muchos otros, hacedor de aportes fundantes en México y América Latina a lo que conocemos como teología de la liberación, siempre coincidiendo en que esta propuesta teológica trascendía los límites confesionales para convertirse en una contribución que alimentaba proyectos políticos liberadores en nuestra región latinoamericana. De esta estatura intelectual era don Miguel.
Se caracterizó por una sencillez y humildad constantes, ejercitadas hasta los últimos momentos de su vida. Fue constructor de un proyecto de asociaciones civiles dedicadas a la defensa de los derechos humanos. Desde la década de 1980, buscaba alejarse de la lógica de “oenegización” servil a los intereses geopolíticos de potencias económicas y que influyen dañinamente en varios territorios de la región. Su apuesta, por el contrario y que hasta ahora vemos viva en diversas organizaciones sociales, fue el trabajo desde abajo, desde la articulación crítica por la transformación de estructuras que generan opresión y desigualdades.
La forma de hacer la defensa de los derechos humanos, según don Miguel Concha, se ancla en la necesaria tarea de optar por los más pobres, por la no violencia activa, e impulsar el uso estratégico y crítico de los derechos humanos. En esto podemos ver un aporte de don Miguel, no sólo ideológico, sino de acción concreta, usando la herramienta de los derechos humanos para la paz, la justicia, la verdad y la erradicación de toda forma de opresión. Su mística se nutre siempre de caminar con los más excluidos. Y a la vez reconociendo la fuerza que nace de ellos para luchar donde siempre puso su energía y corazón.
No se puede dejar de reconocer que un hombre como Miguel Concha, además nos deja la enseñanza tan importante del diálogo que evita asimilar al otro, todo lo contrario, su vida misma era ejemplo de un diálogo incluyente. Recurrentemente nos invitaba a escuchar de forma profunda, hablar de frente y tratar de comprendernos. Nos alentaba, en los momentos más adversos, a la acción organizada, no precipitada, y desde el necesario deber de entretejer esfuerzos colectivos para hacer frente a situaciones complejas. Esta forma de defender los derechos humanos, de generar el diálogo y acompañar los procesos sociales organizativos trascendió a diversas generaciones.
Siempre estuvo preocupado por la estrategia intergeneracional, es decir, acompañar la formación de personas jóvenes, en diálogo franco y de intercambio profundo, para involucrarse en esta manera de trabajar y contribuir en la transformación social. Muchas personas, donde me incluyo, somos de la escuela de Miguel Concha, aprendimos una forma de hacer la paz y los derechos humanos, siempre sentida, sostenida y humildemente. Eligiendo el cambio constante y la apertura a nuevas apuestas organizativas que ayuden a transformar el sistema capitalista, patriarcal y colonial. Como se dice en el texto bíblico: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12:23-24); pues bien, que la muerte de don Miguel, y su llegada a esta etapa inspiradora para muchas generaciones, sea ocasión de cosechar frutos de su vida. Tal vez, como gesto de agradecimiento hacia él, podemos darnos espacios comunes, y a la luz de sus enseñanzas, pensar el futuro de la izquierda social, la sociedad civil organizada, las luchas por los derechos humanos, así como la tarea de la Iglesia católica y las iglesias cristianas en un espíritu ecuménico. Que don Miguel nos siga guiando en la lucha efectiva, la realización de la paz, el ejercicio de los derechos humanos y la hechura de un país más digno y justo. Gracias, don Miguel, por su corazón inmenso y su vida compartida.
* In tegrante de Serapaz