Construyendo relaciones de solidaridad desde la base

Jean Ann Bellini
Goiania-GO, Brasil

Las personas que tuvieron el privilegio de crecer en un lugar donde las familias se conocían, donde algunas eran parientes, otras amigas, experimentaron esa seguridad que da el tener vínculos con otras gentes que comparten valores y costumbres. Estas personas crecieron con un sentido de pertenencia, no sólo a su propia familia, sino también a su comunidad, a su barrio, a la gente del lugar.

Otras personas acostumbran emigrar y, en el nuevo lugar, debían adaptarse a las costumbres y forma de vida de las familias que allí vivían. Al principio se encontraban extrañas, ajenas; pero, con el tiempo, creaban nuevos vínculos. Quienes emigraron junto con familiares o amigos, generalmente tuvieron más facilidad para adaptarse, y aun cuando costara un tiempo enraizarse en el nuevo lugar, tenían a su gente para relacionarse.

En lugares de mayor diversidad cultural, el proceso de planear festividades u otro evento de celebración era difícil, porque la gente de una región quería celebrar u organizarse de una manera y la gente de otra región quería otra. Incluso entre personas de la misma región, se daba un fenómeno similar en la organización de sindicatos y asociaciones: algunas personas valoraban más el orden de papeles y la burocracia, y otras favorecían más la acción. Estas diferencias, solían crear tensiones en los grupos.

Las tensiones son inevitables, pero el cómo se enfrenten pueden variar mucho. Hay personas con un don para promover el diálogo, conversar, ayudar a la gente a hablar, tratar de entenderse, promover el consenso. Otras personas solo insisten, repitiendo su opinión, como si los demás no estuvieran de acuerdo porque no entienden; mientras que otras personas guardan silencio, sin arriesgarse a opinar, porque detestan la discordia. En este último caso, algunas de las personas que permanecen en silencio durante las discusiones, luego salen hablando que no estaban de acuerdo y por eso permanecieron calladas.

Los agentes de pastoral acompañamos a muchos grupos y comunidades. Vimos algunos grupos disolverse, o al menos algunas personas abandonar el grupo, cuando las tensiones persistieron sin resolución, o cuando el grupo no pudo superar las tiranteces internas.

En mi experiencia, lo que marca la diferencia es el grado de pertenencia que las personas sientes hacia la comunidad, la asociación, el sindicato… y, en definitiva, a la causa común, al fin común. Y la pertenencia se construye –en el día a día—en las relaciones entre las personas, en las tareas conjuntas, en las aspiraciones frustradas, en los desafíos enfrentados y superados, en los éxitos y fracasos.

Pero para construir esta pertenencia, las personas que forman parte del grupo o comunidad necesitan sentirse reconocidas, escuchadas, valoradas, tomadas en serio. Ahí se enfrenta un dilema: ¿Qué tipo de liderazgo favorece el crecimiento del sentido de pertenencia? ¿Qué tipo de liderazgo lo dificulta?

Un liderazgo constructivo, democrático, motiva a la acción colectiva del grupo, es decir, motiva a las personas a asumir, a realizar acciones colectivas. ¿Cómo? No da discursos largos, entabla conversaciones, hace preguntas, ESCUCHA A LOS DEMÁS, va tejiendo las estrategias, se toma el tiempo necesario para que la mayoría hable, dé ideas, opiniones… no fuerza el proceso. Para liderazgo constructivo, el proceso es tan importante como el resultado. Cuando se llega a la conclusión, a las decisiones, lo que se asume colectivamente es más consistente y tranquilo, ya que la mayoría de las personas sienten que tuvieron voz y participación en el proceso. Puede ser que, en un futuro, otra persona se arriesgue a proponer algo, que se inicie en un proceso diferente, no siempre esperando a que sea la misma persona la que dirija el grupo.

Una comunidad, una organización, puede tener más de un liderazgo. El liderazgo no se limita a que fue elegido/elegida para dirigir, coordinar. Corresponde a ellos/ellas ejercer su liderazgo de manera solidaria, constructiva, evitando disputas, animando a más personas a hablar, a opinar.

Tradicionalmente, en las culturas campesinas, el hombre actuaba como cabeza de familia, asumía el papel de representante de la familia fuera de ella, decidiendo por ella. Durante mucho tiempo los roles sociales en el campo estaban bien definidos, lo que hacían los hombres era diferente a lo que hacían las mujeres. Pero más allá de la familia, en la sociedad, con el paso del tiempo y el mestizaje de culturas, más mujeres han asumido el liderazgo.

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