Transformaciones originadas por las luchas de las mujeres latinoamericanas

Ivone Gebara
Río de Janeiro, Brasil

¿Será que nuestros ojos ven y nuestros cuerpos sienten el nuevo rostro colectivo de las mujeres? A pesar de las visiones diferentes, melancólicas, libertarias o radicales en relación a las costumbres culturales vigentes, es innegable que nosotras las mujeres modificamos las relaciones sociales del siglo actual. Los cambios no siempre fueron cultural y socialmente aceptados y nos colocaron en conflictos de identidades sociales y de poder. Estos pueden ser comprendidos de una manera sintetizada a través de dos visiones de mundo: una naturalizante y otra evolucionista.

El movimiento de mujeres, especialmente a partir del siglo XX, es marcado por la línea evolucionista. Esto es, en su forma plural feminista, ha expresado de forma contundente los límites de la naturalista o también llamada esencialista, y es a partir de esta que se puede mantener la dominación de los hombres sobre las mujeres, las prohibiciones de acceso de las mujeres al estudio y a las funciones políticas y reforzar una imagen masculina de Dios, ratificando los poderes masculinos. Estamos expresando una visión antropológica política feminista diferente, a partir de la cual se descubre como las diferentes formas de opresión de las mujeres están presentes dentro de los discursos de liberación política, económica y religiosa.

En América Latina, de forma, al mismo tiempo, semejante y diferente, hubo la irrupción de la conciencia feminista. Feminista porque indica un movimiento nuevo en las relaciones y por lo tanto es más allá de los papeles femeninos establecidos por las culturas patriarcales. Esa concientización se dio primero en las grandes ciudades con reivindicaciones bien específicas, como el derecho a voto y al estudio universitario, además luego se abrieron espacios para diferentes lugares y culturas con sus especificidades. Más que reivindicar la propiedad de ideas y teorías feministas, vivimos una especie de contagio en busca de libertad y a partir de ahí, la retomada de muchas historias locales y culturas milenarias, visando la transformación de comportamientos considerados inmutables.

Un viento fuerte parece haber soplado den la vida de las mujeres, creando una mutación de lugares identitarios, una abertura de pensamientos, un resurgimiento de una razón crítica, más allá de la orden y de las razones políticas establecidas.

Mujeres campesinas, por ejemplo, se organizan en el movimiento brasileño de las “Margaridas”, recordando a una líder sindical asesinada en el campo. Mujeres indígenas se organizan en el feminismo comunitario, mostrando también cuanto las culturas ancestrales estaban marcadas, por jerarquías opresivas sobre las mujeres. Mujeres quilombolas, luchando contra el racismo que las oprime, toman conciencia de la opresión de sus cuerpos por las jerarquías patriarcales negras, también presentes en sus mundos culturales. Mujeres jóvenes de los centros y de las periferias salen a las calles, reclamando por el derecho a decidir sobre sus cuerpos. Gritan contra los feminicidios, contra la pose de sus cuerpos, contra la vulgarización de su  sexo, contra la dominación de la vulgarización de su sexo, contra la dominación de la religión que, en nombre de una divinidad a imagen y semejanza del poder masculino, les tiran derechos y refuerzan posturas de dominación y exclusión.

Las mujeres crean asambleas locales, nacionales e internacionales para discutir los más diversos problemas y asumir políticas colectivas que, no tan sólo favorezca a ellas mismas sino a toda la humanidad. Modifican así la comprensión que se tiene de una humanidad jerarquizada, no tan sólo a partir del poder económico, sino a partir de las identidades sexuales. Introducen la noción de interdependencia recíproca, capaz de desenvolver muchas formas de vivir nuestra humanidad, en comunión y con el conjunto de los seres vivos.

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