Norelis Álvarez
Canadá
“La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma. La resiliencia hace que “ninguna herida sea un destino”
Boris Cirlnik
Adoptado del inglés resilience y derivado etimológicamente del latín “resilio/resilire”, que se refiere a la idea de volver atrás de un salto. Término empleado originalmente en la metalurgia y la ingeniería, para designar las características de ciertos materiales para resistir a un impacto y volver a su estado original, fue adoptado por las ciencias sociales y ha resonado durante los últimos años como una habilidad de afrontamiento fundamental que requerimos en tiempos de crisis.
¿Qué es la resiliencia?
El Neurólogo y Psiquiatra Francés Borys Cyrulnik, la define como la capacidad de “iniciar un nuevo desarrollo después de un trauma”. Edith Grotberg (1995), define la resiliencia como la capacidad humana universal para “hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y ser transformado positivamente por ellas”. No se trata sólo de tener la habilidad de hacer frente a la dificultad, ni solamente de superarla, sino además dejarse transformar y experimentar un crecimiento a partir de la experiencia. La adversidad nos puede dejar cicatrices, pero está en nuestras manos elegir cómo la vamos a percibir e incorporar a nuestro nuevo yo.
Destaca el planteamiento de Stefan Vanistendael (1993), quien entiende de la resiliencia, no como un rebote, no una cura total, ni un regreso a un estado anterior sin heridas, sino como la apertura hacia un nuevo crecimiento, una nueva etapa de la vida en la cual la cicatriz de la herida no desaparece, pero sí se integra a esta nueva vida en otro nivel de profundidad.
En nuestra Latinoamérica, marcada por la violencia, la migración forzada en algunos países y la recepción de migrantes en otros, los constantes cambios políticos, desastres naturales y más recientemente la pandemia covid-19 que ha dejado a la mayoría de nuestra población en situación de “duelo complicado”, fruto de las múltiples pérdidas experimentadas, definitivamente ser resilientes no quiere decir que no nos afecte la adversidad, sino que aun cuando se haya vivido o se esté viviendo bajo situación de riesgo, de exclusión o incluso se haya experimentado un evento traumático de cualquier índole, puedo identificar factores internos y externos sobre los cuales me puedo apoyar y reconocer, además, oportunidades de crecimiento en esta situación.
Es decir, que puedo enumerar no sólo mis pérdidas, sino también los aprendizajes que he obtenido al atravesar este momento de mi historia personal y social, y logro integrarlos para crear una nueva normalidad en mi vida.
Una habilidad ¿innata o adquirida?
Se aprende a fortalecer la resiliencia a lo largo de la vida, teniendo sus bases fundamentales en la infancia, en el vínculo de apego seguro, en la fundamentación de una sana autoestima, que es fruto de sentirse protegido, amado y aceptado como persona, y en la adquisición y práctica de recursos internos. En Canadá, he entendido que aquellas personas que durante su infancia y adolescencia les ha sido dado todo aquello que desean, sin exigirles un esfuerzo superior; aquellos que se han acostumbrado a contar con las facilidades de un país con una alta calidad de vida, tienen mayores dificultades para identificar recursos internos, para afrontar y superar la adversidad cuando esta llega.
Ser resilientes, en este sentido, nos hace sobreponernos a la dificultad o al trauma sabiendo que podemos buscar alguna otra solución, que podemos aprender nuevas miradas al problema y fortalecer nuevas habilidades de afrontamiento.
Quiero además dejar claro que ningún extremo hace bien, ni el desgaste del “músculo emocional” ni la ausencia total de su ejercicio, entendiendo esta analogía como la adquisición y práctica de estrategias de afrontamiento emocional sano. Así, tanto la falla al establecer un vínculo de apego sano en la infancia, como también la sobreprotección impiden desarrollar nuestras habilidades de resiliencia, por ejemplo, el niño o niña a quien no se le permite cometer errores y aprender de ellos, asumir riesgos y reflexionar sobre las consecuencias, será un adulto con muchos miedos, falta de autorregulación y locus de control interno.
¿Cómo ser resilientes?
Cuando nos enfrentamos a la adversidad es fundamental reconocer lo que está bajo mi control y lo que no está bajo mi control.
Ser resilientes no significa que no seamos capaces de sentir estrés, presión o tener conflictos; más bien significa que puedo hacerme consciente de mis pensamientos catastróficos y elegir pensamientos alternativos que me ayuden a generar una visión optimista, siendo capaz de reconocer que todo es para bien y que de la dificultad resulta siempre un aprendizaje que me construye. Te invito a enumerar al menos 3 cosas que has aprendido de ti mismo en los últimos 3 años.
Finalmente, enumera tus bendiciones. Cada historia personal es única y cada uno elige en dónde poner el foco de atención al contarla: en el golpe (trauma, pérdida, abandono) o en lo que decidí hacer con ello. La gratitud es, si se quiere, una de las actitudes más sanadoras y que, según la psicología positiva, marca la diferencia entre desarrollar una depresión o hacernos resilientes. Elige la gratitud, escribe al final de cada día 3 cosas por las que das gracias, verás cómo tu cerebro florece y tu rostro se ilumina.
El río fluye entre piedras y desvíos, siempre fluye, como tú, porque después de la adversidad ¡hay esperanza!
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