Un Papa sabio y humilde

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Desde el inicio de su pontificado, Su Santidad Benedicto XVI nos sorprendió porque, a pesar del dolor por la muerte de San Juan Pablo II, pronto se ganó nuestro cariño y respeto como sucesor de Pedro y asumió la tarea nada fácil de continuar con el servicio de su predecesor en el ministerio petrino con sencillez y sabiduría. Desde su primera audiencia, el espíritu que caracterizó su pontificado fue el servicio, la entrega, y la sencillez. El contenido de sus primeros comunicados se destacó por su petición insistente y precisa: «¡Por favor, no dejéis de apoyarme!», como lo hizo con los señores cardenales pocas horas después de su elección. Personalmente me edificó su humildad y la convicción de sus palabras como cuando nos hizo saber que: «Si por una parte soy consciente de los límites de mi persona y de mis capacidades, por otra conozco bien la naturaleza de la misión que se me ha confiado y que me preparo a desempeñar con actitud de entrega interior».

El entonces nuevo Papa expresaba que: «Aquí no se trata de honores, sino más bien de un servicio que hay que desempeñar con sencillez y disponibilidad, imitando a nuestro Maestro y Señor, que no vino a ser servido sino a servir, y que en la Última Cena lavó los pies de los apóstoles pidiéndoles que hicieran los mismo». Conocíamos un pontífice con un alto sentido de la gratitud ya que otra de las palabras que más repetió era –precisamente- esa, la «gratitud». Ante todo, a Dios, «que me ha elegido, a pesar de mi fragilidad humana, como sucesor del apóstol Pedro, y me ha confiado la tarea de regir y guiar a la Iglesia, para que sea en el mundo sacramento de unidad para todo el género humano» -nos dijo.  Pero también gratitud al pueblo pues constató que no dejamos de manifestarle nuestro apoyo en todos los momentos que tuvimos la oportunidad de escucharlo, animarlo y admirarlo. Bien pronto se comenzó a oír que los fieles repetían: «A Juan Pablo veníamos a verlo; a Benedicto XVI, a escucharlo».

Admiramos a un hombre simple que apareció por primera vez en la logia de la Basílica y nos habló con sencillez, verdad y humildad. Respetamos al hombre quien debajo de las ropas propias del Pontífice, sólo llevaba un sencillo sweater negro, evidencia del estilo de vida pobre que llevaba como Cardenal y que conocimos más con el paso de los días por testimonios de sus vecinos de la Piazza Leonina. Un genio humilde que no dejó de reconocer y agradecer a su predecesor Juan Pablo II, «cuya presencia seguimos experimentando vivamente». Que nos emocionó cuando afirmaba: «La luz y la fuerza de Cristo resucitado se irradiaron en la Iglesia a partir de aquella especie de «última Misa» que celebró en su agonía, culminada en el «amén» de una vida totalmente entregada, por medio del Corazón Inmaculado de María, para la salvación del mundo», como recordó en sus primeras palabras ya como nuevo Papa.

En Benedicto XVI encontramos un Papa sabio, humilde y agradecido que supo reconocer la centralidad de Jesucristo, Nuestro Señor y de María, nuestra Madre, a quien se encomendó siempre como madre propia y Madre de la Iglesia. Por otra parte, otro de los rasgos que se pusieron de manifiesto su personalidad, fue su amor por la evangelización y su convicción de que la Iglesia debe continuar la labor de san Pedro y san Pablo. Uno de los primeros signos de este deseo fue la visita que hizo a la Basílica de San Pablo, fuera de los muros de Roma, como “una peregrinación sumamente deseada, un gesto de fe que realizo en mi nombre, pero también en nombre de la amada diócesis de Roma, de la que el Señor me ha constituido obispo y pastor, y de la Iglesia universal confiada a mi solicitud pastoral. Una peregrinación por así decir a las raíces de la misión, de esa misión que Cristo resucitado confió a Pedro, a los apóstoles y, en particular también a Pablo, llevándole a anunciar el Evangelio a las gentes, hasta llegar a esta ciudad, donde después de haber predicado durante mucho tiempo el Reino de Dios (Hechos 28, 31), rindió con la sangre el último testimonio de su Señor, que le había «conquistado» (Filipenses 3, 12) y enviado”.

Domingo 15 de enero de 2023.

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