P. JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA, S. I. // «Jesús mío, te amo»

La ciudad eterna se estaba acostumbrando a un silencio extraño, que calaba hondo, profundo, hasta los huesos. La celebración de los funerales del Papa Juan Pablo II, el pastor que supo ganarse el corazón del mundo, por su carisma y su testimonio de entrega, hasta el último suspiro, había terminado. Los cardenales se reunían en Congregaciones Generales y en las Misas por el Pontífice muerto. Mucho había que dialogar, conocer, discernir entre los 115 cardenales de 52 naciones que se reunirían en Cónclave para nombrar un nuevo pastor de la Iglesia del Señor. ¡Qué difícil tarea! Era necesario –además- que se conocieran más para no dejarse llevar por impresiones o lo que los medios de comunicación decían sobre ellos. Es tan fácil hablar –y peor aún, hablar mal- de los demás cuando no se tiene una experiencia directa de su persona. Todo parecía indicar que ya no éramos capaces de soportar tantas impresiones, nuevos dolores o sorpresas diferentes. El silencio de las calles y plazas romanas; ese silencio que nos invadió durante todos estos días se hacía más pesado. Experimentábamos zozobra e incertidumbre especiales. Roma era la misma y, sin embargo, se le veía diferente. Cuántas sensaciones y vivencias en este largo y denso mes de abril.

Por la tarde, la Universidad Gregoriana se fue quedando vacía y todos, alumnos y maestros, dirigíamos nuestros pasos y nuestra mirada esperanzada hacia el mismo sitio. Las calles de Roma seguían siendo ríos humanos que canalizaban nuestras inquietudes y aceleraban nuestros corazones para que el Señor nos comunicara sus deseos. Al llegar a la Plaza de San Pedro, el Señor nos dio la gracia de ser testigos de algo especial pues ¡parecía que la fumata era blanca! Pero ya la primera, la del lunes, nos había engañado. ¿Será verdad esta vez? Sí, ahora era una realidad. Después de algunos momentos de confusión, de gritos, de banderas que se agitaban y gente que no sabía qué hacer, la hermana mayor de las campanas de san Pedro comenzó a sonar y, poco a poco, contagió a sus hermanas pequeñas y éstas a otras de las muchas iglesias romanas para comunicarnos la gran noticia: ¡Tenemos Papa! Un nuevo sucesor de Pedro espera que refrendemos nuestro amor, apoyo y fidelidad a él y a la Iglesia, que es una, Santa, Católica y Apostólica.

El Cardenal chileno Jorge Arturo Medina Estévez salió a la logia de la basílica y en varios idiomas nos dio a conocer que su nombre era Josephum y que era el Cardenal Ratzinger. Entre lágrimas, gritos, risas y abrazos entre gente de todas las razas e idiomas nos felicitábamos y sólo esperábamos conocer su nombre. Finalmente, supimos que nuestro nuevo Pastor había elegido el nombre de Benedicto XVI. El Señor nos había enviado un nuevo Pontífice intelectual y, seguramente como su antecesor, amante de la paz y la unidad entre los pueblos. Cuando Benedicto XVI apareció por primera vez y con un lenguaje sencillo, claro y directo comenzó a hacer gala de su humildad comprendí el por qué de su sabiduría y talla intelectual de todos conocidas. Una vez más, el Señor no se había equivocado y nos había enviado el Papa que la Iglesia necesitaba. Sus palabras son de por sí evidentes: “Queridos  hermanos y hermanas: después del gran Papa, Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo, humilde, trabajador en la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el señor sabe trabajar y actuar con instrumentos insuficientes y sobre todo confío en vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiados en su ayuda permanente, sigamos adelante. El Señor nos ayudará. María, su santísima Madre, está de nuestra parte. Gracias”.

         Ahora, todo es historia pues el Papa emérito Benedicto XVI nos ha dejado, después de haber marcado a la Iglesia con el sello de su erudición teológica y de haber trabajado incansablemente por un mundo más fraterno.  «Jesús mío, te amo». Fueron las últimas palabras de Benedicto XVI en su lecho de muerte, según ha confirmado el director editorial de los medios de comunicación del Vaticano. Las dijo en italiano y unas horas después falleció. Las palabras las recogió la enfermera que cuidaba del Papa emérito la madrugada del 31 de diciembre. Fue la misma enfermera la que las comunicó a Mons. Georg Ganswein: «Yo no estaba allí en ese momento –afirmó-, pero la enfermera me lo dijo poco después. Esas fueron sus últimas palabras, comprensible, porque después de eso ya no pudo expresarse».

Domingo 8 de enero de 2023

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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