Reflexiones acerca del Día del Vino Mexicano

Todavía hay mucho camino por andar en el tema del vino mexicano

Para quienes diariamente recorremos los caminos de la vid, el 2023 arranca con una noticia relevante… ¡Sí!, querido lector, me refiero a la reciente declaratoria del 7 de octubre de cada año como el Día del Vino Mexicano, replicada una y otra vez en las redes sociales y en los medios de comunicación más importantes de nuestro país.

Más allá de “retransmitir el boletín oficial y alzar mi copa”, la declaratoria me obliga a abrir un espacio de reflexión en torno al vino mexicano y a sus necesidades reales, esas que se conocen bien y comparten frecuentemente entre todos los integrantes de la cadena productiva.

Es cierto, la declaratoria representa un logro para la industria vitivinícola nacional. Por supuesto, se trata de un gran acierto resultado de los esfuerzos realizados por el Consejo Mexicano Vitivinícola, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y los propios productores mexicanos.

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Y, si bien tiene una connotación simbólica, ayudará definitivamente a reafirmar el orgullo por lo propio, a enaltecer el campo y reposicionar al vino mexicano en el lugar que le corresponde por su calidad y significado cultural, histórico, patrimonial, económico.

También debo decir, como le confesaba a una pluma amiga hace un par de días, que los grandes retos siguen ahí… Aún no somos capaces de empezar a terminar de poner orden en la producción nacional. Seguimos viendo con frecuencia mostos elaborados en el Noroeste de México, embotellados como vinos del Altiplano; uvas cultivadas en Chihuahua vinificadas, embotelladas y comercializadas como queretanas, guanajuatenses o aguascalentenses, renunciando al “origen” como el diferenciador más importante que tienen todas y cada una de las 15 regiones productivas de vinos de calidad en nuestro país.

Todavía esperamos decisiones relevantes en el tema impositivo que faciliten la incorporación del vino mexicano en la mesa diaria, que garanticen una mayor accesibilidad para el grueso de la población, que favorezcan la incorporación de nuevos emprendedores y brinden mejores beneficios a nivel negocio, especialmente para la pequeñas vinícolas, las principales responsables de que el tema del vino mexicano haya tomado tanta fuerza.

Por supuesto, México tiene un enorme potencial para la producción de uvas de calidad gracias a su riqueza territorial, gran diversidad de suelos y climas. Por supuesto, el sector vitivinícola representa un motor de desarrollo y es una importante fuente de empleos, pero no sólo en el sector agrícola, sino también en muchos otros.

Por supuesto, el vino mexicano ha ganado terreno en los mercados nacionales e internacionales en los últimos años, gracias a los esfuerzos de la propia cadena productiva por mejorar su expresión y consistencia cualitativa. Hay un deseo absoluto por aumentar la superficie sembrada, la producción y las exportaciones.

Y por supuesto,  este país, con cinco siglos de historia asociada al cultivo de la vid pero relativamente joven en la producción vínica, tiene grandes posibilidades de crecimiento. Eso lo sabemos desde hace algún tiempo. También conocemos los pendientes más urgentes.

Me quedo anhelando esa promesa, la del Gobierno de México para guiar acciones concretas e impulsar políticas públicas que realmente favorezcan la producción en todos los niveles, que ofrezcan mayores y más claros flujos de información estadística respecto a nuestra industria, que fomenten un consumo más amplio y que brinden mejores escenarios de competencia para el vino mexicano y para sus productores.

*Carlos Borboa es periodista gastronómico, sommelier certificado y juez internacional de vinos y destilados.

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