Ante la idea de que todo está dicho

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

En nuestra sociedad actual, llena de vacío y carente de los valores más elementales, corremos el riesgo de canonizar la mediocridad, es decir, vivir con la absolutización de la frivolidad y la ley del poco esfuerzo personal. Podemos llegar a los límites del absurdo como creer que titularse es un fraude, como en su momento lo afirmó Ignacio Mier, triste líder del partido en el poder en la Cámara de Diputados. Con tal de defender a Yasmín Esquivel, quien plagió su tesis de licenciatura en Derecho y ahora es ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, parece que ni siquiera se dio cuenta de la magnitud de su majadería. ¡Aunque usted no lo crea, porque parece que esto solo sucede en México! Vivimos situaciones de increíble gravedad y, precisamente por eso, estamos llamados a aspirar a niveles de superación que nos ayuden a salir de la vulgaridad y la indolencia.

La persona humana trasciende sus propios actos. El universo interior de cada persona no puede manifestarse en su totalidad, ya que, en la medida en que es espiritual, no puede inscribirse de forma exhaustiva en un signo material. De tal modo, aunque suframos la tentación de volvernos insensibles y pusilánimes ante la idea de que todo está dicho, que no podemos cambiar nada, que nada es posible ante la magnitud de lo negativo, «nos encontramos con la conciencia a través del lenguaje; no nos arrogamos el derecho de juzgar lo interior» (De civitate Dei, I, 26). Estamos llamados a crecer en la posibilidad de ser mejores y superar la tentación del inmovilismo. La acción virtuosa es el resultado del cuidado interior y éste desarrolla la participación, como lo hacemos cuando compartimos lo que somos con alguien muy querido. La dimensión dinámica de la vertiente reflexiva y orientada a objetivos contribuye a la generatividad social, a la acción transformadora dirigida hacia un objetivo libremente elegido, respetuoso con el contexto y abierto al futuro.

Este concepto es capaz de aportar una nueva visión y una nueva lectura de las cuestiones sociales, desde las más simples y ordinarias de la vida humana hasta las más articuladas y complejas de la participación en la vida pública. Jesús, en el Evangelio, indica a sus discípulos de entonces, y, por tanto, también a los de hoy -a nosotros-, la orientación que debe animar nuestra vida: «Sean perfectos como su Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5,43). La santidad, por tanto, no es ni siquiera un punto de llegada tras un largo esfuerzo, sino es, ante todo, la dinámica de una existencia. La santidad no es extrañeza o aislamiento de la realidad. Por el contrario, es búsqueda, es tensión, es atracción, es implicación, que, poco a poco, se convierte en ciencia contemplativa y es esto lo que nos da la posibilidad de actuar con mayor conciencia, con mayores deseos de hacer las cosas bien para vivir mejor y corregir los errores cometidos. La santidad no es una visión fatalista de la vida, ni tampoco la espera de acontecimientos deslumbrantes que transformen los actos de la vida cotidiana y simple. La vida de los santos nos muestra, en la experiencia cognitiva del amor, lo que significa el punto de interacción entre las dimensiones humana y divina.

El proceso de conocer en la vida cristiana forma parte de la experiencia terrena. No es un efecto especial reservado para el momento de la muerte; conocer es un camino progresivo hacia la visión perfecta (cf. Jn 1,35-39).  En el diálogo entre Jesús y el rico Epulón, el evangelista Mateo nos dice: «¿Cuándo te vimos…?» (Mt 25,38). La condición del rico que no puede ver es típica de quien se declara recluido en una sola esfera de existencia, está encorvado en el aislamiento, incluso tal vez, en su bienestar temporal, cuando no ve nada más allá de su ambición, cuando no camina. El que aprende, conoce, el que corrige decisiones, camina; el que no tiene miedo a emprender un camino diferente, a pesar de los errores cometidos, progresa en el conocimiento y es más feliz y más humano. Caminar juntos como pueblo de Dios será también para nosotros una experiencia de crecimiento progresivo en su conocimiento y en su voluntad. Esto será posible si somos discípulos del Espíritu Santo y será Él, quien nos hará descubrir la belleza de la salvación divina, derribando muros, rompiendo cadenas, liberando fronteras, pero también cambiando de ruta, si es necesario, para superar las seguridades que nos atenazan y nos impiden avanzar (Papa Francisco. Momento de reflexión para el inicio del Camino Sinodal, 9 de octubre de 2021).

Domingo 19 de febrero de 2023.

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